Rosas castellanas en la colina del Tepeyac

Por Carlos de Bustamante

(Imagen original de la Guadalupana en la Nueva Basílica del Tepeyac )

Aunque creo que este mismo artículo que sigue se publicó hace años en éste nuestro querido blog, por haberlo rescatado de la hemeroteca del Norte de Castilla, que me lo publicó el 5 de mayo de 1990, vuelvo al blog como homenaje a Nuestra Señora la Virgen de Guadalupe cuya fiesta celebramos el pasado día 12 de este mes de diciembre.

El 2 de enero de 1492 los RR.CC. entran victoriosos en Granada. Pocos días después la Reina Católica acude a Guadalupe, para dar gracias a la Virgen por su segura intervención en tan importante victoria.

Cuando finalizan 800 años de dominación musulmana lo que más preocupa a la Reina es la conversión de los vencidos que durante varios años aún vivirían en suelo hispano hasta volver definitivamente a sus tierras africanas. Escribe a todos los obispados y catedrales de Castilla -y cómo no a Guadalupe- «pidiendo sacerdotes, y aun sacristanes, para la misión del Reino de Granada».

Desde el «Oratorio de la Reina» en Guadalupe y en ese mismo año de gracia Ysabel ve muy claro la necesidad de evangelizar las nuevas «islas» que acaba de descubrir Colón, pobladas por millones de infieles: «Sus hijos de América, para los que pide un trato de dulzura y devoción». En abundante documentación, normas, instrucciones, leyes de Indias…, consta la preocupación de preeminencia y principalidad que tiene para Ysabel, «la predicación de la Fe cristiana y la implantación de la Iglesia» en el Nuevo Mundo. De ese afán, que nace en Guadalupe, son los 2.500 misioneros -impresionante ejército de paz y empeño particular de la Reina- que acompaña a los conquistadores y convierten miles, millones de indígenas, al tiempo que fundan escuelas, parroquias, hospitales, universidades…

Cuando el 26 de noviembre de 1504 muere la Reina, la «siembra» ya había sido tal que, diría si no fuera atrevimiento, no hubo explosión semejante de cristianismo ni aún en tiempo de los apóstoles.

Pero la «cosa» empezó en Guadalupe, o desde el «Oratorio de la Reina» en Guadalupe, porque fue a la propia Virgen que allí se venera a la que Ysabel encomienda la conquista y evangelización del Nuevo Mundo; la misma que en la «quinta aparición» manifestó su nombre a un tío del indio Juan Diego, Juan Bernardino, curado milagrosamente cuando ya estaba para morir «Soy la siempre Virgen Santa María de Guadalupe». Pudo aparecerse a Juan Diego bajo diferente advocación – ¡cientos tiene la misma Madre! – pero hubo de ser precisamente Guadalupe. La misma Señora que arregló con sus propias manos rosas frescas de Castilla sobre la «tilma» del humilde Juan Diego, recogidas de la colina pelada del monte Tepeyac, para las que en absoluto era lugar ni tiempo, y que, milagrosamente, dejó la imagen grabada en el «ayate» del indio. Los ojos bellísimos en cuyo iris están reflejadas hasta doce figuras humanas que contemplan asombradas el prodigio, son los ojos de la Virgen Morena de Guadalupe.

Descubiertas no hace muchos años, ha podido verse al propio indio Juan Diego, al obispo fray Juan de Zumárraga…, de cuyo rostro se aprecia cómo cae una lágrima ante la evidencia de la «señal» milagrosa que él mismo había pedido.

Según la filosofía «náhuatl», lo único verdadero y auténtico sobre la tierra, es la poesía: «Las flores y el canto» («in xochitlin cauicatl»), que en sí encierran y representan toda la belleza, la verdad, la grandeza, el misterio de la divinidad. Eran el medio de comunicación -hermosa ingenuidad- con Ometéol, el dios (¿único?) de todas las fuerzas de la naturaleza. Podían suceder errores y catástrofes, pero el camino de «las flores y el canto» quedaba siempre abierto para un retorno hacia Dios.

Pocos años después de la caída de Tenochtitlán, cuando parecían destruidas todas las esperanzas para los indios, María de Guadalupe proclama la gozosa noticia de salvación para todo el territorio de Anáhuac, por medio de «las flores y el canto».

  1. Valeriano (1520) describe el hecho milagroso con un estilo «náhuatl» cándido, exquisito, entretejido de bellas metáforas. La Señora de Guadalupe presenta sus credenciales en la lengua nativa, declarándose Madre de Dios y de los hombres. El vidente Juan Diego ha sido llamado a comunicarse con la Virgen de Guadalupe a través del «canto y de las flores».

El suelo árido de Tepeyac, desolado por el frío y sobre todo por la destrucción del templo de la diosa Tonantzin, se convierte en un divino vergel. Las flores y rosas castellanas, que Ella arregla con sus manos en el «ayate» (tilma) de Juan Diego, es la señal venida del cielo; la del comienzo de una nueva era para aztecas y tlaxaltecas.

Después de las apariciones (cinco), las conversiones al cristianismo se producen de forma multitudinaria: 15.000 bautismos al día, hasta que los misioneros -Motilinia y sesenta franciscanos- ya no pueden levantar los brazos. Constata el obispo de Tlaxcala que en diez años (1531-41), hubo de ¡siete a ocho millones de conversos!

La cosa empezó en el «Oratorio de la Reina», en Guadalupe, Cáceres, España. Luego, un indio de la categoría de los «macehuales», pobre, sencillo; una tilma hecha con las fibras extraídas del «maguey» (cactus que produce el «pulque»); unas flores, rosas castellanas… ¿No son un milagro los hoy 300 millones de católicos? ¿Y que a la Virgen de Guadalupe se la venere en toda América, en Filipinas, en el mundo entero?

En el mes de mayo y desde el corazón de Castilla, «cánticos también y flores».

¿Por qué no?

 

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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