Monseñor David Martínez de Aguirre puede estar orgulloso de las gentes de su Vicariato
(Dominicos).- Está ya todo dicho acerca de las palabras que el papa Francisco dirigió a los pueblos indígenas en Puerto Maldonado pero ¿qué le dijeron ellos al Santo Padre? Se han escrito ya muchas crónicas sobre lo que el Papa dijo a los pueblos indígenas con los que se encontró en el Coliseo Madre de Dios, pero hay que decir que ellos también tuvieron oportunidad de hablarle y de eso se trataba lo sucedió ayer: de escuchar sus voces y visibilizar sus ricas culturas.
No hablo solo de palabras, sino de imágenes, de gestos, de vida… El Coliseo de Puerto Maldonado era ayer un precioso mosaico de trajes, plumas, pinturas en las caras y el cuerpo de hombres y mujeres que, orgullosos, sacaron sus mejores galas, aquello que les identifica y distingue como pueblo. Si durante años han sido vejados y aun hoy son motivo de burla por sus costumbres, ayer quisieron mostrarse al mundo tal y como son: fruto de tradiciones ancestrales, fuente de sabiduría y conocimiento de la tierra y el cielo. Ayer, al Papa, en el Coliseo, le quisieron decir que están allí y que forman parte de este mundo y que son también hijos de la Iglesia y que tienen mucho que decir y aportar.
Ese Coliseo multicolor le hablaba al Papa de comunión. El mismo Francisco lo reconocía en su discurso jugando con el nombre de esta región Madre de Dios: «No están huérfanos, tienen Madre y donde hay madre hay hermanos y hay familia». La fe es lo que aunaba a los asistentes al acto, es lo que hace posible la comunión entre las distintas etnias, y su unidad será lo que les haga fuertes frente a los intentos por arrebatarles sus tierras.
También con su alegría hablaron al Papa. O mejor, le cantaron, y le bailaron en un sinfín de coreografías vistosas y músicas llenas de fuerza. ¡Los niños del aeropuerto y de la casa hogar El Principito llevaban semanas ensayando emocionados por estar ante el Papa! Esa alegría habla de un pueblo que, a pesar de los sufrimientos por los que ha pasado a lo largo de su historia, no ha perdido la esperanza en un futuro mejor.
Un día antes de venir el Papa, tuvimos la oportunidad de acudir al río a recibir a los indígenas que venían a ver al Papa. De una de las canoas bajaba un hombre de 99 años que había conocido a los primeros misioneros. La alegría de este hombre, que a duras penas podía caminar, por ver al Papa, es la imagen viva del gozo con el que se han vivido estos días, lo que ha supuesto para estas gentes la llegada del Papa, como signo de esperanza, que ha deseado expresamente visitarles a ellos, en el último rincón de la tierra, durante años los olvidados del mundo.
Pero también hubo palabras. En el Coliseo tuvieron oportunidad de hablar dos jóvenes, hombre y mujer, del pueblo Harakbut. Su mensaje, en primer lugar, fue de agradecimiento a la Iglesia en la persona de los misioneros: «Su llegada, Papa Francisco, hace recordar a los Harakbut al Apagntonë, misionero dominico José Álvarez gracias a quien estamos vivos. El espíritu de nuestros antepasados nos acompaña. Le pedimos que nos defienda». Al escuchar la palabra Apaktone el Coliseo comenzó a aplaudir con fuerza en recuerdo del mítico misionero dominico que está en el corazón y la memoria de todos.
En su discurso reivindicaron sus territorios «frente a los foráneos que nos ven débiles e insisten en quitárnoslos». El pueblo indígena desea también mirar hacia el futuro y para eso quieren educar a sus hijos, pero sin que esa educación «borre nuestras tradiciones y lenguas, no olvidarnos de nuestra sabiduría ancestral». Y desde este rincón de la Amazonía hacen un llamamiento a toda la humanidad: «Los pueblos de la Amazonía les queremos decir: todos cuidemos y protejamos nuestra tierra para vivir en armonía».
En las intervenciones ante el Papa, las mujeres tuvieron un papel muy importante, siendo dos de ellas las que se dirigieron al Papa en dos momentos distintos y quienes hicieron ofrendas del trabajo artesanal. A ellas hizo referencia el Papa en su discurso en la explanada donde hizo una denuncia de la cultura machista que causa violencia a la mujer.
Y como hay cosas que solo se pueden decir y contar en la cercanía y en la intimidad, el Papa también pudo escuchar a nueve representantes indígenas en el ambiente más familiar del almuerzo en el Centro Pastoral Apaktone. Pero lo que ahí se dijo queda entre el Papa y los indígenas…
Finaliza una visita histórica, que va a marcar un antes y un después en la Iglesia Amazónica que va a tener mucho protagonismo en la Iglesia del futuro. Monseñor David Martínez de Aguirre puede estar orgulloso de las gentes de su Vicariato que, con ilusión y cariño, han hecho posible la organización y buen desarrollo de la visita Papal, demostrando que los cristianos de esta tierra amazónica pueden comenzar a caminar solos y ser sujetos activos de evangelización.