Colón fue el teatro donde Rouco escenificaba cada año el pulso de la Iglesia española contra el Gobierno socialista y el matrimonio gay
(Jesús Bastante).- Nuestro director José Manuel Vidal acaba de publicar con Ediciones B «Rouco, la biografía no autorizada». Sabiendo que al cardenal no le gustan las biografías oficiales, Vidal cuenta con que mucho menos le gustará la suya, que el propio Rouco trató de bloquear. Sin embargo, «no es mi interés quemar a nadie«, asegura el autor, «no hay venganza ninguna en este libro».
Vidal explica que su libro es una crónica periodística de los últimos 40 años de la Iglesia española, centrada fundamentalmente en la vida de Rouco Varela. También es «un ejercicio de memoria y de coherencia» hacia las personas que han resistido tantos años el férreo control impuesto por Rouco a la Iglesia de España, según explica el director de Religión Digital.
«El legado que Rouco deja en la Iglesia española es como una losa«, evalúa el investigador. «Va a costar muchas generaciones enmendarlo, incluso teniendo el viento a favor soplando desde Roma», opina. Pero al mismo tiempo sostiene que «los grandes cambios se producen en pontificados cortos«, y confía en que, tal como sucedió con Juan XXIII, el Papa Francisco recupere ahora la credibilidad social de la Iglesia, rota por el poder que han llegado a alcanzar en su seno personajes como el cardenal Rouco.
Este libro no cuenta solamente la vida del cardenal Rouco, sino la vida de la Iglesia a través de la biografía del cardenal Rouco. ¿Cómo te lo planteaste?
Llevo muchos años trabajando en él. Lo empecé a finales de los 90, cuando Rouco acababa de llegar a Madrid. Entonces decidimos empezar una biografía autorizada, pero la cosa terminó mal. El primer capítulo que le envié para que lo revisara me lo devolvió con tachaduras, diciendo que eran mentiras y fabulaciones. Entonces dejé al libro dormir durante mucho tiempo, hasta que tú me convenciste de que era la hora de terminarlo. De que me fuese al monte a investigar, a rezar y a trabajarlo.
Por tanto, es una biografía (no autorizada, por supuesto), que hace de crónica periodística de los últimos 40 años de la Iglesia española, centrada fundamentalmente en la vida de Rouco. No es una historia, porque yo no soy historiador, pero sí una crónica periodística de la historia reciente que sigue el hilo conductor de lo que Rouco supuso en la Iglesia española.
¿Qué supuso Rouco para la Iglesia española?
La cota máxima de poder jamás aplicada a la Iglesia española. Rouco es un hombre débil físicamente, e incluso con ciertas debilidades psicológicas, sin carisma (no estamos hablando de Tarancón, no estamos hablando de González Martín, no estamos hablando ni siquiera de Sebastián o de Setién). En definitiva, es un hombre sin grandes cualidades, pero que supo sacarle el máximo partido a la estrategia y al poder y convertirse, a mi modo de ver, en una especie de cardenal Cisneros de la nueva Iglesia española.
Intelectualmente es un hombre preparado, o al menos ha pasado siempre por ser un gran intelectual. Pero un intelectual sin obra. Un canonista.
¿Un canonista que no quería estudiar Derecho Canónico, como cuentas en el libro?
Efectivamente. Él quería estudiar Teología Fundamental, pero su obispo no le permitió hacer eso y le mandó a Alemania a estudiar Derecho Canónico.
En el libro le llamas, y ya le habías llamado anteriormente, «el vicepapa» español… ¿Crees que llegó a tener en algún momento posibilidades reales de ser Papa?
Bueno, estuvo en la rosa de los papables por un lanzamiento que hicimos en aquella época en el diario El Mundo José María Javierre y un servidor. Entonces Rouco tenía buena proyección internacional, había sido relator del Sínodo… Estaba en su mejor momento a nivel internacional, y sí podría haber tenido ciertas posibilidades. Pero lo cierto es que nosotros hicimos un planteamiento de marketing absoluto, destacándolo como si fuera el gran papable. Pero el gran papable creo que nunca lo fue.
