La riqueza de la Iglesia es su generosidad (vende lo que tienes...) y su solidaridad (dáselo a los pobres)
(Xabier Pikaza).- Ante el tema de las «inmatriculaciones», discutido en estos días en España, ha de recordarse la palabra de Jesús al rico Mc 10, 17-21 (y paralelos), que quiere seguir a Jesús y alcanzar la vida eterna, pero con dinero.
Esa «palabra» forma parte de una parábola central del camino de Jesús, de manera que el «hombre» (en Mateo el joven) que quiere seguir a Jesús con dinero es un signo de la Iglesia, que ha mantenido en su evangelio este pasaje, pero aplicándolo sólo a un tipo de elegidos o pefectos (que serían los eremitas antiguos).
Habría por tanto dos tipos de personas y de situaciones.
(a) Iglesia rica: en general, ella ha optado por el dinero y el poder para extender el evangelio (una iglesia de propieddes de tierra, con edificios particulares y catedrales ricas…).
(b) Algunos cristianos pobres… Pero, al mismo tiempo, en otra línea, esa misma Iglesia ha querido que algunos dentro de ella sea pobres, diciéndoles además que ellos son bienaventurados, porque tienen a Dios (pero sin pedir/exigir que se comparta entre todos los creyentes (y los hombres) la riqueza, en forma de comunión real, de la palabra y de la vida).
Pues bien, esa distinción entre Iglesia rica-poderosa y algunos cristianos pobres-impotentes va en contra del evangelio. La primera que debe «vender» sus bienes, quedándose sin nada propio y compartiendo el camino de los pobres del mundo, ha de ser la Iglesia entera.
Éste es un tema de fondo, que puede ayudarnos a entender el tema de las inmatriculaciones. La riqueza verdadera de la Iglesia no son unas propiedades de tierras y fincas, de edificios y de catedrales/museos. La riqueza de la Iglesia es su generosidad (vende lo que tienes…) y su solidaridad (dáselo a los pobres), en clave de experiencia más alta de gratuidad y misterio (ven y sigueme), en la línea del «ciento por unos», en familias y amigos, casas y campos… como verá quien lea lo que sigue.
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