Los abortos ilegales o clandestinos cuestan la vida a muchas mujeres

Legalizar el aborto: «La diferencia entre la vida y la muerte»

La dura historia de Diane Munday

Diane Munday tuvo un aborto en 1961, seis años antes de que se legalizara la terminación voluntaria de embarazo en Reino Unido, que esta cumpliendo 50 años de vigencia.

Su experiencia y la de las mujeres de su época es similar a la de muchas todavía en muchos lugares del mundo, donde el derecho a elegir no está garantizado. Por ello, explica, lleva toda la vida en la campaña a favor de la reforma.

No fue hasta que tenía unos 21 años de edad que escuché por primera vez la palabra «aborto».

En esos días la ropa te la hacía una modista y una joven casada local me estaba haciendo un vestido de fiesta. Ella tenía tres niños pequeños y vivía en una pequeña casa prefabricada de posguerra. Recuerdo que era una familia muy feliz. El padre trabajaba en una fábrica local y los niños iban a clases de baile.

Un día, mi madre me dijo que la modista había muerto.

Descubrí que había tenido un aborto clandestino que salió mal.

Yo no había oído hablar de esto antes, probablemente porque en ese entonces esa palabra era inmencionable. Tanto la mujer embarazada que abortaba como cualquiera que le ayudara podían terminar en la cárcel.

Los viernes por la tarde

Quedé tan sorprendida que se lo mencioné a mis colegas durante el almuerzo al día siguiente. Yo era asistente de investigación en el Hospital Barts y los médicos con los que trabajaba me dijeron que era una experiencia común.

Me invitaron a quedarme en el hospital el viernes por la noche para mostrarme «cómo es en realidad del mundo».

Descubrí entonces que todos los hospitales de enseñanza de Londres reservaban unas salas todos los viernes para las mujeres que llegaban con choque séptico, hemorragias o al borde de la muerte por terminaciones de embarazo clandestinas.

Había más casos de esos los viernes porque era día de pago.

Las operaciones a menudo eran hechas por personas con un poco de experiencia en enfermería, que usaban soluciones calientes y agujas de tejer o ganchos de ropa.

Uno de los grandes problemas era que no podían diagnosticar con precisión la etapa de embarazo y, cuanto más avanzada, más peligroso era el procedimiento.

El incidente quedó en mi mente.

 

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Uno tras otro

En los siguientes años me casé, tuve tres hijos en menos de cuatro años (en ese tiempo no existía «la píldora»).

Durante mi tercer embarazo el médico me recetó talidomida porque tenía problemas para dormir. Puse las pastillas sobre la repisa de la chimenea y nunca me las tomé.

Talidomida

La talidomida es una medicina desarrollada como un sedante pero también se recetó para aliviar los síntomas de las mujeres embarazadas.

Su uso, entre losaños 50 y 60, causó inesperados y serios perjuicios a los fetos. Más de 10.000 bebés nacieron con sus piernas o brazos muy cortos o malformados en todo el mundo.

Como resultado del desastre, la talidomina fue prohibida y las pruebas para aprobar medicinas se volvieron más rígidas.

El escándalo de la talidomida estalló poco después y pensé que si yo hubiera estado cargando un feto deforme me habría gustado tener la opción de poner fin al embarazo. Así que me uní a la Asociación por la Reforma de la Ley de Aborto (ALRA) pero en un principio no hice más que pagar la cuota de afiliación.

La organización había sido fundada en la década de 1930, pero no había sido muy activa pues tras la guerra, la gente prefería concentrarse en causas sociales más «decentes», como la vivienda y la educación.

Encinta

Entonces descubrí que estaba embarazada de nuevo -por cuarta vez en cuatro años- y algo en mí sencillamente dijo: «No puedo, no voy a tener este hijo».

Mi marido dijo que prefería que continuara con el embarazo, pero que era mi decisión y que me iba a apoyar todo lo que decidiera.

Después de mucho indagar me enteré de que en Harley Street -una calle de Londres que desde el siglo XIX es sinónimo de «atención médica privada» debido a la gran cantidad de consultorios privados que aloja- existía un procedimiento semilegal.

El ginecólogo me mandó donde un amigo suyo que era un psiquiatra quien dijo que mi salud mental fue estaba tan afectada por el embarazo que mi vida estaba en peligro.

Esa era una razón aceptada para permitir un aborto debido a un caso judicial reciente llamado el Caso Bourne.

Pero era disponible solamente para aquellos que podían permitirse el lujo de pagar. Me habían dicho que el proceso costaría £150 -que era miles en 1961- pero el médico después rebajó el precio a la mitad.

 

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Aborto en Reino Unido

Una de cada tres mujeres en Reino Unido se hacen un aborto antes de los 45 años, según el British Pregnancy Advisory Service.
Dos tercios del público piensa que las mujeres deben tener la opción de terminar su embarazo si así lo quieren, según la Encuesta de Actitudes Británicas de 2012
Cada vez son más comunes las protestas fuera de las clínicas que practican abortos
Irlanda del Norte es el único lugar de Reino Unido donde el aborto sigue siendo ilegal

Una historia parecida, con un final distinto

El procedimiento se realizaba bajo anestesia general, en un hogar de ancianos, donde pasé la noche. Las enfermeras no me trataron bien pues muchas de ellas eran católicas y rechazaban la idea.