Ha superado al cardenal Tarancón y a todos los obispos de la reciente historia española en tiempo transcurrido en una diócesis, en mandatos en la Conferencia Episcopal y en importancia. ¿De qué modo ha marcado Rouco el devenir de las relaciones Iglesia-Estado en los últimos tiempos? ¿Ha influido en la vuelta a una Iglesia con muchísima necesidad de poder, con ganas de influir y de estar presente dentro de la sociedad? ¿Hasta qué punto el cardenal Rouco es el responsable de esta Iglesia de talante duro?
Rouco lo que ha hecho es llevar hasta sus últimas consecuencias dos modelos: el modelo de Iglesia involutiva que se pone en marcha en el Vaticano con Juan Pablo II y con Benedicto XVI, y ese mismo modelo trasladado a España que pone en marcha el cardenal Suquía. No olvidemos que Rouco es una criatura de Suquía. Su gran padrino a todos los niveles, del que mama y al que sigue, del que aprende a ser obispo siendo su obispo auxiliar, al que sucede en Santiago y en Madrid… es a Suquía.
Rouco lo hizo muy bien en el sentido de que se ganó la confianza de Suquía no sólo directamente, sino también a través de su familia. Y de esa forma heredó el modelo de Suquía, que venía de Roma y que empezó a implantar en Madrid y en la Iglesia española. Y lo lleva hasta sus máximas consecuencias. Lo lleva a tal extremo, que asfixia a la Iglesia española.
El modelo de Rouco consiste en que la Iglesia es un poder fáctico, y por tanto, no se retira. No se coloca como la había situado Tarancón, como una instancia de autoridad moral por encima de los partidos, sino que se coloca como un gran poder. Rompe esa dinámica y se implica directamente. Baja a la arena política para tener influencia social, tomando partido descaradamente por la derecha.
¿Es decir, que erige una verdad absoluta a la que los demás deben acoplarse?
La base de la que parte es que España es un país católico que debe permanecer católico. Pero no solamente eso, sino que la política y las leyes españolas tienen que ser permeables a la moral católica y a los principios católicos. Por tanto, cada vez que eso no se cumple (cada vez, por ejemplo, que Zapatero sacaba una ley que atentaba contra lo que ellos llaman «la ley natural»), es cuando se producen choques entre la jerarquía de la Iglesia y sus interpretaciones, y el Gobierno y los asuntos públicos.
¿Eso es lo que ha dado lugar a la insólita situación de los obispos saliendo a la calle para liderar manifestaciones?
Claro, por llevar al extremo el modelo en el que creen. Rouco podría haber tenido ese modelo en mente y hacer lo posible para que permanezca. Pero no se conformó con eso, sino que lo llevó al extremo escenificándolo en la calle en una gran manifestación contra las bodas gays, y todos los años en su gran teatro de Colón, donde pretendía demostrar el músculo de la Iglesia española contra el Gobierno socialista.
¿Rouco hubiera llegado a ser lo que ha sido en la Conferencia Episcopal y en España sin el apoyo de movimientos como el Opus Dei, los kikos, los Legionarios de Cristo…? O al revés: ¿Hubieran llegado esos movimientos a ser lo que han sido en la Iglesia española sin el apoyo de Rouco?
Es lo mismo, se trata del mismo modelo eclesiástico que se puso en marcha en Roma y en España, y que entendía a estos movimientos neoconservadores como sus vanguardias. Ellos eran la base del modelo, y todos los demás (la gente normal, la gente de las parroquias) quedaban un poco fuera. Las huestes de la nueva evangelización, de la re-catolización que se puso en marcha, eran estos movimientos neoconservadores.
Es decir, Rouco se apoyó en ellos y ellos se retroalimentaron. Pero eso no era suficiente. Rouco tuvo que apoyarse también en el control y en el miedo. Mantuvo un control férreo de todo lo que se movía en la Iglesia española. Absolutamente todo: los congresos, las universidades, los cambios de sede de los obispos… De esa forma instauró el miedo que asfixiaba a los teólogos y a las congregaciones religiosas. Con formas de intimidación de todo tipo, que llegaban hasta llamadas directas a los provinciales porque un fraile había dicho o había hecho o había escrito cualquier cosa.
