Fernando Jauregui

Rajoy, tan injustamente demolido, tiene que recuperar su papel

Rajoy, tan injustamente demolido, tiene que recuperar su papel
Fernando Jáuregui. PD

Ignoro qué pasa aquí, pero lo cierto es que la que puede ser penúltima sesión de control parlamentario al Gobierno central se convirtió este miércoles en un pandemónium, es decir, en un acto casi infernal, en el que tres de los interpelantes al Ejecutivo que preside Rajoy insistieron en que el presidente es poco menos que un malhechor, a cuenta de las andanzas de la Gürtel, ‘affaire’ que reaparece, en sus distintas modalidades, en los ámbitos judiciales. Precisamente ahora, vaya por Dios.

Claro, ya sabemos cómo es el diputado de Esquerra Rufián, que siempre lleva unas esposas, o lo que sea, a mano para montar su numerito extraparlamentario e intracircense; incluso conocemos al más agreste de los posibles Pablos Iglesias, que llamó, sin más, delincuente a Rajoy en su intervención en esta misma sesión. Me chocó más que la ‘número tres’ del PSOE, Adriana Lastra, se deslizase por este mismo sendero podemita… para estrellarse contra la contundencia oratoria de Sáenz de Santamaría. Y me alerta, en el mismo sentido, una acumulación de ataques personales contra Rajoy, desde el Times comparándole con Putin, hasta Jordi Evole equiparándole con el venezolano Maduro.

Antes habían proliferado los sambenitos de ‘franquista’, que es cartel que algunos, desde ámbitos emergentes, cuelgan del cuello de otros, sin haber propiamente conocido el franquismo. Y no caen en que, teniendo Rajoy el respaldo de ocho millones de españoles, dedicarle tan poco amables comparaciones equivale casi a decir que la ciudadanía, al respaldar a gente como Rajoy, está incurriendo en un apoyo a una nueva dictadura.

Obviamente, nada de esto es así. Rajoy será lo que sea -que es muchas cosas, buenas y malas–, pero no creo que nadie pueda equipararle, ni en lo poco bueno ni en lo mucho malo, al taimado Putin. Ni al brutal, grosero, Maduro. Ni al absolutamente inaceptable Franco. No; España para nada es, contra lo que sugieren últimamente algunos medios europeos y latinoamericanos, una dictablanda, y menos una dictadura, que se dedica a golpear a pacíficos transeúntes que quieren votar. En ese sentido, la deuda que tienen Puigdemont y el resto de su camarilla con los catalanes y los demás españoles es inmensa: nunca podrán pagarla.

Cierto es que desde el Gobierno y desde las oposiciones se han confundido mucho, pero mucho, estrategias y táctica. Verdad que los mensajes no siempre han sido nítidos, ni la honradez, extrema. Se han premiado el cuñadismo y la fidelidad militante, se ha caído en oscurantismos. Y de los errores cometidos en lo referente a la imagen ya ni digamos. Pero eso no es franquismo, ni chavismo, ni zarismo. Es otra cosa.

A mí lo que de verdad me sigue preocupando es esa pertinacia de Rajoy por no ofrecer salidas tras el 21-D, cuando apenas queda un mes y unos días para afrontar esas peligrosísimas urnas catalanas. Rajoy, ante el ataque, lo mismo que su vicepresidenta, se defienden bien desde su escaño. Pero no construye futuro, y eso me parece un déficit, que no es solamente de comunicación. Todo lo fía a lo mal que lo hacen sus adversarios, que por cierto lo hacen casi todo mal, sembrando la confusión y el caos entre sus propios partidarios. Pero basar los aciertos propios exclusivamente en los errores ajenos es un mal camino.

No sé si es mucho pedir, pero, tras la bochornosa sesión parlamentaria de este miércoles, en la que algunos, y cito a Pablo Iglesias y a Rufián de manera muy específica, se han retratado en sus auténticos ‘valores’ -comillas, por favor- como miembros del Legislativo, creo que hay que exigir al Gobierno central, y a su presidente, un esfuerzo suplementario: que nos digan qué van a hacer en educación -inexistente ese Departamento, subsumido en otras tareas–, en Justicia, en orden público, en lo referente a la reforma constitucional… El Estado necesita una refundación y, sin embargo, ahí andamos, anclados en el 155 y en la Gürtel, cada loco con su tema, sin darnos cuenta de que hay que pasar ya al 156, 157, 158… y siga usted, así, contando, lo menos hasta dos mil veinte, que es el año en el que deberíamos haber completado esa segunda transición que algunos, por ejemplo el propio Rajoy, siguen sin admitir. Luego se extrañan de que todo sea debate de sal gorda y vuelo rasante.

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