Juan Pérez de Mungía

La secesión

La secesión
El 23-F de Tejero y Carles Puigdemont.

Jamás la historia ha dado la razón a los que defienden la sinrazón. Tensionando la cuerda hasta el ahorcamiento, con un inmenso dolor de quien asiste inconsciente a la ceremonia de la confusión. Difícil es para el ciudadano común que ignora la historia anticipar el futuro, el futuro que le revelaría que la destrucción sistemática de un Estado democrático no conduce sino al enfrentamiento civil, a la violencia extrema. ¿Cuál es la estrategia del independentismo? ¿Por qué se ufanan de crear el caos?

Nadie niega que la virtual secesión ha sido, por ahora, un éxito social. No importan las cifras porque no son cifras mas que las que se publican. La verdad se sacrifica a la guerra. Los políticos miserables de Cataluña se han dedicado a «cebar la audiencia» ¿Cómo?. Los medios han creado contenidos «educativos» y el clientelismo ha cebado a los intelectuales y el sistema educativo hasta dejarlos inermes para aceptar contenidos espúreos e incitar el odio. Primero, de forma encubierta, ahora de forma abierta. Han utilizado la palanca de la lengua para destruir el tejido comunicativo, como si fuera más propio el catalán que el castellano. Si se favorece el aislamiento, si se promueve la incomunicación, ocurre la ruptura y el silencio cómplice de quienes, pacíficos, reniegan de la violencia.

De una minoría consistente se obtiene una mayoría impropia que deja fuera a todos los que no están de acuerdo y no piensan igual. La libertad está siempre de quien no se deja uniformizar por un pensamiento único. La libertad del disidente es siempre más débil frente al que empuña la agresión populista, de uniforme, y cuenta con la financiación de quienes disponen del presupuesto local.

El emprendimiento catalán, la Cataluña moderna está trufada de un capitalismo clientelar, su gran patrón es el presupuesto público de la Generalidad cuyos cargos esperan ahora su retorno de decenas de años nutriendo las arcas del clientelismo, del capitalismo de favores, del capitalismo de amiguetes tan dispuesto a captar renta ajena a base de hipotecar riqueza futura. La burguesía catalana que ha visto amenazado su nivel de vida con la crisis y una sociedad abierta de mercado se ha lanzado en tromba vendiendo expectativas, a propios y extraños, de rentas futuras. Y eso cuando la vida de millones de catalanes está siendo sacrificada en el altar de una patria imaginaria. La política lingüística ha sido su caballo de Troya, como si las lenguas castellana y catalana no dialogaran en el corazón de sus hablantes, todos bilingües. La inmersión lingüística no ha sido sino la máscara para establecer e identificar un colectivo que vive de la subvención públlica, de las donaciones encubiertas, de la corrupción rampante, de las asignaciones presupuestarias a dedo.

Los comercios, los envases, las etiquetas de producto, la red «.cat», la prensa, la radio y la televisión y la educación pública se han disfrazado como un ariete contra la libertad, cuando las lenguas sólo pueden imponerse en la libertad como el inglés en la India, o el español en América. Se ha razonado mal. Si la lengua es diferente, la cultura es diferente y la cultura lo es porque existe un hecho diferencial palpable, la lengua. Si las personas no comparten la misma lengua, si postulan la supremacía etnocentrista de una lengua sobre otra, ninguna negociación es posible, y solo puede darse imposición. El empobrecimiento colectivo es renunciar a hablar todas las lenguas posibles. Todo esta política destructiva, paralela, se ha apoyado en leyes propias, autonómicas. Primero bajo la forma de una coacción legal, luego con un número suficiente de segadores de la libertad ciudadana, con el ejercicio directo e indirecto de la coerción, desde la multa hasta el escrache y la amenaza.

Coación y coerción necesitan de una tercera estrategia, la violencia, pero la violencia siempre produce rechazo, y la propaganda tiene que vestirla de pacifismo. La violencia pacifica no debe considerarse violencia. Se enmascara la violencia mediante la fuerza y para que ésta funcione se induce la voluntad de oposición. Las sentadas, la ocupación, los desfiles, las marchas, la aglomeración, son actos de fuerza supuestamente pacífica; la peor violencia es la amenaza porque no se extingue, porque se prolonga indefinidamente en forma de acoso, las caceroladas, las pintadas, los carteles, las llamadas de móvil, las asambleas y reuniones, todo de forma pacífica para construir una realidad virtual al modo de Goebbels. Y como Goebbels prometiendo la vida eterna a su propia familia. Se sufre mas con un desaparecido que con un cadáver. El pacifismo fascista del secesionismo no quiere mostrar sus cadáveres.

En Cataluña, las leyes se subvierten amparándose y sirviéndose de leyes garantistas. Que duda cabe que los delitos de lesa humanidad de los Cuixart y Sànchez por sí solos provocan a cualquier sistema de garantías democráticas, que exigirían en cualquier orden social, la pena máxima. Pero lo importante es la trama corrupta del clientelismo, la hoja de ruta que vincula las banderas del terrorismo callejero con el ejercicio de un poder político legítimo que utiliza la representación del Estado para destruir el sistema social y el Estado que les confirió su posición. Puigdemont y Junqueras se han conjurado en una alianza mafiosa con Forcadell y Gabriel, con Cuixart y Sànchez, para destruir la democracia. Si antes se habían conjurado en ocultar sus sucios negocios, la corrupción pujolista de la que se nutrían, ahora lo quieren todo. Se engañan a sí mismos quienes creen que esta marea va a consolarse con una redistribución de los ingresos fiscales en una España unitaria. Como se equivocaron los padres de la Constitución al establecer distritos electorales regionales, al apostar por un sistema proporcional en lugar de un sistema mixto o mayoritario, y una débil democracia parlamentaria con una ley electoral que premia la desigualdad, facilita la extensión de la propaganda del agravio comparativo, y destruye el tejido de partidos nacionales. ¿Qué garantía podría en ese contexto ofrecer una jefatura monárquica del Estado?

La realidad, como en los carnavales, vive bajo la máscara. Hacen falta más puntos de apoyo para volcar el fiel de la balanza, en la justicia y en la economía. Cuando la justicia aparente llega a su máxima expresión, se deriva la secesion. Parece pura matemática. Se alcanza el fin de lo legal, exprimiendo las leyes existentes, de las autonómicas se derivan leyes inventadas con apariencia legal y se subvierten las leyes indicando que solo existen las leyes que se necesitan para alcanzar el objetivo de la independencia. ¿Qué otros mecanismos pueden quedar en pie para arrojar a la ciudadanía hacia el abismo, el «mambo» cupetiano?.

El egoismo de una oligarquía sólo sirve para perpetuar el esclavismo, la depauperación, nos dice Stiglitz. Los obreros, los trabajadores no son independentistas. Están asustados por sus jefes de puño en alto, esa burguesía que les promete el paraíso en la tierra. El puño en alto es la máscara con la quieren atraer a los potenciales creyentes. Todos los fascismos copiaron el lenguaje de la izquierda, así fue con los nacionalsocialistas, con la falange, copiando símbolos del anarquismo obrero, miedoso del progreso y depauperado. La ideología secesionista parece un gigante, pero tiene pies de barro. Cuando se revele la espectacular asimetría de fuerzas, los nacionalistas volverán su rostro hacia Terra Lliure. No se sostiene el nacionalismo sin la práctica continuada del terrorismo.

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