El “piercing” y otras modas

Por Javier Pardo de Santayana

( Piercing. Acuarela de Andy Calavera en andycalavera.tumblr.com)

Nos dicen que la Real Academia de la Lengua acaba de añadir a nuestro Diccionario palabras como zasca, casoplón y brunch. Y como suele suceder últimamente, vuelvo de nuevo a sorprenderme, pues tenía a aquella institución por más seria y más sensible de lo que con estas decisiones nos demuestra.

Digo esto porque, si bien lo de “zasca” es algo que vengo oyendo con cierta frecuencia, no me parece que lleve ya rodando tanto tiempo como para admitirlo sin esperar a que sea palabra refrendada por alguna pluma insigne o mediopensionista: algo bastante semejante a lo ocurrido con aquello de ”cobra”, que todos tienden a identificar con un discutido gesto de rechazo entre dos cantantes “famosillos”. Como ocurre con lo de la palabra “casoplón”, y la prueba es que, preguntada la gente sobre si conocía este vocablo, la respuesta del primer entrevistado – elegido sin duda por tratarse de un muchacho joven – fue relacionarlo sin más con un político de vía estrecha perfectamente conocido que presumía de pobre y sin embargo hoy exhibe su vivienda.

En cuanto a lo del ”brunch” les puedo asegurar que utilicé dicho vocablo norteamericano cuando nuestros compatriotas no viajaban aún tanto como ahora. Mi mujer y yo solíamos utilizarlo los domingos y consistía en un desayuno tardío o almuerzo tempranero que nos venía bien  siendo pequeños nuestros hijos.  Ahora parece haberse puesto de moda, y lo comprendo. Sin embargo hay una cosa para mí sorprendente: la pronunciación oficial de ese vocablo, pues tengo la impresión de que los españoles lo hacemos a la inglesa, esto es, de forma más parecida a “branch” que a “brunch”, que es como tendríamos que hacerlo una vez incorporado a nuestro léxico. Curiosa anomalía que este servidor de ustedes denunció recientemente en relación con  aquello de “Girona” (pronúnciese algo así como “Yirona”) que nos ha forzado a utilizar en castellano un sonido oficialmente inexistente.

El desbarajuste que con unas cosas y con otras está sufriendo nuestra lengua es sumamente perturbador para los nuevos españoles, que tal como vengo observando ya desde hace tiempo, desconocen algunas reglas esenciales. Se trata de un desprecio impropio que hoy afecta al legado más valioso que tenemos después de nuestra fe cristiana. Tan es así que cualquiera que entre en un espacio público español se preguntará si se encuentra en el país que espera o más bien en uno de esos territorios cuyo idioma oficial no pasa más allá de sus fronteras; por poner un par de ejemplos, una Noruega o unos Países Bajos. Y es que la cesión de nuestra lengua ante la invasión de los términos ingleses alcanza ya unas dimensiones tales que transmiten  la impresión de que nuestra Real Academia, y con ella toda la sociedad española, se han rendido con armas y bagajes a la presión foránea.

Hago toda este larga introducción a cuenta de otro término que se utiliza ya corrientemente: el del famoso “piercing”, que supongo bendecido hace ya tiempo con el gran aluvión de extranjerismos que en estos días admitimos. Y he de decir que no me importa tanto como pudiera a ustedes parecerles, pues aún peor sería preocuparse por la consolidación de tamaña estupidez en nuestro idioma. Cierto es que ya existía una perforación más o menos ancestral de las orejas de las niñas, costumbre ésta salvaje ciertamente que desconozco cuando fue adoptada. Pero qué quieren que les diga: al fin y al cabo estaba destinada a resaltar la natural belleza femenina, y esté es de por sí un territorio misterioso y escasamente racional teniendo en cuenta lo que son las modas.

Pero la situación actual a este respecto se refiere a algo particularmente estúpido y funesto desde un punto de vista artístico y humano, como es ver a los hombres emulando, no sé si a las mujeres o a los salvajes de algunos pueblos atrasados que poco tienen que ver con nuestros usos y costumbres, y unos y otras con los labios y la nariz – cuando no también la lengua – atravesados  sin más contra natura, que explíqueme usted como se darán arte para manejar tanto destrozo y añadido en el proceso de masticación y deglución del bolo alimenticio. Hasta podremos encontrar un moco metalizado que cuelga atravesando las narices y que supongo se pondrá perdido cada vez que su poseedor tenga un catarro. Lugares por tanto inusitados que hasta hacen peligrar nuestra salud en unos tiempos en los que se hila tan fino y tan insistentemente en relación con este aspecto de la vida.

Así podrá usted ver orejas atravesadas sin piedad que valga por casquería metálica desde su borde superior hasta los lóbulos, e imaginar esos besos en la boca que hoy tanto se prodigan en la televisión y el cine incluso fuera del contexto histórico y social ya convertidos en una auténtica proeza, porque supongo que eludir en el trance tantos obstáculos absurdos no es cuestión precisamente baladí.

He aquí todo un panorama difícil de entender aun sin contar con los gastos que acarrea esta reciente moda tan sólo comparable con la de los imprescindibles tatuajes, ya que conviene recordar que estos excesos de la joyería o la bisutería no salen gratis a una ciudadanía que además protesta – la mayor parte de las veces con razón – por por no tener dinero suficiente. Pues los “piercings”, como los demás añadidos de ese tipo, no suele verse con igual frecuencia en los ambientes de los potentados.

Resulta, pues, difícil de explicar esa pulsión que existe preferentemente entre los que andan menos holgados de dinero por modificar su aspecto natural incluyendo pequeños artefactos por otra parte inútiles: rastas, aretes, estrellitas, y fantasías de diversas formas y tamaños colocadas en cualquier punto de la autonomía humana, incluido el ombligo, por ejemplo. O gastándose un pastón en la peluquería, donde se encargarán toda suerte de manipulaciones y añadidos tales como moños, coletas de distintos tipos y colores, tupés, crestas absurdas, melenas sorprendentes e incluso cráneos desnudos combinados con pelos disparados: algo que se perdona a las mujeres por una tradición de siglos, mas que en los caballeros no se sabe ni a qué santo viene tamaña fantasía.

Supongo que mi improbable lector entenderá ya ahora por qué me resulta tan difícil ponerme en la piel de muchos de mis conciudadanos de hoy en día, tan protestantes ellos y tan carentes de dinero casi todos, pero tan interesados en seguir modas ridículas.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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