Abrazas a los pobres con tanta caridad y estos te miran con tanta reverencia que a duras penas se logra discernir en este celo si superas tú a los pobres o ellos te superan a ti
(Manuel Mandianes, antropólogo del CSIC).- Querido Papa Francisco: sabes lo que es ser hombre en un tiempo y en un lugar determinados y también sabes que en el mundo hay más universos que el tuyo. Además de las informaciones que recibes, tus viajes te dan la oportunidad de ver y comprender la complejidad del universo humano.
No eres un vate ni un profesor que lo sabe todo sino un hombre razonable al que no conmueve la cantidad de estupideces que están de moda. Tu inteligencia es precisa y analítica, técnica e instintiva. Decides con el corazón y por intuición y no pones freno al sentido común. Tienes como una especie de brújula que te guía hasta lo más profundo del ser humano, allí en donde se decide aquello por lo que vale la pena vivir.
Desprecias la ostentación y te disgustan las coronas entretejidas con el laurel del éxito ajeno. Con esa libertad irredenta que te es propia, has puesto en solfa y dado al traste con la estrategia de los poderosos que se protegen para acallar el bramido de las víctimas, has puesto nombre a los miles de rostros angustiados, a las sonrisas sin meta y a las vidas vagabundas desligadas de la tierra.
Estás constantemente a la busca de un lenguaje desde el cual comprender el mundo y que el mundo te comprenda. Todo el mundo entiende tu lenguaje, versátil y vivaz, porque estás con los pies en la tierra y porque hablas al corazón y a la mente; porque tu lenguaje, como el de hoy, es más de testimonios y de testigos que de textos.
Has revolucionado la fría liturgia del lenguaje diplomático, encuentras palabras nuevas para expresar realidades y verdades antiguas adaptándote a las cambiantes situaciones que presenta en mundo actual, haces callar el ruido de las fanfarrias y a los predicadores de ilusiones estúpidas que sólo persiguen la gloria.
Lo entendemos todos porque fundes la teología con la vida; porque tu vida hace visble la teología y porque es un montaje impecable de una larga experiencia. «Francisco ha entendido como nadie aquello del Evangelio: se puede verter vino nuevo en odres viejos. El Evangelio es siempre nuevo y el lenguaje envejece», me dijo un lingüista descreído. La tecnología formatea un mundo complejo, hibrido y contradictorio en constante cambio y el lenguaje teológico tiene que reflejar esta realidad o se queda obsoleto. El Evangelio no cambia, pero los métodos de evangelización necesariamente han de cambiar.
Hablas de lo que a muchos da vértigo, terror y escalofríos. Tus preguntas y tus respuestas son claras y osadas, hasta dejarnos sin aliento ante el vacío de nuestro tiempo, ante la falta de misterio y de consistencia. No eres tú quien crea el desencanto y la frustración, tu sólo nos pones de bruces delante de nuestro abismo desfondado. El tuyo no es un discurso áridamente histórico sino profundamente sapiencial, muy alejado de algunas elucubraciones modernas, porque compartes tu vida con los demás, porque nunca te adaptas a corrientes ni te permites concesiones y porque pones la imitación de la encarnación de Cristo en el centro de la vida cristiana. Le das vueltas y buscas giros hasta exprimirlo y lograr que todo el mundo entienda tus preocupaciones.
Tal vez la única patria del hombre sea su lengua y su hogar que el emigrante abandona y deja atrás. La emigración es una exploración del abismo personal sin un sitio a donde ir, un ser sin patria, sin dinero y sin lengua, una memoria personal, un trauma existencial y sólo un deseo de reconstrucción de sí mismo sin conciencia de su propia historia, aunque sientan el dolor de la pérdida, de la ausencia, de la soledad. Los emigrantes son un elemento más de la movilidad poblacional, un fiel reflejo de las relaciones socioeconómicas vigentes a escala planetaria, elemento de cambio de la globalización neoliberal que carece de las condiciones que les permitan controlar su existencia, un proceso coactivo.
Un náufrago, una caja de sueños rotos y de la fragilidad de la existencia, en un mundo que tiene recursos para todos, pero en manos de pocos. Sabes que para esta gente acabar vivos de día y despertar al día siguiente es un acto heroico y más meritorio que lo que hace buena parte de los ídolos y héroes modernos.
