Victor Entrialgo de Castro

El tema de nuestro tiempo

El tema de nuestro tiempo
Víctor Entrialgo de Castro, abogado y escritor. PD

Vivimos un tiempo en la que el clima ha cambiado, la historia se terminó, la sociedad es líquida, triunfa la posverdad, todo es ligereza y la Presidenta de las Cortes permite que entre gente en camiseta. Esa es nuestra época, según los sabios. Y en ella debemos vivir. Pero vamos por partes:

Aunque sea la mejor de las épocas hasta la fecha, vivamos en paz y en un rincón privilegiado del mundo, nadie nos quita nuestras incertidumbres y desafíos personales además de la cansina sonsonia separatista y que televisen por interés electoral de unos y otros las mamarrachadas de niñatos con conflictos de infancia no resueltos.

En primer lugar, negar el cambio climático y las conclusiones de la Conferencia de Paris, parece arriesgado, aunque el que lo haga está en su legítimo derecho.

Dicho esto, y aunque pocas cosas producen más rechazo al alma sensible que un Rufián o alguien que justifica el terrorismo provocando desde la tribuna del Parlamento de la Nación, con la degeneración que eso supone, el fin de la historia al que se refiere Fukuyama es otra cosa.

El final de la historia, al que alude el profesor de Harvard no significa que no vayan a pasar cosas. Provocadoras, insolentes y estúpidas como éstas seguiremos viendo muchas, cosas que no acabarán con nuestra capacidad de sorprendernos y en las que la democracia, en ciertos casos, está renunciando a su legítima defensa.

Lo que dice Fukuyama es que lo que puede suceder, después del triunfo de las democracias liberales tras el final de la segunda guerra mundial, sólo puede pulirlas, desarrollarlas y conservarlas. Incluso pueden en ocasiones revertirse, pero sólo temporalmente, porque el péndulo de la historia volverá a su sitio.

Lo que ahora sobreviene, con el populismo, el podemismo y el separatismo de Le Pen, Iglesias, Cañamero, Pujol, su masovero y todos sus lodos y fontaneros, Tardá, Rufían, la Cup… todo esto es pasajero, revival, política vintage, franquicias de antigüedades.

Pero ésta es la Sociedad líquida, permeable, donde el ciudadano del siglo XXI tiene que nadar sin ahogarse y a la vez poder desahogarse. Antes, el individuo pertenecia a un ámbito estrato social con sentido de pertenencia. Ahora, con las redes sociales y las tecnologías de la información y la comunicación, las famosas TICS, «las identidades» pasan a ser globales, frágiles y volubles según las tendencias del consumo, dependientes de la adquisición de unas determinadas marcas, credos de tribus urbanas o productos.

Hasta aquí la verdad. Nos queda únicamente la Posverdad que nos sirven en bandeja Donald Trump y Pablo Iglesias. La verdad ya no es un objetivo, ni un valor, ni un medio, si no me permite alcanzar mis fines.

Llamar a Hillary Clinton la mayor corrupta de América el dia anterior a las elecciones norteamericanas y al día siguiente una gran mujer con la que el país está en deuda, lo llama Donald Trump, «Marketing político» y Pablo Iglesias «Manual del perfecto revolucionario». Esa es la Posverdad.

El enésimo intento infructuoso de destruir el liberalismo político, una doctrina según Marañón, con sólo dos principios: Ser liberal es, uno, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otra manera; y dos, no pensar jamás que el fin justifica los medios sino que, muy al contrario, son los medios los que justifican el fin.

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