¿El sector de la prensa también padeció ese control? Tú mismo lo viviste, cuando teníamos aquella asociación de periodistas de información religiosa, y muchos no venían a las cenas porque, bajo la jurisdicción del obispo de Madrid, tenían prohibido hablar con determinada prensa…
En Madrid estuvo prohibido, mientras él estuvo aquí, que viniese a «actuar» ningún otro obispo. Sólo se permitía la excepción a algunos cardenales que se atrevían. Estoy pensando en el cardenal Maradiaga o en el cardenal Amigo. Algunos cardenales, contados, que se atrevían a intervenir. Ningún otro se atrevía a tratar con los periodistas o a conceder entrevistas si antes no pasaba por el filtro del cardenal.
Por eso creo que por una parte él consiguió mucho poder, y lo cultivó; pero por la otra también se topó con un episcopado mansurrón. Un episcopado poco valiente, que no supo hacer frente a esa deriva de modelo eclesial. Supongo que también influyó que mirando a Roma no se veía otra salida, no se preveía que fuese a haber un cataclismo como el que ha sucedido con Francisco.
En tiempos de Tarancón se decía que los obispos españoles tenían tortícolis de tanto mirar a Roma. ¿Puede decirse que posteriormente la tortícolis vino provocada por mirar demasiado a Rouco?
Claro, porque el 80% de los obispos actuales le deben su mitra a Rouco. Los obispos nombrados por la nunciatura se cuentan con los dedos. Y el mecanismo perverso de los nombramientos episcopales fue utilizado por Rouco en clave de poder.
Estos nombramientos son los que nos han dado el episcopado que tenemos, y una de las peores consecuencias que ya sufrimos durante el pontificado de Rouco Varela. Un pontificado gris, doctrinario, sombrío. Muy poco pastoral, sin contacto con las periferias, muy poco dispuesto psicológicamente a convertir la Iglesia en un hospital de campaña, como dice el Papa Francisco. Y esto aún va a durar varias generaciones, porque hay obispos jóvenes nombrados durante el pontificado de Rouco que van a arrastrar todo esto durante muchos años todavía.
Rouco ha sido muy caricaturizado, y la imagen de la Iglesia que se ha dado a través del cardenal y de sus más cercanos colaboradores (por ejemplo, Martínez Camino) es la de una Iglesia muy dura, con muchas ansias de poder, especialmente obsesionada con el tema de la moral sexual y con mucha preocupación por prohibir, por condenar a teólogos disidentes y por sancionar a aquellos que no siguen estrictamente las normas. ¿Es sencillo de revertir ese legado que deja Rouco Varela?
Eso es una losa. Es algo que va a costar varias generaciones enmendar, incluso teniendo el viento a favor soplando desde Roma. Es decir, que a pesar de la imagen positiva que el Papa Francisco está arrojando a la Iglesia sobre todo a nivel mediático, va a ser muy difícil que ese cambio de percepción se produzca en España.
La decisión estratégica, política y eclesiástica de Rouco y de Suquía de hacer que la Iglesia perdiese su autoridad moral y se convirtiese en un actor más de la vida política y social, es una de las cosas que más repatean al pueblo español. El pueblo español no soporta, nunca ha soportado, que la Iglesia se metiese en política. Cuando la Iglesia se ha metido en política, tanto ella como el pueblo han salido escaldados.
Pero Rouco actuó en contra de la dinámica que venía estableciendo el cardenal Tarancón, a pesar de que en época del cardenal Tarancón la Iglesia era la institución mejor valorada de la sociedad, muy por encima de cualquier otra. Desde que Suquía y después Rouco toman esa decisión, la Iglesia pasa a ser la menos valorada. Y la credibilidad social se rompe muy fácilmente, pero tarda muchísimo en recuperarse.
La imagen, la sensibilidad herida, la influencia social, la credibilidad rota, sólo se van a recuperar a largo plazo. Y depende en gran medida de los sucesores de Rouco.
Ahí radica la importancia de monseñor Osoro, monseñor Cañizares y todos los demás que van a sucederle, y que tienen que emplearse a fondo para restablecer esa credibilidad perdida.
¿El sino de la Iglesia es afrontar grandes cambios en cortos periodos de tiempo, como sucedió con Juan XXIII y el Concilio Vaticano II?
Sí. Yo suelo decir, y parece que la historia reciente lo demuestra, que los grandes cambios se producen en pontificados cortos. Así sucedió con Juan XXIII y está sucediendo ahora con Francisco. Los grandes cambios vienen en pontificados cortos.
