(“Que quien a mi no me lea / con gran deleite y fruición / si es mujer será muy fea, / si es hombre será… un felón”. De “Mi ripioteca privada”).

Estoy perdiendo la paciencia. En no pocas de mis chirigotas he tratado de convencer a vuesarcedes de que comenten, critiquen, bendigan o maldigan aquello que uno manifiesta en sus escritos, pero, la verdad, vuesarcedes ¡chitón! a esa demanda mía. Se empeñan en transformar, no sé por qué, lo que a juicio de mi señoría habría de ser un diálogo, que sea un monólogo, limitándose a oír lo que se les diga, pero sin articular palabra. ¿Y qué sabe mi señoría si vuesarcedes le escuchan o simplemente le oyen? Pero es que no se dan cuenta de que para personas como uno, si se limitan a oírle, si no le escuchan, es decir, si no le prestan atención… ¿De qué le sirve a este menda que las estadísticas que, como saben vuesarcedes, existen le digan a mi señoría, por ejemplo, que 235 lectores accedieron ayer a mi blog? ¿No pudo ocurrir que muchos de esos 235 lectores se limitaran a asomarse al blog en cuestión y, una vez que vieron el título de la chirigota que fuese y el nombre de su autor -el mío-, no pensaran más que: simplemente se trataba de “otro rollo de este tío.  La verdad es que no le aguanto”, y, sin más, clicando el ratón, se hayan ido a otra pantalla que les resulte más placentera. ¿Cuál sería, o debería ser -a juicio de mi señoría– la actitud correcta de un lector paciente en una situación como la que descrito les he? Pues, simplemente, si tan mal le caen mis parletas al susodicho lector, que no se asome siquiera al blog. Pero si de verdad se encaran con la chirigota que sea, léanla, ¡coño! Y si leída la cuchufleta que sea se les antoja que aquello es horroroso, arremetan, entonces sí, contra el autor, y díganselo tranquilamente. ¡Quéjense, caramba! Recuerden aquello de “ladran luego cabalgamos”, que si no, estamos parados. Y todo el mundo sabe lo malo que es eso del paro. ¿O no?

15-04-2021.