"El amor a la propia tierra, a la propia lengua y a la propia cultura es un bien"

Pedro Castelao y sus 10 tesis teológicas sobre el proceso de independencia de Catalunya

"El problema surge cuando el legítimo amor a lo propio se convierte en un absoluto"

Pedro Castelao y sus 10 tesis teológicas sobre el proceso de independencia de Catalunya
Cataluña y España

Discernir cuándo y de qué modo una realidad inicialmente buena comienza el inicialmente ambiguo y finalmente monstruoso camino de la degeneración

(Pedro Castelao, teólogo).- Los católicos de todo el mundo estamos unidos por un solo bautismo, celebramos la misma eucaristía, leemos las mismas Escrituras, confesamos el mismo credo y oramos ante el mismo Dios: el Dios de Jesucristo que sigue alentando en la historia con su santo Espíritu.

No obstante, la vida es compleja, la idiosincrasia de cada país muy particular y las fluctuaciones de las sociedades, la economía y la política son difícilmente predecibles y muy costosamente gobernables, sobre todo, en períodos de cambio y súbita transformación.

El cristianismo tiene ante sí un reto transversal que lo ha acompañado desde siempre a lo largo de su doblemente milenaria historia: conjugar el carácter permanente e inmutable de ese kerygma cristológico enraizado en la eternidad de Dios con la naturaleza siempre cambiante y pendular de las culturas y las civilizaciones.

Es tarea de la teología aportar criterios de iluminación y discernimiento que permitan a todo el cuerpo eclesial, en comunión con sus pastores, trazar la senda más adecuada para avanzar, con fidelidad al kerygma y fidelidad a la situación, máximamente cuándo lo que tenemos ante nosotros es, ni más ni menos, una encrucijada histórica como la actual.

Ofrezco, pues, 10 tesis teológicas sobre el proceso de independencia de Catalunya con el deseo de poder contribuir modesta y positivamente a un debate intraeclesial, pero abierto a toda la sociedad, a fin de que, entre todos, afrontando evangélicamente discrepancias y construyendo juntos posibles convergencias, podamos aclararnos fraternalmente con sinceridad y diálogo.

10 tesis teológicas

1. Ante el amor absoluto, incondicional e infinito que Dios ha revelado, desde el comienzo de la creación, en toda la historia de la revelación y que alcanza una plenitud insuperable en lo acontecido en Jesucristo (Rm 8, 35-39), cualquier otra realidad intramundana, individual o colectiva, económica o política, social o cultural es y será siempre algo preliminar y penúltimo, subordinado y secundario, temporal y discutible. Sólo Dios es Dios y sólo su amor constitutivamente personal es eterno e inmutable, puesto que en todas las realidades creadas del mundo, por el contrario, impera la provisionalidad del tiempo.

2. El Evangelio de Jesucristo es un acontecimiento histórico en el que, con la predicación del Reino de Dios (Mc 1, 15), la verdad eterna del Padre misericordioso (Lc 15, 11-32) se ha manifestado en el interior del tiempo. La densidad de la historia, con todas sus determinaciones culturales, políticas, económicas, sociales, lingüísticas y axiológicas son reconocidas por el cristianismo como enormemente relevantes en la compresión y aceptación de la revelación habida cuenta de la verdadera realidad -no aparente- de la encarnación.

3. El anuncio y la transmisión del Evangelio de Jesucristo confiado a toda la Iglesia tiene una vocación de universalidad -a saber: de catolicidad– que, sin embargo, debe ir siempre acompañado por el deber de la inculturación. De forma que la eterna verdad de Dios, personalizada en la vida, muerte y resurrección de Jesús, se proclame y se reciba en la propia lengua y en las propias claves culturales, sociales, económicas y políticas de cada individuo y de cada pueblo en cuestión. Sólo así el Evangelio podrá cumplir su verdadero cometido: fecundar e impulsar, desde el interior de las personas y las culturas, todo cuanto de bueno haya en ellas, así como juzgar y reprobar toda cuanta semilla o fruto de inhumanidad puedan albergar en su interior.

4. Es natural, pues, que la Doctrina Social de la Iglesia no sólo reconozca, vele y defienda los derechos y deberes inalienables de los individuos, sino también, como ha subrayado la Nota de la CEE, los de los pueblos. Y es que todo individuo es un ser en relación que, lejos de poder constituirse como un todo clausurado en sí mismo, se encuentra esencialmente vinculado por lazos indestructibles a toda la humanidad. El cristianismo es, por ello, especialmente sensible a la realidad de los pueblos e individuos esclavizados, empobrecidos y marginados, puesto que quien ultraja a la criatura, ultraja al Creador (Prov. 14, 31).

