Lorca y aquella trágica boda, por J.C.Deus

Quizás nunca sabremos donde está enterrado Lorca, pero su teatro y dentro de él ‘Bodas de sangre’ se representa continuamente; en estos días por ejemplo en Ermua y en Prat del Llobregat además de en Madrid, donde el Centro Dramático Nacional junto al Centro Andaluz de Teatro la mantendrán en cartel hasta el 3 de enero en que iniciará su gira por Andalucía. Y también estará dos semanas en Nueva York el próximo marzo en el Instituto Internacional de Arte Teatral llevada por otra compañía española. Es decir, que no deja de representarse esta tragedia en tres actos y siete cuadros, que se estrenó en 1933 inspirada en un suceso real ocurrido en Níjar, Almería, cinco años antes.

Ya sabemos que las comparaciones son odiosas; pero también que son inevitables. Y resulta inevitable comparar estas ‘Bodas de sangre’ con ‘La casa de Bernarda Alba’ que el pasado septiembre Lluis Pasqual montara con Nuria Espert en coproducción del Teatro Español y el Nacional de Cataluña. Pues bien, no desmerece en absoluto de ésta, y José Carlos Plaza demuestra que el lugar importante que ocupa en el teatro español es merecido.

Dos tratamientos diferentes y sin embargo hermanados en calidad y sobresaliente resultado final. ‘Hemos huido en nuestro montaje de cualquier aparente actualización y hemos intentado justo lo contrario: volver la vista atrás, muy atrás, en un tiempo y un espacio donde la tragedia pueda tener lugar’, explica José Carlos Plaza que considera esta obra «una tragedia operística, con muchos puntos de surrealismo, poética y filosófica, nada que ver con ‘La casa de Bernarda Alba’ o ‘Yerma'».

Es un Lorca en andaluz, con toda la fuerza del habla del sur, con todos los riesgos que su popularidad e identificación con ‘lo español’ comporta. Primer asunto bien logrado, porque en ningún momento se roza el tipismo folclórico. Resulta auténtico y veraz. La apuesta de Plaza por la actriz Consuelo Trujillo para interpretar a la protagonista, la madre perseguida por la tragedia, se demuestra acertada. Luis Rallo y Noemí Martínez son los novios, papeles incomparables en dificultad, que es tanta en el caso de ella como para no poder superarlo. Se trata de una mujer que se fuga con un antiguo novio el día de su boda. Un papel muy difícil ciertamente, porque el deseo sexual y el desafío casi suicida de lo prohibido, se antepone a la razón y a lo sensato dando lugar al título. Por qué la novia actúa así es la pregunta que este montaje no consigue desentrañar porque ni Lorca en su poético texto lo hizo ni las crónicas de la época debieron reflejarlo. Siempre lo más importante se queda en el tintero.

Como habitualmente, es en el elenco actoral al completo, en los papeles secundarios, donde se decanta la excelencia. Y aquí, Carlos Álvarez-Nóvoa, como el padre de la novia, Olga Rodríguez como la esposa del trasgresor, y sobre todo Maica Barroso como el ama de la casa de la novia, elevan el reparto a terrenos cercanos a la calificación de sobresaliente, compartida con la coreografía de Cristina Hoyos, y unas escenografía, iluminación y vestuario que por momentos nos hizo pensar que estábamos en la ópera, dada su altura y nivel de miras. Pues, qué pedazo de ópera podría salir de Bodas de Sangre, tal y como evoca la excelente música con que Mariano Díaz acompaña el drama, esos rugidos telúricos, esos sobríos tambores tribales.

Estas ‘Bodas de sangre’ son cien por cien andaluzas (de esa andalucía oriental menos conocida y más dramática), pero mucho menos flamencas que las que popularizara Antonio Gades y llevara al cine Carlos Saura. La escenografía sólo tiene cielo, tierra y una roca hendida. Los colores apenas se insinúan en el sombrío ambiente. El inicio de la obra, con la madre en medio del escenario con su vestido de ese negro jaspeado de tantos lavados que llevaba las mujeres del campo, es enorme.