Cuentas en el libro que Rouco era un enamorado del Concilio Vaticano II, que le pilló casi todo en Munich, en contacto con los grandes estudiosos, cerca de los padres conciliares.
Hasta tal punto fue un enamorado del Concilio, que hoy parece mentira. Es difícil de creer, sobre todo para los más jóvenes, que Rouco fue un abanderado del Concilio. Que fue un progresista casi radical. Que tenía contacto con Felipe González, etc.
Pero fue así. Venía a España en el Volkswagen que se compró en Alemania como el abanderado del Concilio Vaticano II, que en Alemania había entrado a fondo y al que en España se le ponían muchas más reticencias.
Pero de pronto cambió. En un momento determinado se produjo un punto de inflexión. Él llegó a Salamanca como el gran receptor del Concilio Vaticano. Entonces se organizó una huelga de estudiantes, capitaneada por monseñor Osoro y monseñor González Montes.
¿Por qué crees que cambió Rouco? ¿Qué le pasó?
Por lo que suele cambiar la gente: apetencias de poder y de carrera. Ya entonces era vicerrector, y sabía que llegaría a rector. En el año 76 firmó un documento con Olegario González, con Setién, con Fernando Sebastián, etc., oponiéndose al tirón de orejas que le había dado la Congregación del Clero a la Asamblea Conjunta.
La Asamblea hizo unos documentos muy avanzados para aquella época, y de alguna forma se la juraron a Tarancón en Roma. Y este grupo de teólogos de la Pontificia de Salamanca, del que formaba parte Rouco, tomó partido inmediatamente defendiendo a Tarancón en contra de Roma. En contra de la Congregación del Clero.
Pero unos meses después estos mismos teólogos sacaron otro documento, poniendo en solfa lo que tendría que hacer la Iglesia española para adaptarse al Vaticano II, y Rouco ya no lo firmó. Poco después fue nombrado obispo auxiliar de Santiago. Es decir, que su cambio consistió en una adecuación clara a los vientos que venían de Roma.
Juan Pablo II imprimió un cambio total al modelo eclesial, y Rouco se plegó a eso. Gracias a ello empezó su rampa de lanzamiento.
Rouco suele dar una imagen muy hierática, de persona que no suele arrepentirse de nada de lo que hace. ¿Crees que alguna de las decisiones que ha tomado a lo largo de su vida le provocaron dudas o dolor? ¿Ha tenido siempre las cosas tan claras como parece?
Tan claro no ha podido tenerlo todo cuando pasó de ser adalid del Vaticano II a uno de los que más ha hecho por congelarlo. Porque eso es lo que han hecho durante estos más de 30 años: congelar el espíritu del Vaticano II. Así hemos estado hasta que ahora lo está sacando del congelador el Papa Francisco.
La pregunta que me haces es difícil, porque yo no puedo meterme en la conciencia del cardenal. Pero lo que me han contado sus amigos, los que más le conocen, es que siempre estuvo muy seguro de sí mismo. Tanto en la época progresista como en la época conservadora. Y siempre encontró argumentos para justificarse, tanto cuando era progresista como cuando era conservador.
También creo que le influyó el mecanismo del converso: el teólogo progresista que cuando da la vuelta, por acomodación al poder, porque va buscando hacer carrera o porque ha cambiado su forma de pensar y de ser, se justifica todavía más. Se vuelve mucho más radical para autoconvencerse de que lo ha hecho bien. Por eso creo que en uno de los momentos que más dolido se ha debido de sentir es con el vuelco que ha dado a la Iglesia el Papa Francisco. Porque después de entregar su vida, de ponerla al servicio de la obediencia radical a Roma para implantar el modelo que creía verdadero, se encuentra ahora, al final de su vida, con que le han cambiado el modelo. La música, los actores… se lo han cambiado todo. No le ha quedado absolutamente nada.
En el proceso de escritura del libro conseguiste entrar en casa de Rouco y hablar con su familia, fuiste al cementerio donde están enterrados sus padres, te adentraste en su infancia… ¿Has llegado a entender determinadas facetas del personaje que antes no comprendías? ¿Te ha quedado algo por contar o por descubrir?
Yo creo que la infancia es la patria de la vida. De ahí que la descripción de la niñez de Rouco me lleve un capítulo extenso. También creo que hay dos tipos de personas: las que alguna vez vuelven a la infancia, y las que nunca salen de ella. Creo que Rouco es de las segundas.