No temes que los demás pueden usar en tu contra lo que dices, tus palabras, como heridas y silencios, narran la búsqueda del paraíso de tantos emigrantes que, al final de su viaje emprendido para llegar al paraíso, no encuentran más que la miseria y, con frecuencia, la muerte. Sabes como nadie que el hombre es un ser errante, un extranjero, un nómada en todas partes; que una vida puede ser muchas vidas, que el hombre descubre su verdadero ser entre sueños y certezas, en un mar de turbulencias, soledad, frustración y sentimientos.
Tu teología nace de tu filosofía de vida y tu vida es la encarnación de tu teología. Sabes que el mundo puede ser una casa más segura. Lo he oído muchas veces: «Francisco es un Papa original». Al tiempo que hibrido: papa, obispo, pastor, amigo». También he odio: «Francisco es un trapero del amor, recoge y regala amor siempre y con todo el mundo, como un mendigo»
Mantienes la esperanza dentro de un mundo para el que la esperanza es vana, eres testigo de las puertas, que se pueden abrir a un lado y otro, del sistema frio y sin escrúpulos que rige en el mundo, al mismo tiempo que lo eres de la existencia cotidiana y sus absurdos. A veces con hiriente y mordiente ironía, a veces con una claridad de niño o borracho das en la cresta a las ideas de bombero de los paladines de la cosa pública que buscan, a veces en exclusiva, el aplauso de una camarilla.
En estos casos tu discurso es tan original como profundo, tan cómico como trágico. Una combinación peculiar que solo puede hacer quien conoce y siente lo que pasa a su alrededor. Muchos te acusan de voluntarista pero tu no eres de los señoritos revolucionarios que nunca se han parado a hablar con el hombre de la calle. Si observar, prestar atención, es un acto de amor, el amor es tu hábitat.
Estamos en el imperio de las sensaciones y de las experiencias que excluyen deberes y responsabilidades. Nada dura nada, todo lo hay que cambiar constantemente por algo recién llegado sin tiempo para degustar las cosas hasta su profundidad. La capacidad de descernimiento se ve embotada porque no se dispone de una escala valorativa interna al menospreciar la memoria y las tradiciones. La memoria también es memoria de la pasión de Cristo que tiene su dimensión carnal hoy en el dolor del emigrante, del pobre, y entonces se transforma en una causa subversiva porque pone a las víctimas en el ojo del huracán. Vivimos en la cultura del espectáculo que desprecia la memoria y las tradiciones, aunque, en muchos casos, las instituciones tratan de recuperar tradiciones para convertirlas en cascarones vacíos.
Al perder importancia las creencias, las tradiciones y la memoria, gana la autonomía individual lo que lleva consigo una crisis de ética y de moral, una moral sin obligaciones, sin sanciones, y una ética indolora y light que pretende estructurar el individualismo hedonista con el olvido del otro que, en buen lides, es un yo fuera de mí.
La memoria no deja que tú, él, yo seamos algo abstracto sino una realidad de carne y hueso que ocupa un lugar, que anda por los caminos. Una institución, una ideología, una religión sin memoria se esfuma y desaparece. Para la mayoría de mandatarios y políticos las personas son conceptos abstractos que se desvanecen, para ti cada persona es un fin en sí mismo, como decía Kant. Los individuos concretos y sus acciones lo inspiraran todo en ti.
Corren malos tiempos para el dogma; es más bien el tiempo de la verdad existencial, de la justicia, de la paz para seguir el camino de Dios. Sin que ninguno de los dos cambie, a una nueva concepción del ser humano corresponde una nueva concepción de Dios. El teléfono móvil es la gran metáfora y la gran realidad de la vida de hoy. La autopista del siglo XXI es la banda ancha por donde todo pasa a la velocidad del rayo.