Cuando me estaba despertando de la anestesia, recordé a la joven modista que había muerto y noté cuán similares que eran nuestras situaciones: los dos éramos mujeres jóvenes con tres niños pequeños, a los que queríamos, pero no podíamos tener otro más.

En lo que diferíamos era en que, gracias a que tenía un talonario de cheques, yo estaba vivamientras que ella estaba muerta, por no tener ese dinero extra.

Me pareció total e inaceptablemente erróneo. En ese momento me prometí a mí misma que iba a hacer todo lo posible para prevenir muertes de mujeres porque eran pobres.

Así que fui a la reunión anual de ALRA y, en cuestión de un año, pasé a ser parte del comité.

¿Es peligroso el aborto?
En 1964, en Inglaterra y Gales

177 mujeres murieron dando a luz

4 mujeres murieron tras un aborto legal
24 mujeres murieron tras un aborto criminal Sus muertes fueron innecesarias. Tuvieron que recurrir a los abortos clandestinos porque la ley prohíbe que sus doctores las ayudaran y aconsejaran
Parte del texto de poster de ALRA de la década de 1960
BPAS

Secreto compartido

Cuando empecé a dar charlas a grupos, decidí ser sincera y declarar: «Yo me hice un aborto».

Recuerdo claramente que en una de las primeras reuniones, en el intervalo, varias mujeres se acercaron y, una tras otra, me dijeron cosas como: «Sabes querida, yo también aborté. Mi marido no tenía empleo y no podíamos permitirnos tener más hijos».

La experiencia se repitió tanto que me di cuenta de que si bien era verdad que el aborto no se podía mencionar, era una parte rutinaria de vida de las mujeres

Empecé a ser conocida y boicoteada. Los tenderos del pueblo no recibían mi dinero pues decían que era sucio, que yo hacía abortos en la mesa de mi cocina. A mis niños los molestaban en el colegio y mi marido pasó dificultades.

Pero era algo que había que hacer, era muy importante porque las mujeres estaban desesperadas.

Trataban de perder a los bebés tomando mucha ginebra, dándose baños con agua hirviendo y cargando muebles pesados.

Y, aunque algunos en el pueblo me rechazaban, las mujeres venían solas o con sus hijas cuando estaban embarazadas y eran solteras.

Yo las llevaba a la clínica y las acompañaba mientras sus hijas estaban siendo atendidas, pero la próxima vez que me veían, cruzaban la calle para no saludarme.

Sintió que la había matado

Cuando ALRA necesitó dinero para su campaña (todo el trabajo era voluntario), fui a hablar con el doctor que me había hecho el aborto para pedirle una donación.

En mi opinión, muchos doctores se habían beneficiado a lo largo de los años de la situación de manera que podían dar algo de dinero para ayudar a las mujeres que no podían pagar lo que cobraban.

Él estuvo de acuerdo y también me dio nombres de otros doctores que podían contribuir.

Cuando le pregunté por qué hacía abortos, me dijo que cuando era un doctor joven, una paciente le había dicho que se iba a suicidar si no le hacían un aborto.

Él le había contado el mismo cuento de que una vez naciera el bebé se iba a enamorar de él; esa noche ella se ahogó, y él sintió que la había matado.

Tarea inconclusa

Tras mucho cabildeo, la Ley de Aborto fue aprobada en 1967.

Fue una gran victoria y un tremendo paso adelante para las mujeres.

Pero para mí, no era suficiente: siempre he pensado que la única persona calificada para tomar una decisión sobre un embarazo es la mujer misma.

Habíamos tenido que conceder que dos doctores aprobaran cada aborto; fue el precio para que los legalizaran.

Aunque el beneficio fue casi inmediato en el sentido de que el número de mujeres admitidas en los hospitales por «pérdidas sépticas», que cayó significativamente en menos de un año, aún había batallas por lidiar.

Había áreas del país donde la oposición de los profesionales médicos era feroz y se negaban a practicar abortos.

Eventualmente, un servicio que fundamos en la casa de una de nosotras para asegurarnos de que cualquier mujer que lo necesitara fuera tratada con profesionalismo y compasión no importa cuál fuera su historia ni las opiniones del doctor, se volvió una organización nacional, el Servicio británico de consejería de embarazos (Bpas).

Orgullo y ansias

Estoy orgullosa de lo que he hecho y de los beneficios que ha traído a la vida de muchas mujeres. Sin embargo, me preocupa el futuro.

Hay todavía un tabú en torno al tema que hace que las mujeres se resistan a decir: «Me siento bien por haber tenido un aborto».

Medio siglo después de la reforma vivimos en un mundo muy diferente. Los derechos de las mujeres han avanzado. La tecnología médica también. Pero aun se requieren dos médicos para sancionar la terminación de un embarazo que la mujer misma ya decidió tener. Es insoportable.

Me gustaría pensar que, antes de morir, el trabajo que ayudé a comenzar esté terminado. Es decir, que el aborto sea sacado del ámbito de la ley penal y la decisión en cuanto a si un embarazo debe ser terminado o no esté firmemente fijo donde debe estar: en las manos de la mujer embarazada.

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