Pero no podemos omitir que Federico García, como la mahyoría de los intelectuales españoles consagrados que se han acercado al pueblo a lo largo de los dos últimos siglos, nos ofrece una versión desfigurada de una realidad que no conocían, una versión que hoy llamaríamos ‘sensacionalista’, que insiste en la miseria y la opresión, en el sufrimiento y la brutalidad, ignorando la parte menos llamativa y más ‘normal’ de esa realidad pintoresca, la parte que ni ayer ni hoy es noticia. De esta forma, los españoles hemos terminado teniendo de nuestra historia y de nuestra idiosincracia una visión deformada, peor que la real, simiente de no pocos males cuyo detalle se escapa de esta humilde reseña. Esta sangrienta boda y aquella Bernarda Alba eran excepciones seleccionadas por Lorca que confirmaban una realidad bastante más llevadera. Hemos sustituido la españa real por la españa de los cazadores de historias llamativas y tremendistas, y nadie ve desnudo al emperador cuando se pasea en pelotas.

Bodas de sangre comienza siendo un drama naturalista con diálogos expléndidos y personajes carnales, y al final es una alegoría en verso, donde una luna humanoide y una muerte en figura de mendiga vienen a intervenir con no demasiado acierto, donde a veces los ripios se encadenan interminablemente y donde la obra está a punto de naufragar en terrenos procelosos. La madre, la ‘viuda’ por partida doble y otras mujeres invocan la cruz. La joven infiel que ha desencadenado la tragedia con su loco proceder, reivindica fieramente que sigue virgen y no ha consumado su traición. La pobre señora que suma otro hijo muerto violentamente al primogénito y al marido que también lo fueron, retoma su obsesiva reflexión sobre los peligros del arma blanca con la que comienza la obra: ‘Y apenas cabe en la mano/ pero que penetra frío/ por las carnes asombradas/ y allí se para, en el sitio/ donde tiembla enmarañada/ la oscura raíz del grito’.

La tragedia se cierra un poco en falso pero ello no consigue empañar el impacto. Aunque a estas alturas sigamos sin entneder cómo dos hombres pueden matarse mutuamente con un solo cuchillo.

BODAS DE SANGRE
de Federico García Lorca
Dirección de José Carlos Plaza
Coproducción
Centro Dramático Nacional y Centro Andaluz de Teatro.

Equipo artístico
Dirección José Carlos Plaza
Escenografía Francisco Leal / José Carlos Plaza
Iluminación Francisco Leal
Vestuario Pedro Moreno
Música original y dirección musical Mariano Díaz
Coreografía Cristina Hoyos

Reparto (por orden alfabético)
El padre de la novia Carlos Álvarez‐Nóvoa
Leñador 3 Omar Azmi
La criada Maica Barroso
Mozo 2 Juan Cabrera
Muchacha 3 Pepa Delgado
Leonardo Israel Frías
Mozo 1 Fael García
La niña Pilar Gil
Muchacha 1 Sonia Gómez
Muchacha Marina Hernández
La suegra Carmen León
Muchacha 2 Ramos López
La vecina Ana Malaver
Leñador 2 Toni Márquez
La novia Noemí Martínez
Mendiga Paca Ojea
Leñador 1 F. M. Poika
El novio Luis Rallo
La mujer de Leonardo Olga Rodríguez
Convidado Rafa Téllez
La madre Consuelo Trujillo
Danza aérea Diana Wrana
Con la colaboración de Ana Belén en la voz y canción de La Luna

Funciones
12 de noviembre de 2009 a 3 de enero de 2010
De martes a sábados, a las 20.30 h
Domingos, a las 19.30 h
Teatro María Guerrero
Calle Tamayo y Baus 4
28004 Madrid

Clip del espectáculo
Texto completo
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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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