Isaias Lafuente

No es Unión para premios

No es Unión para premios
Isaías Lafuente. PD

La Unión Europea ha merecido el Premio Princesa de Asturias de la Concordia, cinco años después de recibir el Nobel de la Paz. El universo de los premios es muy complejo, a veces inescrutable. Algunas organizaciones deciden premiarse a sí mismas cuando seleccionan al galardonado. Unos premios son prematuros y otros llegan tarde; los tenemos irreprochables y discutibles; algunos se conceden para animar al premiado. Y quizás esta sea la intención que busque la Fundación Princesa de Asturias este año en el que se cumplen 60 años del Tratado de Roma, un acuerdo histórico que, sobre las cenizas provocadas por nazismo, alumbró un espacio político supranacional de paz y democracia que, con sus aciertos y errores, con sus virtudes y carencias, merecería por sí mismo cualquier reconocimiento.

Pero este concreto no llega en el mejor momento. La errática gestión de la crisis económica ha mostrado en los últimos años una Europa mucho más eficaz en rescatar bancos que personas. Y la penosa gestión de la crisis de refugiados ha evidenciado costurones en materia de solidaridad y derechos humanos, valores que precisamente reconoce este premio pero que la Unión Europea ha subcontratado a las ONG o a países de dudoso pedigrí como Turquía. En los últimos días Amnistía Internacional ha denunciado que los estados de la Unión Europea no han acogido ni al 10% de los refugiados que se comprometieron a recibir hace ya dos años. Y tampoco es que fueran muchos, en conjunto cabrían todos ellos entre el Camp Nou y el Bernabéu. También ha denunciado Amnistía Internacional que la Unión Europea gasta el triple en proteger sus fronteras que en ayudar a los refugiados. Y si sumamos las menguantes partidas dedicadas a la ayuda al desarrollo, concluiremos que a los refugiados ni les abrimos las puertas de nuestra casa ni les ayudamos a solucionar los problemas que les impulsan a huir de su propio hogar.

Es verdad que el mundo está tan mal que, si nos comparamos, siempre podemos encontrar elementos para la satisfacción; el más optimista hasta podría ver en nuestra racanería grandes dosis de generosidad. Pero la Unión vive tiempos difíciles. Los ciudadanos manifiestan su malestar en las urnas en cada elección, algunos han votado incluso por el abandono, y los herederos del totalitarismo que conjuró el Tratado de Roma aprovechan la circunstancia para expandirse y defender una Europa fortín para ciudadanos con derecho de sangre. Por ello, no diremos que la Unión Europea no merezca este premio pero parece evidente que ha llegado a destiempo. Así que lo único que esperamos es que nuestros dirigentes políticos entiendan el guiño del jurado y acepten el reto de trabajar a partir de hoy para ganárselo, recuperando y reforzando los valores reconocidos en el premio y que andan un poco agostados.

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