Me pregunto si Pascual Sala, Eugenio Gay, Elisa Pérez Vera, Pablo Pérez Tremps, Luis Ortega y Adela Asúa, que son los magistrados que decidieron que Bildu es un partido constitucional sentirán algún tipo de contrariedad cada vez que aparece Otegui en escena, por ejemplo, para decir que «quizá hicimos más daño del que teníamos derecho a hacer», o cuando lo hace Iriarte para aclarar lo siguiente: «El daño causado por ETA está reconocido; que fuese o no injusto depende de cada relato», o si, por el contrario se sienten satisfechos por el trabajo que hicieron. Hay que tener en cuenta que gracias a que Bildu es un partido legal, Sánchez tiene suficientes apoyos.
Pero a quienes no les parezca bien lo que hicieron se les podría decir que no sólo hay motivos para reprocharles a estos personajes que la actualidad no sea como debiera, puesto que hay salvajes haciendo honor a su condición y hay partidos políticos a la altura de esos salvajes, sino que, sobre todo, habría que poner el foco en aquellos que al inicio de la democracia diseñaron el marco legal por el que iba a discurrir la vida de los españoles en adelante. En lugar de procurar hacerlo del modo más conveniente para los ciudadanos, se centraron en sus propios intereses personales y de partido. Personales, porque estaban embebidos de su trascendencia histórica, lo cual les envanecía mucho, y porque se tenían por muy demócratas y querían demostrárselo unos a otros abriendo mucho la mano. De partido, porque la idea de vengar la derrota en la guerra no la olvidaron nunca unos y otros, los nacionalistas, quisieron y lograron aprovechar esa circunstancia.
El pensamiento pequeño, egoísta, tiene esas consecuencias y otras como que alguien ve que bajo su mandato el país se hunde en la miseria y no dimite, otro que se da cuenta de que no tiene agallas para hacer lo que debe, y tampoco dimite, un tercero que no consigue ilusionar al electorado, pero hay modo de convencerlo para que se dedique a otra cosa y otros muchos casos similares.
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