El torero que pudo ser figura y no lo fue
Más información
La retirada de los ruedos de Francisco Rivera Ordóñez, este 13 de octubre de 2012, en Zaragoza, no sólo supone el adiós al último eslabón de una importante dinastía taurina, sino también un claro ejemplo de torero que pudo haber llegado a lo más alto y que, sin embargo, se quedó a medio camino.
Fran Rivera, como se anunciaba en sus inicios, lo tenía todo a favor para emprender su carrera en el toreo: una familia muy ligada a la profesión y una afición desmedida desde que era niño.
Los inicios no fueron, por tanto, tan duros y tan difíciles como los que puede tener cualquier adolescente sin raíces taurinas.
El hecho de ser nieto de Antonio Ordóñez e hijo del malogrado «Paquirri» le abrieron muchas puertas desde que empezó a torear sin caballos.
Pero lejos de ser el típico torero «apadrinado», que entraba en los carteles simplemente por ser quien era, desde que debutó con picadores fue sorprendiendo a profesionales y crítica con un concepto valiente, puro y de mucho sentimiento, que recordaba mucho al de su padre.
Parecía entonces que la saga de los Rivera Ordóñez iba a tener una continuidad merecida y justificada, pues Francisco iba creciendo a pasos agigantados, consiguiendo triunfos de relumbrón en plazas importantes como Valencia, Sevilla, Barcelona, Málaga, Salamanca o Madrid, donde dejó buen ambiente en su debut a pesar de no triunfar.
Su papel de promesa del toreo se confirmó en su último año de novillero (1995) que completó con más cien paseíllos, por lo que le fueron concedidas el trofeo al mejor novillero de la temporada y la «Oreja de Plata» de Radio Nacional de España.
Tanta esperanza había puesta en él que en 1996 tomó la alternativa en plena Feria de Abril de Sevilla de manos de «Espartaco» y en presencia de «Jesulín de Ubrique». Aquella tarde estuvo a punto de abrir la Puerta del Príncipe, lo que volvía a corroborar su irrefrenable ascensión.
Los últimos años de la década de los 90 fueron los de mayor gloria para Francisco Rivera. Puesto en prácticamente todas las ferias de postín, nunca dejaba indiferente a nadie, siempre había algo en su forma de torear que suscitaba interés, y la gente acudía a la plaza a verle, a disfrutar de su toreo y de sus triunfos.
Pero algo tuvo que pasarle a partir sobre todo de la entrada del nuevo siglo. Su enlace matrimonial con Eugenia Martínez de Irujo, hija de la duquesa de Alba, sus continuas apariciones en la prensa del corazón y la pérdida de fuelle en su trayectoria hicieron dudar sobre su capacidad e, incluso, compromiso con la profesión.
No bajó, sin embargo, el número de corridas en las que se anunciaba, pero sí sus triunfos, que empezaron a contabilizarse con cuentagotas.
Rivera Ordóñez comenzó entonces a compaginar su actividad en los ruedos con otras facetas como empresario de la plaza de Málaga y también del coso que durante muchos años fue propiedad de su abuelo, el de Ronda, organizando las tradicionales corridas Goyescas, todo un acontecimiento, no sólo taurino, sino a nivel social y cultural.
Precisamente en la edición de 2006 fue el encargado de dar la alternativa a su hermano, Cayetano, con quien toreó mano a mano.
Torero de constantes altibajos, encontró por fin el hueco que había perdido formando parte del llamado cartel de «los mediáticos», completado por «El Cordobés» y «El Fandi», estrategia que ha funcionado muy bien, pues ha sido la combinación que más gente ha llevado a las plazas en los últimos años.