No existe la verdad y la certeza sino un tapiz de verdades y creencias. La viscosidad, la incertidumbre, son el habitat para la gente de hoy. La religiosidad es difusa como todo el resto de la vida. El medio de expresión no es el logos sino la imagen que causa impacto. Hoy se habla más de justicia que de caridad, pero la caridad sin justicia no existe y la justicia sin caridad queda deformada, decía Levinas. La caridad cristiana va más allá de la simetría de la justicia, escribió Benedicto XVI
A principios del año, mucha gente está preocupada con saber qué plazo le han o van a otorgarle en el mundo los dioses, perdiendo el tiempo sobre aquello sobre lo que nadie puede nada. Lo peor es que a muchos se les revuelve el hígado por no poder planificar a ciencia cierta el futuro como si Prometeo puso en el corazón de cada hombre una partícula de la violencia del león. Y siguiendo el consejo del clásico, muchos empinan el codo porque «los dioses han reservado las penas a los sobrios» (Horacio, Odas. I, 18).
Las preocupaciones, al comienzo de este año, de los diferentes grupos, de los diferentes sectores, generaciones son muy diferentes, diversas, complementarias. Todo lo demás es para ti meramente circunstancial y merece tenerse en cuenta en a medida en que sirve a los esencial. La gente dice: «Cada loco con su tema». Lo tuyo es pasión por Dios y pasión por el hombre.
La vida del cristiano es un alumbrar siempre la vida de Jesús, hacer nuevamente realidad presente lo que ya es y viene del pasado. Tu vida me recuerda aquello de Job: «Militia est vita hominis». Vivida según el Evangelio, esa milicia es cristiforme. Tu vida es un arco tensado por la realidad social, violenta e injusta, esos mil rostros sin nombre del fondo de la calle, entre filias y fobias que dividen al mundo y hasta a los grupos pequeños, y un ideal inalcanzable. La lucha entre el ideal deseado y la crueldad de la simple realidad que trasmiten tus palabras, tus escritos, despierta en mí el sentimiento de ternura, serenidad y, a veces, te confieso, la fascinación del abismo porque hay en ello una fuerza brutal, una vulnerabilidad de vértigo y un compromiso misterioso con lo incognoscible.
Ni te enorgulleces con las alabanzas ni te deprimes con las adversidades, tu vida está completamente abierta a Dios y transparenta su presencia. Tu fuerza y credibilidad está en la coherencia entre tus convicciones y tus decisiones, entre lo que dices y lo que haces, porque la vida de Cristo más que investigada, que también, debe de ser vivida. «Deus nec totus absconditus nec totus manifestus (Dios ni está completamente escondido ni es completamente visible)», escribió Hugo de San Víctor.
En ti la «forma credendi» está íntimamente relacionada con la «forma vivendi» aunque algunos echan de menos reflexiones y especulaciones teológicas sobre los dogmas y los misterios del cristianismo. «Francisco no es un teólogo», dicen. Los otros responden: «Es un Pastor». Tus acciones y tus gestos muestran tu pasión por el otro y por vivir el Evangelio, una mezcla de pasión, esfuerzo y locura, que despiertan en muchos la necesidad de la búsqueda de Dios y el deseo de vivir la espiritualidad y devuelven a muchos símbolos religiosos el significado original que habían perdido.
Estás convencido de que sin amor no hay ni inteligente ni racional ni belleza ni poesía. Abrazas a los pobres con tanta caridad y estos te miran con tanta reverencia que a duras penas se logra discernir en este celo si superas tu a los pobres o ellos te superan a ti. Grandes voces han dicho que el siglo XXI será religioso o no será (Malraux) y el cristianismo será místico o no será (K. Rahner). Místico es aquel que trasmite a Dios porque su vida transparenta a Dios, tu fe en Dios es la única autoridad para juzgar tu comportamiento. si nos atenemos a la definición que Santo Tomás propone de mística: «cognitio Dei experimentalis», tu estás proponiendo un cristianismo místico.
En este año en el que se cumplen 200 años de la aparición de Frankenstein, la criatura de Mary Shelley, el Prometeo moderno, prototipo del hombre moderno que mató a Dios para colocarse él, u otros mitos construidos por él en la plaza de Dios, tu nos muestras lo que la realidad se empeña en ocultar o disimular: la gran violencia con que el bien y el mal se enfrentan cada día delante de nuestros ojos, la lucha de Ahab contra Moby Dick, al mismo tiempo que te mueve la fe en el poder redentor del amor. Estás haciendo de la Iglesia un referente mundial al tratar de recuperar el espíritu de los primeros cristianos. Sin pretenderlo, eres el líder mundial más valorado, admirado y tal vez el más influyente.