EL LADO OCULTO DEL DICTADOR ALEMÁN

Cocaína y metanfetaminas: las adicciones secretas de Hitler y las drogas bajo el Tercer Reich

Aunque se presentaba como abstemio, Hitler dependía de drogas para soportar la presión de la guerra y su salud deteriorada

Durante décadas, la imagen pública de Adolf Hitler se ha sostenido sobre el relato de un hombre abstemio, vegetariano y enemigo declarado de cualquier tipo de adicción.

Sin embargo, detrás de este mito se esconde una realidad mucho más oscura y contradictoria.

A día de hoy, 23 de agosto de 2025, los diarios médicos y documentos desclasificados revelan que el dictador alemán fue un consumidor habitual de metanfetaminas, cocaína y otras sustancias a lo largo del Tercer Reich.

Lo que emerge es un retrato inquietante: bajo la fachada propagandística del líder incorruptible se ocultaba un hombre dominado por sus propias debilidades químicas.

La historia médica secreta del Tercer Reich arroja nueva luz sobre las adicciones ocultas que marcaron no solo la vida privada sino también las decisiones públicas más trascendentales del siglo XX.

El responsable directo de esta dependencia fue Theodor Morell, su médico personal desde 1936 hasta los últimos días en el búnker de la Cancillería.

Morell no solo le administraba tratamientos convencionales, sino que introdujo al Führer en una espiral de adicción con preparados que mezclaban hormonas, narcóticos sintéticos y estimulantes.

Pervitin: la ‘superdroga’ nazi

Uno de los compuestos más emblemáticos fue el Pervitin, una metanfetamina que revolucionó el consumo de drogas en Alemania. Hasta 1941, cualquier ciudadano podía adquirirlo sin receta en farmacias. Se vendía incluso en bombones y se promocionaba como un remedio para el agotamiento físico y mental. El alcance social fue tan masivo que se calcula que casi el 67% de la población alemana había probado el pervitín en algún momento.

En el ámbito militar, el uso era aún más extremo. Los soldados alemanes recibían dosis regulares para aumentar su resistencia y agresividad en combate. Unidades enteras permanecían despiertas durante días enfrentando condiciones extremas, lo que provocó crisis psicóticas colectivas y numerosos casos de sobredosis letal. El propio Hitler recurrió al pervitín para combatir la fatiga e insomnio crónico agravado por las presiones bélicas.

La farmacia ambulante del Führer

El historial médico de Hitler es un catálogo de excesos farmacológicos. Según testimonios recogidos por sus médicos y documentos militares aliados, entre 1941 y 1945 llegó a consumir más de 80 tipos distintos de fármacos y preparados. Entre ellos destacan:

  • Cocaína tópica (aplicada en la garganta para aliviar problemas respiratorios)
  • Metanfetaminas inyectadas (Pervitin)
  • Opioides potentes como Eukodal (similar a la morfina)
  • Testosterona, estradiol y corticosteroides
  • Benzodiacepinas y somníferos
  • Extractos hormonales animales para tratar supuesta impotencia

La administración diaria o semanal incluía inyecciones, píldoras e incluso potingues improvisados con ingredientes como fósforo o extractos testiculares. Esta dependencia no solo alteró la salud física del dictador —con temblores, pérdida de coordinación y crisis nerviosas— sino también su equilibrio mental, acentuando episodios paranoicos y disociativos especialmente durante los últimos meses del conflicto.

El papel decisivo del médico-camello

La figura de Morell ha pasado a la historia como uno de los personajes más controvertidos del entorno nazi. Su método era tan poco ortodoxo que otros médicos del Reich lo consideraban peligroso e irresponsable. A pesar del recelo generalizado, Morell gozaba de acceso privilegiado al líder: era el único autorizado a ver a Hitler desnudo o tratar sus dolencias más íntimas. Frattini lo define como «el camello del Führer», capaz de suministrarle desde heroína hasta crack según las necesidades del momento.

La dependencia era tan fuerte que Hitler llegó a ser esclavo absoluto tanto del médico como de sus brebajes. En palabras del ensayista Eric Frattini: «Los drogadictos son esclavos de sus camellos, aunque en este caso estamos hablando del tipo más poderoso en Europa».

Las consecuencias sociales y militares

La adicción no fue exclusiva del dictador; permeó toda la sociedad alemana bajo el Tercer Reich. El consumo masivo —especialmente entre soldados— transformó Alemania en una «nación de yonquis», según algunos historiadores. Se estima que el suministro diario alcanzaba millones de dosis durante los años críticos del conflicto.

En el frente oriental, las brigadas nazis sometidas a dosis extremas acabaron sufriendo delirios colectivos e incluso muertes por agotamiento o sobredosis, minando la moral y capacidad operativa militar. Al mismo tiempo, miembros destacados como Hermann Göring también padecían graves adicciones —en su caso a la morfina— que condicionaron su comportamiento hasta el final de la guerra.

El ocaso bajo tierra

Los últimos días en Berlín muestran a un Hitler completamente dependiente tanto física como psicológicamente. Encerrado en búnkeres, agobiado por temblores —atribuidos al párkinson— e incapaz siquiera de firmar documentos sin ayuda farmacológica, vivía entre cólera extrema y abatimiento profundo. Se sabe que durante el Desembarco de Normandía se encontraba dormido por una sobredosis administrada por Morell. La paranoia le llevó a ordenar ejecuciones sumarias contra colaboradores cercanos e incluso desconfiar radicalmente del círculo íntimo.

La lista oficial recogida por la contrainteligencia aliada incluye hasta setenta sustancias distintas administradas por Morell entre 1941 y 1945, aunque aún queda información por descubrir sobre las verdaderas dimensiones del consumo.

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