ESTOS tiempos nuestros en los que tanta importancia hay concedida al factor sentimental explican que Marta Sánchez haya triunfado proporcionando al Himno un asidero de cohesión que remite a los corazones rotos, blandurrios, de las baladas pop. Bien por ella, pues lo ha visto, pero tampoco se me emocionen como para poner a cantar la letra a los escolares en sus aulas.
Si tienen curiosidad, busquen lo que Edith Piaf hizo con «La Marsellesa» sin alterar un solo renglón de la feroz letra de combate y con una carraspera marcial en la garganta.
Es verdad que Edith Piaf trabajó con mejor material que Marta Sánchez, pues España todavía no ha encontrado su himno ni lo hará y por eso, al menos en las confrontaciones deportivas, empieza los partidos un gol abajo en lo emocional.
Nunca me cansaré de pedir la adopción del «Asturias, patria querida», aunque admito que a los oriundos de Albacete puede resultarles difícil desarrollar sentido de pertenencia viniendo de subir a un árbol en Asturias.
Edith Piaf tuvo una intensa relación de amor a Francia, impensable en cualquiera de nuestros artistas que, salvo excepciones prácticamente clandestinas, arrastran el complejo de culpa de ser español, cuyo único eximente posible es decirse español de la tricolor republicana.
Durante la guerra de Argelia, dedicó a la Legión Extranjera que combatía allí una de sus canciones más famosas, «Je ne regrette rien» («No me arrepiento de nada»). La Legión tenía muchos himnos, entre los cuales había adaptaciones de los de las Waffen-SS, como «El canto del Diablo», que trajeron los veteranos de la Carlomagno que se alistaron después de la derrota porque no querían regresar.
Pero fue la canción de Edith Piaf, «No me arrepiento de nada», la que el 1er Regimiento Extranjero Paracaidista (1er REP) eligió para cantar al salir de sus barracones en Argel para entregarse una vez fracasado en 1961 el «putsch de los generales» contra De Gaulle y sus intenciones abandonistas en Argelia.
Ese 1er REP, disuelto a raíz del golpe, venía de sufrir en Indochina y de ser vapuleado en Dien-Bien-Phu, y no le quedaban tragaderas para una sola rendición más. De su dispersión, de la salida de Argelia decretada por De Gaulle, que tan traicionados hizo sentir a los «pieds-noirs», quedó sembrada la raíz de lo que luego fue la OAS (Organización del Ejército Secreto) -los «barbouzes», por sus barbas postizas-, que trató de continuar la guerra y de cobrarse venganza en el submundo terrorista.
Muchos de sus miembros terminaron refugiados en España, adonde llegaron huyendo de condenas a muerte para integrarse en trabajos, como en el sector de los cosméticos, que a veces eran impensables tratándose de veteranos de todas las guerras de descolonización.
Iba a escribir de Marta Sánchez. Pero esto me ha parecido menos actual, sí, pero más interesante. Hay que ver qué alegría cobran los dedos sobre el teclado en cuanto mira uno más allá de nuestra mediocre época.