Cajón de Sastre

Rufino Soriano Tena

Sin memoria, mal vamos

Mi señoría cada día lo pasa peor. Y lo de pasarlo peor es pasarlo muy mal, porque, como todo el mundo sabe, lo de peor es comparativo de malo, es decir, comparativo de algo que es “de mala condición o de inferior calidad respecto de otra cosa con que se compare”. Y es que mi señoría es un anciano que ya está consumiendo el nonagésimo quinto calendario de su vida, o sea, que los noventa y cuatro almanaques primeros ya los he pasado. ¿Y qué? Pues que siendo un anciano de 94 años de edad resulta que me falla algo la memoria. Y ahí está lo malo.

-Abuelo, si eso ya me lo has preguntado un montón de veces y te lo he explicado en tantas ocasiones como me lo has preguntado.

-Estás confundido, Íñigo. Eso no te lo ha preguntado nunca. Si te lo hubiese preguntado un montón de veces, lo sabría y no te lo estaría preguntando de nuevo.

-Pues sí señor que me lo has preguntado. Lo que ocurre es que a ti se te olvida y… vuelta la burra al sembrado.

Y escenas análogas a esa se repiten con frecuencia. ¿Será verdad? Para mí, no. Pero tampoco puedo asegurarlo, porque…, ¿y si es como me dicen, y a mí se me ha olvidado? Por eso mi señoría está perdido, ya que teniendo en ocasiones fallos de memoria y sabiéndolo, no solo mis nietos sino sobre todo mis contrincantes, éstos se van a valer siempre de mis frecuentes casos de amnesia para asegurar que te han dicho repetidamente, o incluso muy repetidamente, lo que tal vez nunca te dijeron. Y así está uno -estoy yo, en concreto- más vendido que Casado cuando todavía era Presidente Nacional del PP. Por eso, porque no me fío de mí mismo, uno no se atreve a asegurar categóricamente nada, ya que y si…

En esta ocasión, por ejemplo, he tenido la tentación de preguntarle, como queda dicho, precisamente a uno de mis nietos si conocía la palabra resiliencia, porque últimamente yo la he encontrado con cierta frecuencia en mis lecturas y he tenido que ir al diccionario de la RAE para enterarme de que es “la capacidad de adopción de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adverso”. O sea que para mí ese vocablo era desconocido, pero esto quiere decir que aunque yo no tenía ni zorra idea de su significado pudiera ser que en su día lo hubiese conocido y que lo haya olvidado.

Y lo terrible es que así las cosas, si generalizamos la situación de mis temores, en el sentido de  falta de memoria, mi señoría podría plantearse, por ejemplo, abandonar ya de por vida dedicar tiempo a la lectura en general porque, ¿para qué voy a leer si todo o al menos mucho de lo que lea lo voy a olvidar? Acontece, sin embargo, que uno es muy testarudo y, a pesar de todo, lee. ¿Que por qué? Pues porque no todo lo que uno lee se le olvida, es decir, tras la lectura de un texto cualquiera es verdad que al cabo de un tiempo -ciertamente muy poco en mi caso- se olvida uno de mucho, pero lo cierto es que algo queda.

A veces, cuando uno se queja de la falta o defecto de memoria, siempre hay algún amigo que nos recuerda cómo, a su juicio, se puede solucionar ese problema: anotando lo que no queremos olvidar. Pero esta solución en muchos casos es inútil porque a la hora de buscar la nota que nos sacaría de dudas no sabemos -porque lo hemos olvidado- dónde tenemos apuntado lo que sea.   Es decir, esa solución tampoco nos resuelve el problema. ¿O no?

 

14-03-2021.

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Autor

Rufino Soriano Tena

Licenciado en Ciencias Químicas por la Universidad de Granada y Licenciado en Administración y Dirección de Empresas por la Universidad Comillas (ICADE) de Madrid

Rufino Soriano Tena

Licenciado en Ciencias Químicas por la Universidad de Granada y Licenciado en Administración y Dirección de Empresas por la Universidad Comillas (ICADE) de Madrid

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