Implacable y frío como líder, Pablo Manuel Iglesias lloró ante los españoles hace unos días en el levantamiento de los restos de un tío-abuelo suyo de una fosa común en Paterna, Valencia, donde batallones franquistas lo fusilaron y enterraron junto a otros 156 republicanos hace tres o cuatro generaciones.
Las televisiones mostraron un dolor en Iglesias como si la muerte hubiera ocurrido ese día, algo extraordinario porque entre revolucionarios es común es frialdad con los antepasados; tanta, que hay notables entusiastas de la Ley de Memoria Histórica que encierran a sus padres y abuelos en asilos.
Era esperable la ira, pero no esas lágrimas por alguien que había pertenecido a “La Motorizada”, los escoltas de Indalecio Prieto, algunos de los cuales “pasearon” y asesinaron a Calvo Sotelo, lo que anticipó el levantamiento militar.
Imágenes así sirven para acusar a la derecha de “heredera” de los verdugos…
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