La Marea de Pérez Henares

Un Nación herida

España es hoy una Nación herida. Profundamente. En su dignidad, en su esencia y por supuesto en su orgullo. Una importante mayoría de españoles se sienten gravemente ofendidos y aún peor, maniatados y obligados, a no poderse defender tan siquiera. Y tienen muchas razones para estarlo.

La primera es la vileza de la traición separatista a la generosa, todavía joven e ingenua democracia española. La que ha dado a Cataluña el autogobierno, el respeto total a sus señas identitarias y ha obtenido a cambio la acusación de ladrona y opresora y la utilización de los instrumentos entregados, la educación sobre, todo para propalar el odio a ella, el insulto a sus símbolos y la persecución de la lengua común. Y tras conseguirlo todo pasar la definitiva línea de la secesión, violar la Constitución, ciscarse en todas las leyes y romper el pacto de convivencia que votaron masivamente para quebrar a la ciudadanía, aplastando los derechos de todos y de más de la mitad de sus propios ciudadanos para conseguir un delirio.

La segunda de las razones y de los enfados es también interna. Se dirige a quienes actúan como palanganeros genuflexos de los secesionistas y en ello no solo las formaciones de izquierda populista sino socialistas periféricos, como Baleares que las secundan y hacen propias, sino también a un nutrido grupo de medios de comunicación y a toda una pléyade de opinadores hegemónicos en el relato y los mensajes, entregados al agitprop por convicción o en alianza tras el objetivo de derruir al gobierno sin parar en que con ello se derriba al Estado. El secesionismo, y no solo en TV3 que es su entusiasta correa trasmisora, se pasea por todos los platos, radios y digitales españoles donde pregonan de continuo su mercancía, sin que se les de replica e impidiendo incluso el dársela a quien lo intenta, pues cuando la connivencia no existe lo que suele aparecer es el miedo y el complejo de no molestar al intocable separatista cargado con su bula y con el edicto de excomunión por fascista a quien ose contrariarlo.

La tercera y mas dolorosa, por inesperada y reciente, es Alemania y, por ampliación, la UE. El auto de tres jueces regionales germanos resolviendo de una patada y en un parpadeo el derecho de España a juzgar a un prófugo de su Justicia prejuzgando algo sobre lo que ellos si que carecen de cualquier derecho a juzgar y aduciendo algo tan peregrino en su decisión como que no se puede considerar que hubo rebelión puesto que aunque si hubo intención y violencia esta no fue la suficiente como para poner en riesgo de doblegar al Estado. Esto dicho en un país donde los partidos separatistas están, en si mismos prohibidos supone una patada en el cielo de la boca a España, a su Constitución, a su Estado de Derecho y a sus Tribunales. La Euroorden no supone que un país, en este caso un Land pueda prejuzgar lo que ha de ser juzgado en otro. Y esto es lo que se ha hecho ahora. Y por lo visto se piensa seguir haciendo con el delito de malversación. A quien se parece estar juzgando por esos magistrados regionales es a la Justicia española y si hay alguna duda la ha despejado la ministra socialista alemana que ha aplaudido su decisión y adelantado la próxima negando la malversación y saludando alborozada la plena y próxima libertad de Puigdemont es su suelo.

Lo sucedido no solo tiene una gravedad extrema para la situación actual. Aunque tiene mayor y perverso calado en el futuro de la propia Unión Europea. Por un lado con España, un país convencidamente europeista, que puede deslizarse de inmediato hacia una desafección creciente y resentida ante el trato recibido. La sensación muy lógica, aunque no lo haya sido así excepto por este desdichado pronunciamiento judicial, es que viene a resultar tras lo sufrido, tras nuestra Constitución pisoteada y un intento de despedazar nuestra nación, Europa ni siquiera nos concede derecho ni a juzgar a los responsables. Ni a juzgarlos siquiera, porque ellos prejuzgan lo que aún ni siquiera se ha juzgado aquí y que bien pudiera rectificar o modular acusaciones e imponer otras penas, como sucede tantas veces, que las que se solicitan por los fiscales.
Pero con ello Europa se hace a si misma un daño inmenso y que puede ser germen de su propio desmembramiento. Esto abre de par en par y con impunidad la puerta a todos los nacionalismos secesionistas y estos amenazan una vez más al continente entero. Lo que tres jueces de pueblo alemán pueden haber desatado y alentado bien pudiera ser la respuesta a la pregunta de “¿Cuándo se empezó a joder Europa?”.

Y hay una cuarta razón y no es la menor sino en cierto modo la que más duele. Y no es otra que la responsabilidad de nuestro propio gobierno para ofrecer, al menos, un contrarelato, un liderazgo, una respuesta, una decisión y un mensaje claro a los españoles que se sienten cada vez más huérfanos e indefensos. Eso a nivel interno. Exteriormente aún. El “Inutil Solemne” por parafrasear a Rajoy, de nuestro ministro de Exteriores señor Dastis , es la perfecta imagen de nuestra inanidad y fracaso. ¿Pero que demonios es eso de no internacionalizar el conflicto?. Si ya lo está por tierra mar y aire. Y es más, es que es bueno que así sea, porque al hacerlo es como Europa puede caer en la cuenta de lo que a ellos, a todos se les puede venir encima como no se ataje. Hemos de ser nosotros quienes expongamos nuestras razones y verdades ante la mentira y la propaganda separatista desatada contra España. ¡Pero hay que hacerlo y no quedarse estúpidamente silente, bobamente callado, estupefactamente paralizado e incompetentemente perdido! Pero parece ser nuestra tradición más acrecentada. Tragarnos y no saber replicar nuestra Leyenda Negra. Hacerlo no es absolutamente imprescindible y urgente. Depende de ello lo que vaya a ocurrirnos en breve espacio de tiempo como nación pero también lo que vamos a ser después a los ojos del mundo.

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Autor

Antonio Pérez Henares

Ejerce el periodismo desde los 18 años, cuando se incorporó al diario Pueblo. Ha trabajado después en publicaciones como Mundo Obrero, Tiempo, El Globo o medios radiofónicos como la cadena SER. En 1989 entró al equipo directivo del semanario Tribuna, del que fue director entre 1996 y 1999. De 2000 a 2007 coordinó las ediciones especiales del diario La Razón, de donde pasó al grupo Negocio, que dirigió hasta enero de 2012. Tras ello pasó a ocupar el puesto de director de publicaciones de PROMECAL, editora de más de una docena de periódicos autonómicos de Castilla y León y Castilla-La Mancha.

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