La infancia le marcó terriblemente. Su padre murió cuando él tenía 7 u 8 años. Su hermana, que es como su segunda madre, tiene Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA). Tiene dos tíos sacerdotes, alguno de ellos con afición al alcohol… Por eso creo que sus sentimientos siempre se han quedado un poco agarrotados. Nunca ha sido de afectividad expansiva. Le cuesta mucho entrar en relación, le cuesta mucho conservar a los amigos.
Otra de las claves es que se crió en una villa gallega. Una aldea que en el vocabulario actual llamaríamos «pija». Por eso no habla gallego, por eso no aguanta los nacionalismos: porque se siente superior a ellos. Con su amigo Chao Rego discrepó profundamente por esta cuestión de hablar gallego. Él siempre pensó que hablar gallego es de paletos, que el castellano está por encima. También le marcó mucho que su familia tenía una tienda. Una tienda por donde pasaba todo el mundo.
En ese entorno se fue forjando el chaval que fue Rouco, que destacaba porque tenía una gran memoria. La que le dio alas para llegar a Salamanca, y de Salamanca a Munich.
Es muy difícil entrara en el secreto, en el interior de una persona como Rouco. Porque siempre ha protegido mucho su intimidad, por miedo. Siempre ha contado muy poquito de su vida personal. Nadie, ni sus amigos del seminario, ni la gente que le conoció en Alemania, da razón de si alguna vez tuvo algún amor, alguna novia… Supongo que ése es el capítulo que queda inédito. El que nadie podrá contar hasta que él quiera contarlo.
¿Cuenta Rouco todavía con una extensa «corte»?
Muchos de los que le han acompañado durante sus años de gloria le siguen acompañando. Él ha sido el jefe para muchos, se ha dejado aconsejar por pocos, y ha formado a su alrededor una corte que ha hecho las veces de lobby social, político, económico y eclesiástico. Hay muchos intereses que se crearon en torno al cardenal.
Con este lobby se va a encontrar el sucesor de Rouco en Madrid, que pronto comprobará cómo la corte de Rouco lo domina todo: los medios de comunicación, las universidades, la relación con las instituciones… Nadie ha entrado en ese chiringuito durante estos años, nada más que ellos.
Para personalizar un poco, mencionaré a Juan Mari Laboa. Un historiador de la Iglesia, moderado, con reconocido prestigio, al que echaron de las tertulias de la COPE hace ya bastantes años por discrepancias. Porque era capaz de disentir del modelo marcado por Rouco y su lobby.
¿Otro ejemplo podría ser el de Juan Martín Velasco?
Con Juan Martín Velasco se cometió un crimen eclesiástico. Es un gran teólogo y un gran místico, al que espero que monseñor Osoro rehabilite de alguna manera, porque lo merece. Y la Iglesia de Madrid lo está esperando.
Sería una forma de rehabilitar a lo que yo llamo «las parteras de la primavera de Francisco». Las personas que han resistido a pesar de los pesares, aunque venían más que mal dadas. Las personas que se han mantenido firmes y que gracias a eso han ayudado a traer a la Iglesia la nueva etapa en la que estamos.
¿Cómo crees que le habrá sentado a Rouco la publicación de este libro?
Sé que estaba preocupado, porque me llegaron recados indirectos por si lo iba a publicar. Partiendo de que no le gustan las biografías oficiales, mucho menos las no autorizadas.
No es la primera vez que intenta bloquear una biografía suya. Cualquier cosa que signifique descubrir sus limitaciones o sus sombras, le molesta muchísimo.
Y al contrario, ¿cómo te ha afectado a ti escribir y publicar la biografía de un personaje que de alguna forma también ha marcado tu vida y tu trayectoria profesional?
Es complicado, porque tienes que hacer un gran esfuerzo de objetividad. Hay muchas cosas más a nivel personal, que has conocido «off the record», que no puedes contar pero que están ahí, influyendo. Se trata de hacer un retrato lo más imparcial posible, aunque resulte difícil.
