Gaudí no quería que la altura total del templo de la Sagrada Familia superara la altura de la montaña de Montjuïc, "porque la obra del hombre no debe ser superior a la obra de Dios"
(Lluís Martínez Sistach, cardenal de Barcelona, en L’Osservatore).- El interés universal que suscita nuestro Antoni Gaudí ha llevado a algunos a calificarlo como ecologista. Si con esta afirmación se quiere remarcar que Gaudí, en su obra creadora, se inspiró en la naturaleza, la afirmación es obvia. Es conocida su frase: «Este árbol que hay delante de mi obrador, este es mi maestro».
Sin embargo, durante la vida de Gaudí la naturaleza no era vista como un entorno amenazado por la acción del hombre que hay que salvar o preservar. Este sentimiento es posterior a Gaudí, y obviamente tiene razones sólidas.
La naturaleza, tal como la veía Gaudí -y la vemos los creyentes-, es sobre todo una obra de Dios, una creación divina, con unas leyes que se deben comprender para prolongar la obra de Dios.
En este punto la tradición gaudiniana ha conservado otro pensamiento, que puede provocar una sonrisa benévola en el hombre secularizado de hoy. Gaudí no quería que la altura total del templo de la Sagrada Familia superara la altura de la montaña de Montjuïc, «porque la obra del hombre no debe ser superior a la obra de Dios».
La naturaleza en la que Gaudí buscaba la inspiración y la armonía de sus creaciones era una creación divina, con unas leyes que se debían comprender y una belleza que había que admirar e imitar.
Gaudí, más que un salvador de la naturaleza, era un admirador, un descifrador de sus misterios, en los que veía la huella divina.
La calificación de Gaudí como el arquitecto de Dios la utilizó un sacerdote de Barcelona muy sensible a las cuestiones del arte, mosén Manuel Trens, en un artículo publicado con ocasión de la muerte del arquitecto. Decir que Gaudí quiso ser el arquitecto de Dios no es una afirmación gratuita. En casi todas sus obras, de forma subyacente, hay una clara voluntad de reproducir, continuar y mejorar la obra de la naturaleza, que para él era tanto como decir la obra divina.
Gaudí veía la naturaleza, por tanto, como la arquitectura creada por Dios y se veía a sí mismo como el intermediario arquitectónico entre Dios y los hombres, como el interpretador y el prolongador de la creación de Dios. Gaudí quería terminar sus creaciones con la cruz de cuatro brazos en el punto más alto, como se cumplirá cuando se acabe la Sagrada Familia.
En 1991, al cabo de ciento cuarenta años del nacimiento de Gaudí, se fundó en Barcelona una asociación para promover su beatificación. Ya completados los trámites del proceso a nivel diocesano, ahora la causa está en Roma. Tenemos la esperanza de que un día podremos ver al gran arquitecto en los altares.
Si este deseo se cumple, será el primer arquitecto de la historia que haya entrado en el santoral cristiano. Y, ciertamente, entrará como una mirada sobre la naturaleza profundamente franciscana y como un genio que expresó en toda su obra la voluntad de prolongar la obra de la naturaleza, identificada como la obra de Dios. En este sentido, el título de arquitecto de Dios se convierte en una clave para entender toda su actividad creadora.