La Federación de Periodistas Europeos critica la actitud del partido ultra griego

Del «ustedes se han de levantar» de Pujol al «¡levantaos!» de los ‘gorilas’ griegos

Los gorilas del partido que lidera Mijaloliakos obligaron a los periodistas a levantarse cuando este entraba en la sala; Espada cuenta una situación similar que se daba en Cataluña durante el mandato de Pujol

«Quiero que se levanten cuando el líder entre», espetó a los periodistas uno de los gorilas que acompañan a Nikos Mijaloliakos, líder de Amanecer Dorado, formación política ultra que ha obtenido representación en el Parlamento griego —El líder de los neonazis griegos: «Temednos, que ya llegamos»–.

«El que no se levante ya puede ir yéndose», continuó el fortachón, tal y como puede oirse en el vídeo (que corre por Youtube traducido al español). Luego, gritando a los periodistas: «¡Levantaos!», entre aplausos. Y se levantaron la mayoría.

LUCHAR POR LA LIBERTAD DE PRENSA

Esta obligación por parte de los miembros del partido Amanecer Dorado ha sido criticada por la Federación de Periodistas Europeos (FPE), que ha considerado «inaceptable» el trato que el partido ultra dio a los periodistas que fueron a cubrir la rueda de prensa de Mijaloliakos, tras el resultado electoral.

En un comunicado, la FPE ha criticado las restricciones que impuso el partido ultraderechista a la labor periodística. Michaloliakos prohibió el acceso a la sala a varios periodistas, además del gesto obligatorio de «mostrar respeto» al dirigente de la formación, que supuso la expulsión de la sala a varios periodistas griegos.

La FPE, junto con la Unión de Periodistas de Atenas, ha hecho un llamamiento a todos los trabajadores de los medios de comunicación para que no se dejen intimidar y que continúen luchando por la libertad de prensa y la protección de la democracia.

«UN DÍA UNO NO SE LEVANTÓ»

Este acontecimiento, con la distancia del tiempo y el lugar, tuvo su precedente autóctono en Cataluña. Lo relata el periodista Arcadi Espada en su libro Contra Cataluña (Flor del Viento Ediciones, 1997).

Hay que situarse durante el mandato de Jordi Pujol (CiU) al frente de la Generalidad de Cataluña, entre los ochenta y primeros noventa, concretamente. En una sala de prensa esperando la llegada del mesías nacionalista:

«[…] Antes de pronunciar el Ara no toca el presidente Pujol solía entrar con tres cuartos de hora de retraso en la sala donde los periodistas lo esperaban. No sé cómo empezó todo, pero lo cierto es que al entrar el presidente los periodistas se levantaban de la sillas. Un día uno no se levantó. Por pura distracción no se levantó. Lo primero que hizo Pujol cuando empezó a hablar fue propinarle una bronca monumental al distraído. Y acabó así, bien lo recuerdo.

– Ustedes se han de levantar. Porque si entrara el presidente del Gobierno español se levantarían y porque yo soy el presidente de la Generalidad y la institucionalización de Cataluña necesita gestos como ése. Necesita que ustedes se levanten.

Resopló y siguió en lo suyo.

A mí no me parecía mal su actitud. Una nación en trance de hacerse necesita ese tipo de gestos. En una nación hecha, y en un caso así, pueden darse dos supuestos: que la tradición ponga un resorte en el culo de los periodistas, un resorte violento y general a salvo de una distracción cualquiera, o que la glacial indiferencia del poder no sepa atisbar siquiera desde su lejanía si los periodistas están sentados o están levantados, que es lo que ocurre con el presidente del Gobierno español en sus reuniones con la prensa.

A mí me enternecía esa insistencia de Pujol en exigir que la gente se levantara a su paso, para acabar proclamando acto seguido que éramos una nación. Pero no me enternecía hasta el punto de sancionarla con mi participación: esperaba a Pujol fuera y entraba en la sala poco después. También puedo ser un tipo pragmático.

Era incapaz de perdonarle a Pujol que nunca saludara al enemigo; que llegara siempre con mucho retraso a las ruedas de prensa y que nunca, jamás de los jamases y de los nuncas, ofreciera una disculpa mínima; que tratara con una desconsideración naturalísima a los periodistas, en especial a los jóvenes; o que se interesara con bastante MALAGE y rozando la incorrección por las piernas de alguna periodista que había llegado al Parlament con la falda más corta de su gusto.

Un hombre que solo exigía las formas en los otros no merecía mi gimnasia vertebral aunque la construcción de Cataluña estuviera por medio. Pero, al tiempo, me horrorizaba la idea de tener un enfrentamiento en voz alta con él -era el presidente y yo no me habría callado algo de todo esto que ahora escribo- si algún día me increpaba por no levantarme a su paso. Así, yo veía desde el pasillo el levantamiento de la nación. Aparte».

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