Piel de salitre

Piel de salitre
Portada de Piel de salitre, de Alfonso De la Vega.

Entre la maleza estéril de tanta Cultura oficial subvencionada a veces surgen brotes espontáneos que demuestran profundas y admirables vocaciones de escritor más allá del pane lucrando orzamentario. Es un raro fenómeno que debe ser celebrado como se merece. Por su propio valor y porque sirve para denunciar tanta mohatra enmucetada. Cuando un autor palleiro, dicho sea con la mayor admiración y respeto del mundo, penetra a cara descubierta en la asamblea palaciega de vistosos antifaces, máscaras y disfraces, de celta o progre recauchutado, suevo revenido normalizado o sin normalizar, produce el efecto de desnudar a los asistentes y hacer patente su condición de impostura mohatrera.

Me refiero al esfuerzo vocacional de una pequeña editorial coruñesa y a su reciente publicación de la novela de un joven autor, Jesús Mariñas, que se gana la vida con un oficio honrado y modesto. En Piel de Salitre nos cuenta las peripecias de un grupo de hombres, mujeres, animales y cosas que sufren las inclemencias de los temporales de la vida en un pueblo imaginado llamado Sorte, situado en la Costa de la muerte entre Malpica y Lage. Se trata de una novela coral, con personajes variopintos, modestos y reales que sienten, sufren y sobreviven en condiciones manifiestamente mejorables.

Narración tomada del conocimiento de lo que cuenta, con aspectos que podríamos considerar de crudo naturalismo, participa también de un cierto y noble realismo mágico. Abierta al milagro y lo sobrenatural. Porque sin lo numinoso no podemos entender la condición humana ni acaso nos queden esperanzas de futuro.

Muchos de los personajes resultan entrañables, admirables en su sencillez. Otros, odiosos. Quizás demasiado. Vemos con simpatía la bonhomía de Rafael el Irlandés que había logrado sobrevivir a tres naufragios y se había asomado al mundo de las almas. Las andanzas del joven Mateo, una especie de Querubino mozartiano coruñés, tan sensible al despertar de su sexualidad. De su madre, Ramona la Buena, viuda de un pescador desaparecido en un naufragio, que saca adelante con sencilla grandeza a su familia y a una cuñada inválida. De sus hermanos, amigos y el resto de criaturas de vidas interrelacionadas en una especie de corpus místico que nos ofrecen un entrañable mosaico de la vida cotidiana y los sistemas de valores en un pequeño pueblo marinero gallego.

Merece especial mención una serie de figuras de animales que representan en lo arquetípico y en la trama una especie de versión hilozoísta de la conciencia. El loro del bar Namber Guan que a todas horas explica a la respetable parroquia que «España va bien». Carlota, la gaviota inteligente o el sabio perro eterno Gandul, que «no era un perro sino el reflejo de una conciencia que siempre te dice lo que está bien y lo que no.»

Sin olvidar el acróstico, propio del siglo de oro, con los títulos de los capítulos.

Mariñas nos demuestra en la línea de nuestra mejor tradición literaria que se puede escribir en español sobre la intimidad gallega con verdad, con naturalidad, sin imposturas. Si bien convendría atender más a las erratas ortográfícas.

Un bonito y ameno libro, digno de lectura, de valor antropológico y verdaderamente cultural.

*Originalmente publicado en ABC

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Autor

Irene Perezagua

Ejecutiva de cuentas en Interprofit. Fue redactora de Periodista Digital entre 2011 y 2013

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