Se podría pensar que para llegar a obispo había que tener ciertos conocimientos, acreditada sensatez y sobre todo ser lo que se conoce como buena persona.
Los hechos demuestran que quizá tengan algunos conocimientos técnicos, pero para atribuirles sensatez y bondad hay que poner mucha imaginación.
Recientes están los tiempos en que los curas y los obispos vascos avergonzaban a los católicos, cuando no los sumían directamente en la congoja y desconcierto. No a todos, algunos se dieron cuenta de que una cosa es la fe y otra el clero.
Los obispos y curas catalanes también se las traen. Hacen encaje de ovillos para poner de manifiesto su apoyo a los políticos presos, sin que les importe ofender con ello a los ciudadanos honrados, a los creyentes consecuentes con su fe. Se posicionan junto a quienes dicen ser creyentes, pero no demuestran serlo. Quizá estos malos creyentes, estos católicos de pacotilla, meapilas infames, son los que más dinero dejan en el cepillo.
Y hablando del dinero, que es el dios que más adeptos y más fieles tiene, próximamente llegará la campaña de la renta y los templos lucirán en sus tablones de anuncios la sugerencia de que se ponga la equis en la casilla de la Iglesia. No pienso atender esta petición. No deseo que parte de mis impuestos vayan a parar a los bolsillos de ciertos curas, monjas, obispos y cardenales infames.
Esta gente que siempre sabe ganarse el afecto de los poderosos, lo cual lleva a que obispos de derechas, de izquierdas, de centro, de arriba y de abajo, incluso obispos nacionalistas y populistas, cuando tanto el uno como el otro, el nacionalismo y el populismo se basan en aprovechar el odio que sienten los débiles de carácter. Mientras la Iglesia, o parte de ella, apoye a quienes incitan a odiar que no cuente conmigo para nada.

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