NO CON MI PASTA

Luis Ventoso: «Si a Cifuentes le gusta el porno d elos teatros del Canal, que lo pague de su bolsillo»

Las provocaciones son un combustible del arte, pero no con dinero público

Luis Ventoso: "Si a Cifuentes le gusta el porno d elos teatros del Canal, que lo pague de su bolsillo"
Mount Olympus. To Glorify the Cult of Tragedy RS

HACE 102 años que nació en Zúrich el Cabaret Voltaire que puso en marcha el movimiento dadaísta, burla a degüello del arte y el modo de vida burgueses. Aquellos poetas y artistas, refugiados en Suiza, eran gamberros e irreverentes, buscaban el escándalo y se choteaban de las convenciones.

Pero ellos mismos se costeaban su tinglado y padecían las apreturas de su bohemia. Al Ayuntamiento de Zúrich no se le habría ocurrido asignar subvenciones para sostener el movimiento antirrazón de Tristan Tzara y sus amiguetes.

Las provocaciones son uno de los combustibles del arte y a estas alturas no nos vamos a escandalizar por la enésima.

Han pasado ya 92 años desde el estreno de «El perro andaluz» de Buñuel y Lorca, el filme surrealista que tanto revuelo armó, recordado por aquella cuchilla cortando una pupila femenina.

Han discurrido 43 años desde el «Saló o los 120 días de Sodoma» de Pasolini, con crudas escenas de tortura, asesinato y violación, con menores incluidos. Ya lo hemos visto todo: del «Sebastiane» de Derek Jarman a las «performances» epatantes de todo tipo de chatarreros que ocupan los museos de arte contemporáneo.

Ya hemos contemplado en la Tate, con un bostezo cansado, las tonterías de Marina Abramovic. Ya nos hemos reído con las travesuras de Calixto Bieito para desacralizar la ópera. Todo está inventado. Nada más fácil que buscar un titular con sexo a saco, violencia o un poco de casquería gore.

El belga Jan Fabre, de 59 años, dramaturgo y director de escena, artista plástico y padre de obras y funciones impactantes, no es ningún imbécil. Algunos de sus trabajos son sensacionales.

Pero su imagen de marca es la brutalidad teatral llevada al límite. Este fin de semana estrenó su última obra, «Mount Olympus», en los Teatros del Canal de Madrid, propiedad del Gobierno regional (su origen viene de la célebre empresa de aguas saqueada por los corruptos de la era Gallardón-Aguirre).

Los teatros costaron cien millones, con un edificio magnífico de Juan Navarro Baldeweg, que ganó el premio Nacional de Arquitectura. En 2008, cuando ya se cocía la crisis, las autoridades despilfarraron 1,2 millones en la fiesta de inauguración. Era el espíritu de los tiempos.

Volviendo a Jan Fabre, su obra dura 24 horas seguidas y es una recreación ultraviolenta de una treintena de tragedias y mitos griegos: Electra, Edipo, Antígona, Prometeo… La Sala Roja donde se representa puso el cartel de no hay billetes para ver lo que definen como «una catarsis salvaje y brutal».

El cénit de la función consistió en que a las siete de la mañana de ayer un actor le introdujo a otro su puño por el lugar donde concluye la espalda.

A mi que Fabre alquile un teatro, presente su propuesta y haga lo que le dé la gana me parece muy bien, aunque no iría a verlo. Lo que se me escapa es por qué tengo que pagar lo de anoche con mis impuestos.

¿Es un servicio público «Mount Olympus» y sus delirios rectales? ¿Puede dilapidar el dinero así un país que está pagando a crédito sus pensiones? Cifuentes podría animarse a revisar su concepto de modernidad.

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