Hay una Iglesia, un Evangelio que espera tras los muros vaticanos. Ha llegado el día de dejar que Dios se escape de su encierro
(J. Bastante).- Este martes, 115 cardenales entran en la Capilla Sixtina para elegir al sucesor de Benedicto XVI como Obispo de Roma.
Una elección difícil, sin claros candidatos (Scola parece el primero en todas las apuestas, sin olvidar a Scherer, Dolan, Ouellet, Ravasi, O’Malley, Maradiaga, Schonborn y un etcétera de más de una docena de «papables», aunque ya se sabe que quien entra Papa, salvo excepciones como Pablo VI, sale cardenal), con una clara herencia dejada por Benedicto XVI con su renuncia, muchos escándalos que dilucidar y un reto ineludible: la renovación de las estructuras de una institución que parece resquebrajarse por momentos.
No es tiempo de reforzar la Curia, ni de colocarse a la defensiva, ni de aplicar «medidas correctoras» para apuntalar la institución.
Es hora de dejar que el Espíritu penetre en el corazón de los electores, e inunde la Capilla Sixtina y, por extensión, toda la Iglesia, de aire fresco, de esa primavera que anunció Juan XXIII y que, parafraseando a Mario Benedetti ha de llegar, aunque sea con una esquina rota.
Pues habrá esquinas rotas en cualquier lugar del mundo donde perviva la desesperanza, la injusticia, el desamor y el odio que lleva a la muerte.
Y toca arreglar esas esquinas,, porque el edificio se cae sin ellas, porque son ellas, aun desvencijadas, aun orinadas por perros, aun desconchadas, las que lo sostienen.
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