Innerarity escribió un artículo brillante, hace algún tiempo, titulado ¿Y quién se ocupa de todos?, sobre la fragmentación del espacio público. En esa atomización, apuntaba él, desaparece el interés general:
«Una sociedad con el espacio público averiado o fuera de servicio se descompone en la amalgama».
Y algo de eso se intuía esta semana, tras la presentación de los presupuestos, al ver el retablo de la prensa periférica mientras los partidos sacaban brillo al arsenal del agravio:
- Las Provincias: «Los presupuestos castigan a Valencia».
- Hoy: «El Gobierno recorta un 17% la inversión estatal en Extremadura».
- El Punt Avui: «Rajoy no cumple».
- La Rioja: «La inversión del Estado cae…».
- El Norte de Castilla: «El Gobierno relega de nuevo…».
- El Comercio: «Asturias recibe la menor inversión estatal en veinte años».
- «Un escándalo, claman los partidos» añade La Nueva España.
Y suma y sigue los titulares de estrangula, ahoga, frena, recorta o margina en las taifas andaluzas, La Voz de Galicia, El Diario Montañés, casi todos con una única excepción: «Canarias, la región más beneficiada por Rajoy», titulaba Canarias 7.
Es un hecho que la inversión cae en casi todas las regiones, y por tanto no es un fenómeno singular, un castigo ad hoc, sino una política presupuestaria: reducción de la inversión por otras prioridades, pensiones o los incrementos en Educación y Sanidad pactado en la conferencia de presidentes. ¿Este modelo es o no es acertado?
Desde las comunidades no hay una visión general para responder a esa pregunta, sino un ránking de más-o-menos-para-la-tierra; como si unos millones más para una carretera o un auditorio convirtieran las cuentas del Estado en buenas o malas. En lugar de valorar el modelo, y en qué medida beneficia o no al país, sólo existe más dinero aquí, presupuestos buenos; menos dinero aquí, presupuestos malos.
Sí, claro que hay críticas políticas pertinentes, como el hecho de beneficiar en los presupuestos a comunidades cuando se necesitan sus votos en la aritmética parlamentaria, caso ahora de Canarias; o cuando hay elecciones, un año atrás en Galicia; o por necesidades estratégicas, ahora Cataluña; o por hostilidad partidista, un clásico respecto a Andalucía.
Pero no se trata aquí de eso, o de la lógica territorial -obvia- en la prensa regional. El asunto es otro: la tendencia a perder una visión general. Ese puzzle refleja el troceamiento del interés general en diecisiete intereses particulares. Ciertamente Innerarity no se refería a territorios sino minorías sociales, pero su pregunta es también aquí la pregunta: ¿Y quién se ocupa de todos? En definitiva, y eso es lo esencial, el interés general no es la suma de los intereses particulares.
En el Estado de las Autonomías hay cada vez menos visión de Estado y más discurso autonómico. Los diecisiete discursos autonómicos sumados no generan un discurso de Estado. ¿Y quién se ocupa de España? Ahí está Cataluña: se apela a entender lo que desea la mayoría de su población, pero hay una clara resistencia a ver el asunto desde la óptica de los españoles.
Y no es un hecho aislado. La izquierda, con su tradición federalista, se dejó arrastrar hace ya tiempo a la pérdida de un discurso general; y el último refugio, lo que ya es revelador, es el Rajoy de «España es una gran nación y los españoles muy españoles y mucho españoles». No se trata de que duela España como noventayochistas trágicos, pero un Estado sólo puede debilitarse si carece de un discurso de Estado.