Tratar con los hechos es más fácil, porque los hechos están ahí, y cada uno puede extraer su juicio. Lo que más cuesta es hacer el retrato psicológico, porque además es un personaje que conozco muy bien, de cerca, de lejos y a media distancia. Es complicado no meterte, cumplir eso que decían los psicólogos sociales de tener un pie dentro y otro fuera.
Tus hijas, que han sido tus correctoras, te dijeron que sobre todo en los primeros capítulos estabas «salvando» al personaje. ¿Crees que has sido «demasiado benévolo»?
No tengo interés en quemar a nadie. Yo no soy de hogueras. Siempre he sido un hombre de diálogo, de puentes. No hay venganza ninguna en este libro.
Lo que sí he intentado es conservar la memoria, porque en la Iglesia española hay mucho sufrimiento acumulado tras estos años. Hay mucha gente que ha sufrido muchísimo, y creo que ese sufrimiento merece una rehabilitación. Hay que contar claramente que no se ha permitido nada, que se ha rechazado todo, y que eso lo ha vivido mucha gente en carne propia.
Dejar constancia de todo esto es un ejercicio de memoria que exigen la coherencia periodística y la ética.
Este sábado tomará posesión el nuevo arzobispo de Madrid, Carlos Osoro. ¿Qué Iglesia te gustaría que construyera en la diócesis de Madrid monseñor Osoro?
Me quedaría satisfecho con muy poco. Creo que Carlos Osoro lo va a tener relativamente fácil, porque es fácil suceder a Rouco. Es fácil hacer un poco más que Rouco, y ésa es la mejor manera de cambiar la imagen que proyectaba.
¿No crees que vaya a encontrar cerrazones dentro de la diócesis, tras 20 años de pontificado de Rouco?
Más que cerrazones, va a encontrar inercias. Los lobbies van a intentar defender lo suyo al principio, pero creo que rápidamente se van a plegar. Lo que caracteriza a los grupúsculos de poder de la Iglesia es que, cuando hay un nuevo amo, se pliegan a él inmediatamente. Sea quien sea.
Yo me conformaría con que don Carlos sea capaz de poner en marcha una dinámica como la que puso en marcha el Papa en Roma. Es decir, que lo que está diciendo el Papa en Roma se plasme, llegue y penetre en las parroquias, en las iglesias y en los curas españoles. Que pasemos de la Iglesia del no a la Iglesia del sí. De la Iglesia-aduana (aduana feroz, por la que no pasaba absolutamente nada), a una Iglesia de puertas abiertas.
¿Crees que Rouco le dejará?
No tiene más remedio. A un hombre como Rouco, que ha sido todo un animal de poder, le va a costar muchísimo despegarse de todo eso. Muchos obispos, cuando dejan de mandar, tienen problemas psicológicos. Sufren depresiones o sentimiento de vacío, porque es un cambio muy drástico. Deja de sonar el teléfono, dejan de llegar cartas. Ya no tienen a nadie detrás y sienten soledad.
A Rouco le va a costar mucho asumir eso, pero no tiene más remedio. La Iglesia es así: las personas pasan, pero la institución permanece.
¿Se quedará en Madrid?
Yo creo que sí, porque si se fuera a Galicia dejaría de estar en circulación. En Madrid va a seguir estando, mantendrá su grupo de fieles incondicionales, con los que intentará de alguna manera seguir manejando lo que pueda. Dependerá del margen de maniobra que le deje el sucesor. Si se planta o no se planta.
En el momento en que deje de ser elector, se habrá terminado todo. Pero hasta los 80 años tendrá posibilidad de conservar más o menos su vara de poder.
¿Qué es lo primero que te gustaría que hiciera? ¿Algún gesto significativo como aparcar el coche o irse a vivir al seminario?
Con cualquier gesto así me conformaría, porque los gestos son las encíclicas que el pueblo entiende. Las cartas no llegan a todo el mundo. Un gesto como dejar el coche y el chófer, o dejar el palacio de San Justo, sí lo entendería todo el mundo.
Hasta ahora, en el palacio de San Justo sigue Rouco…
Sí, pero tendrá que tomar la decisión de dejar los aposentos y marcharse a vivir su vida privada. Ya no es arzobispo de Madrid, por lo tanto, no tiene derecho a ocupar las dependencias oficiales.
De Osoro me gustaría que tenga gestos de sencillez, de normalidad. Para conectar con Francisco hay que dejar atrás la época de los obispos-príncipes.
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