OPINIÓN: Alfonso de la Vega

11-F: una reflexión sobre el aniversario de la Primera República

11-F: una reflexión sobre el aniversario de la Primera República
Emilio Castelar

Este 11 de febrero de 2012 se cumple el aniversario de la proclamación de la Primera República española. Experiencia política fallida consecuencia de la abdicación de don Amadeo de Saboya, un Rey honrado que se hartó de la situación y de la falta de inteligencia emocional y política de los españoles, agravada por la desaparición del que había sido su principal apoyo y promotor de su entronización, el presidente Prim. Que fuera asesinado por una conjura que nunca llegó a esclarecerse justo cuando el que iba a ser coronado rey llegaba a España.

La Primera República española duró once meses escasos. No pudo hacer frente a sus muchos enemigos. La situación económica y social de crisis, la aristocracia pro isabelina, los carlistas, la propia Unión Liberal del general Serrano, parte del Ejército, pero de modo paradójico acaso su principal adversario resultaría ser el federalismo.

Ese federalismo que se suponía la base de su razón de ser en tanto que república federal. En su corta existencia, no llegó siquiera a aprobar una nueva constitución republicana cuyo proyecto naufragaría en el parlamento durante el agitado agosto de 1873. Un proyecto de constitución con logros importantes como plasmar derechos civiles pero con el germen de la disolución federal.

Decía su Artículo 1º: «Componen la Nación española los Estados de Andalucía Alta, Andalucía Baja, Aragón, Asturias, Baleares, Canarias, Casilla la Nueva, Castilla la Vieja, Cataluña, Cuba, Extremadura, Galicia, Murcia, Navarra, Puerto Rico, Valencia, Regiones Vascongadas. Los Estados podrán conservar las actuales provincias o modificarlas, según sus necesidades territoriales».

La Primera República tuvo cuatro presidentes, tres catalanes: Estanislao Figueras, Francisco Pí y Margall, y Nicolás Salmerón. Y uno gaditano, Emilio Castelar. Se gobernaba a trompicones sin el control efectivo del aparato de Estado, mientras el caos agravado por la subversión violenta de carlistas y federalistas se cebaba contra la población civil.

En septiembre, Castelar intentó reconducir la situación pero ya era demasiado tarde. Clausuró las sesiones parlamentarias y gobernó por decreto. Cuando ya en enero de 1874 quiso someterse a una moción de confianza, su amigo el gobernador militar de Madrid, el general Pavía, le aconsejó que no lo hiciera porque la iba a perderla y entonces «no iba a quedar más remedio» que intervenir. Así fue.

Estamos ahora en periodos tumultuosos con una cierta sensación de final de etapa. Las instituciones fallan. La gente más lúcida o conocedora de nuestra Historia cree necesario un cambio en profundidad. El presente sistema autonómico se revela insostenible o incompatible con la conservación de logros sociales, o con una salida pronta y razonable de la crisis para la mayoría de la gente que sufre sus consecuencias.

Sin embargo, algunos partidos, bien que en cierta decadencia intelectual y de influencia política siguen proclamando su federalismo. Un federalismo asaz curioso porque a diferencia de otras naciones y procesos históricos se hace para separar no para unir o integrar.

Uno de los precedentes autóctonos de la actual deriva confederal autonómica o de la unión contra natura entre el socialismo hispano y sus aliados nacionalistas son los cantones decimonónicos, una especie de átomos de soberanía radioactiva resultado de la fisión nuclear de la antigua soberanía española.

Los cantones son una manifestación del particularismo ibérico en un tiempo que como decía el portugués Ramos Oliveira, «cayó el gobierno de España en manos de Cicerón cuando más hubiera necesitado a César».

Aunque hoy las luchas entre CCAA son pacíficas, limitadas por el momento al mejor saqueo o arrebañado de presupuestos a la mejor gloria de los caciques territoriales que las dirigen, durante la Primera República hubo combates violentos entre los cantones. Por ejemplo entre el cantón de Sevilla y el de Utrera.

La escuadra fondeada en Cartagena, la más moderna y con planchas de acero en el casco, fue confiscada por el cantón cartagenero rebelde al gobierno republicano y se fue a bombardear a la peligrosa potencia extranjera de Alicante. Cuando el pueblo de Jumilla se declaró soberano anunció solemnemente que:

«Jumilla desea estar en paz con todas las naciones extranjeras, y sobre todo, con la nación murciana, su vecina; pero si la nación murciana, su vecina, se atreve a desconocer su autonomía y traspasar sus fronteras, Jumilla se defenderá, como los héroes del dos de mayo y triunfará en la demanda, resuelta completamente a llegar, en sus justísimos desquites, hasta Murcia, y a no dejar de Murcia, piedra sobre piedra.»

No sabemos si los intereses beneficiarios de la España autonómica se encastillarán al modo numantino hasta que del llamado Estado del Bienestar tampoco quede piedra sobre piedra. Pero sería bueno aprender de nuestras anteriores experiencias históricas, sobre todo cuando resultaron fallidas como nuestra Primera república.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

Lo más leído