5. En este sentido es elogiable y muy recomendable que los cristianos, como ciudadanos libres y conscientes de sus derechos y responsabilidades, asuman como propios los problemas y desafíos de las sociedades a las que, por nacimiento o elección, pertenecen. El amor a la propia tierra, a la propia lengua, a las tradiciones y costumbres, a la propia sociedad y cultura es un bien que, sin duda, el cristianismo alienta y estima. Y es perfectamente legítimo vivir en la propia lengua en el propio territorio en donde es oficial o cooficial y protestar pacífica y educadamente cuando uno se ve privado de tal posibilidad por el abuso inmisericorde de inercias sociales como la diglosia, es decir, el desequilibrio entre dos lenguas cuando una de ellas goza de prestigio o un privilegio social o político en detrimento de la otra.

6. El problema surge, a mi juicio, cuando el legítimo amor a lo que por nacimiento o elección se considera propio se convierte en un absoluto. Toda realidad creada -sea un libro, un líder, una idea, un partido, una lengua o una nación- cuando son elevados y convertidos en objeto de preocupación última (P. Tillich), se transforma ipso facto en una realidad idolátrica y demoníaca (es decir, divisora), desatando fuerzas incontrolablemente caóticas y generando dinámicas sociales funestas para la convivencia en paz, orden y comunión.

7. Los cristianos estamos llamados a discernir, con lucidez evangélica y clarividencia espiritual, cuándo y de qué modo una realidad inicialmente buena -en cuanto realidad creada- comienza el inicialmente ambiguo y finalmente monstruoso camino de la degeneración propio de todo proceso de exaltación idolátrica.

8. Cuando la tensión, la división, el rencor e incluso el odio se apoderan primero del lenguaje, no tardan mucho en aparecer sus terribles traducciones prácticas. Todas las tragedias de la historia, individuales o colectivas, suelen comenzar con malas palabras que clasifican a los ciudadanos, fracturan a la sociedad, imponen una única lectura de los hechos, llaman a la subversión y la desobediencia y alientan irresponsablemente el caos y el enfrentamiento ignorando la legalidad vigente. Tal vez haya en esto signos inequívocos que nos debieran hacer reflexionar serenamente.

9. Los pobres, los descartados, los marginados, los más vulnerables, suelen ser utilizados interesadamente -como ya denunciaron los profetas de Israel- por aquellos que no tienen otro fin más que el de manipular o destruir las instituciones existentes para construir otras a imagen y semejanza de sus propios intereses. Intereses que, siendo en principio tan legítimos como aquellos otros que combaten, quedan, sin embargo, completamente deslegitimados cuando, ambigua o engañosamente, son presentados de forma incansable y reiterada como los deseos y aspiraciones de todos los ciudadanos o de toda la gente.

10. Los grupos cristianos, de forma colectiva o individual, no debieran caer nunca en la trampa de apoyar o alentar procesos protagonizados por pueblos ricos en los que, a fin de cuentas, acaba imperando la insolidaridad, la desunión, la desvertebración o la ruptura, aun cuando éstas se presenten a sus ojos, únicamente, como consecuencias secundarias e indeseables de lo que consideran el objeto último de su acción directa: reivindicar y apoyar los derechos del pueblo amado al que pertenecen. Porque es precisamente la exigencia de fidelidad al centro del kerygma del cristianismo -el carácter absoluto del amor de Dios manifestado en Cristo- el que clama y advierte contra toda tendencia del espíritu humano que, entronizando por encima de todo un amor particular, acabe oscureciendo y hasta aniquilando la siempre necesaria invocación a la paz, la fraternidad y la unión en la integración de lo propio en una unidad siempre mayor en términos sociales y políticos.

Conclusión

El Evangelio es uno. Y uno, como la humanidad, también es Dios. No obstante, el misterio de la Trinidad nos muestra como pluralidad y unidad son compatibles, siempre y cuando sea el amor infinito la realidad últimamente constitutiva.

Los ciudadanos y los pueblos estamos llamados a vivir en una comunión en la que la unidad integre a la pluralidad sin aniquilarla. El cristianismo, a mi leal entender, debe impulsar y alentar procesos y dinámicas de unión -respetando la diferencia y alertando cuando así no sea- y debe evitar apoyar y empujar procesos y dinámicas de ruptura que, en nombre de una singularidad histórica sentida como maltratada, renuncie a resolver las tensiones y conflictos dentro de un marco en el que prima la unión y la solidaridad.

Siendo perfectamente consciente del carácter complejo de la situación política y eclesial y de que ofreciendo estas breves reflexiones me expongo no sólo a la indiferencia sino también al desprecio y la descalificación -tal es la altísima temperatura que está alcanzando el problema en estos últimos días- tiendo fraternalmente la mano a los hermanos bautizados de Catalunya -religiosos, sacerdotes diocesanos, obispos y laicos- con el sincero deseo de que, con serenidad y buen ánimo, podamos entendernos todos en un debate que a todos nos haga cuestionar posiciones propias para poder llegar a comprender adecuadamente aquellas que, en principio, nos parecen más lejos de la verdad.

Vivimos tiempos difíciles, pero la oración, el diálogo y la templanza deben ser los instrumentos que nos permitan superar nuestras diferencias para restaurar la concordia, si se ha perdido, y sanar las heridas que, tal vez, nos estamos infringiendo unos a otros en este endiablado e incierto camino hacia no se sabe dónde.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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