Y los cuentos de hadas se volvieron armas de guerra
En un giro inesperado de la historia, personajes entrañables como Caperucita Roja y el Patito Feo se encontraron en medio de una batalla que iba mucho más allá de los bosques encantados y los estanques idílicos.
La Guerra Civil española, que desgarró el país entre 1936 y 1939, no solo se libró en los campos de batalla, sino también en las páginas de los libros infantiles, convirtiendo los cuentos populares en vehículos de propaganda ideológica.
El catedrático de la Universidad Complutense, Jaime García Padrino, en su revelador ensayo «La literatura infantil y juvenil en la Guerra Civil» (Renacimiento), nos sumerge en un capítulo poco conocido de la historia literaria española.
García Padrino demuestra cómo «la guerra invadió y transformó el mundo infantil», convirtiendo lo que antes era un floreciente campo literario en un terreno de adoctrinamiento sectario.
En la zona republicana, Valencia se convirtió en el epicentro de una revolución literaria infantil. La Caseta-Biblioteca Infantil, con su forma de pelota multicolor, albergaba mesas de madera inspiradas en motivos infantiles que, bajo su apariencia lúdica, escondían una clara intención ideológica. El bando nacional no se quedó atrás. En Pamplona, en 1938, se organizó un cursillo para reformar la educación infantil, con el objetivo de «corregir una falsa visión revolucionaria que quería arrebatar al alma de los niños todo aquel poso innegable que representan la historia, el lenguaje y la continuidad de un pueblo». La revista Flechas y Pelayos, lanzada por el bando nacional en diciembre de 1938, ejemplifica perfectamente esta tendencia. Su primer número declaraba sin ambages: «Boinas rojas y camisas azules, sonriendo a su nueva Revista, se preparan, con fraternal armonía, para cuando llegue la hora de luchar todos juntos por el engrandecimiento de España». Esta instrumentalización de la literatura infantil no fue un fenómeno exclusivamente español. En Estados Unidos, Walt Disney se embarcó en 1944 en el proyecto «Reading for the Americas«, un ambicioso plan de alfabetización para América Latina impulsado por la Oficina del Coordinador de Asuntos Inter Americanos (OCAIA). Bajo el pretexto de la buena voluntad y la vecindad, este proyecto escondía un claro objetivo propagandístico en plena Segunda Guerra Mundial. El poder del cine de animación no pasó desapercibido para los estrategas de la propaganda. Disney produjo entre 1941 y 1945 nada menos que 28 «filmes educacionales» y cerca de 80 destinados al entrenamiento militar. Incluso sus producciones de entretenimiento, como «Saludos Amigos» (1942) y «Los Tres Caballeros» (1944), contenían mensajes sutiles de propaganda. La batalla por las mentes infantiles se libró con símbolos y personajes. En el bando republicano, Elena Fortún destacó por su esfuerzo en mantener valores como la alegría y la justicia en sus cuentos publicados en la revista Crónica, alejándose de las intenciones proselitistas dominantes. En el lado nacional, la figura del Tío Fernando (Fernando Fernández de Córdoba) utilizaba la radio para contar cuentos con un claro mensaje ideológico. Este uso de la literatura infantil como herramienta de propaganda no se limitó a la Guerra Civil española o a la Segunda Guerra Mundial. En la Unión Soviética, los cuentos populares se reescribieron para reflejar los valores comunistas. Más recientemente, hemos visto intentos de reescribir libros infantiles clásicos para adaptarlos a sensibilidades contemporáneas, lo que ha generado debates sobre la corrección política y la preservación del patrimonio literario. La manipulación de los cuentos infantiles con fines propagandísticos nos plantea preguntas incómodas sobre la ética en la literatura para niños. ¿Dónde trazamos la línea entre la educación en valores y el adoctrinamiento? ¿Cómo podemos proteger la inocencia de la infancia mientras preparamos a los niños para comprender un mundo complejo? Isabelle Gräfin Deym, de la Universidad Libre de Berlín, señala en su estudio sobre la memoria de la Guerra Civil en la literatura infantil y juvenil que estos libros «obtuvieron una importante función como lugar de memoria restaurativa y contra-memoria, años antes de que reaparecieran el interés y el debate público actual». La próxima vez que abramos un libro de cuentos, recordemos que incluso las historias más inocentes pueden tener un pasado complejo.Un fenómeno global: de España a Hollywood
La guerra de los símbolos