Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

La evolución de los dioses y sus condicionantes

 

 

La inteligencia es el mayor distintivo de la capacidad cerebral del ser humano, la capacidad de llegar a conclusiones demostrables objetivamente, a partir de los datos aportados al proceso racional que permite alcanzar tales conclusiones. Gracias a la inteligencia humana, hemos elaborado las distintas ciencias que interactúan en el proceso del conocimiento.

Tal es así que hoy, en un proceso secular e imparable, el ser humano ha llegado al conocimiento de uno de los puntos esenciales en la búsqueda de la explicación de nuestros orígenes.

Hace aproximadamente 13.800 millones de años se produjo el llamado “big bang”, o la gran explosión que dio origen al universo conocido, a partir de una concentración puntual de densidad y calor con una energía que hizo que la gran explosión expandiera los restos que posteriormente fueron formando las galaxias, las estrellas y los planetas, expansión que aun continúa, pero que pudiera ser que llegado un tiempo se detuviera e iniciara un proceso de recesión hasta volver a concentrar en un solo punto toda la densidad y calor, para volver a iniciar de nuevo el proceso, algo que actualmente intuimos, pero que todavía no disponemos de datos suficientes como para probarlo. Así nuestra galaxia, la llamada vía láctea, se formó hace 13.200 millones, nuestra estrella, el sol, hace 4.500 millones y finalmente nuestro planeta, la tierra, hace ahora unos 4.470 millones de años, unos 30 millones de años después que el sol.

Uno de los documentos escritos más antiguos conocido, es el Código de Hamurabi, que data de 1728 a.C., aun cuando se supone que los primeros restos de algo escrito, proceden de Irán y datan de unos 3.200 años a.C. en idioma protoelamita. Dando esto por bueno y relacionando la fecha con la de la formación de la Tierra, en una escala del 1 al 100, concluimos que la escritura, y por tanto la capacidad inicial de comunicación objetiva entre los seres humanos, tiene lugar en 0,000071, o lo que es lo mismo, en el caso de que una persona viviese 100 años, su inicial capacidad de comunicarse tuviera lugar 36 minutos antes de su muerte, por lo que para la Tierra, la capacidad de comunicación objetiva del ser humano es algo absolutamente sobrevenido y recién ocurrido, cuando relativamente, y a nuestra escala, nos parece que la existencia del hombre y su capacidad de comunicar es algo ancestral, cuando ni siquiera somos capaces de recuperar documentos escritos un milenio atrás.

Así las cosas, la propia conciencia de los primeros homínidos, les hizo ver que había algo a lo que temer sobre lo que eran impotentes, las fuerzas de la naturaleza, surgiendo con el tiempo el concepto de “dios” como algo superior que nos domina y al que no nos queda otra actitud que la sumisión, algo todopoderoso. La Tierra fue un dios, como lo fueron los vientos, la lluvia o finalmente el sol, que les otorgaba el día y la noche, la luz o la oscuridad, el calor o el frio, etc.

Esas primeras civilizaciones o agrupaciones humanas, intentaban ya comunicarse con sus dioses implorando clemencia ante las desgracias a las que se exponían a diario, esperando que esas fuerzas todopoderosas fuesen clementes con ellos, identificando la desgracia con la indisposición de ese o esos dioses con ellos mismos, siendo así que sus “rezos” consistían no solo en plegarias, sino también en sacrificios que calmasen la ira de ese dios. Según de que pueblos se tratase, esas ofrendas eran de origen vegetal, animal e incluso humano, pues no atribuían a su dios más virtud que el poder, que a su entender ejercía libremente en función de lo apuntado.

Alrededor del 2.000 a.C., con anterioridad a la confección del código de Hamurabi, los pueblos más avanzados para nuestra cultura indoeuropea residían en las confluencias de los rios Tigres y Eufrates, en la llamada Mesopotamia. Allí, en la ciudad de Ur de Caldea, al parecer y según la tradición judía, nació un personaje llamado Abraham (no existe documento ni prueba alguna de su existencia), quien según la citada mitología se habría de convertir en el principal profeta del judaísmo, y por ende del cristianismo y del islam, como raíz de las tres principales religiones monoteístas actuales.

A partir de esa figura, el pueblo judío articula una religión propia, haciendo del personaje un descendiente de Noé (de quien tampoco se sabe absolutamente nada), como figura del superviviente a una supuesta catástrofe mundial a partir de un hipotético diluvio universal, por otro lado absolutamente inexistente (hoy su prueba es incuestionable), que los judíos datan aproximadamente en 2.300 a.C., siendo todos ellos descendientes, claro está, de los míticos Adán y Eva, creados por su dios, uno de barro y la otra a partir de una costilla del primero, al tiempo que todo lo demás, allá por los alrededores del año 5.000 a.C., que para los cristianos tuvo lugar el origen de todo, aunque hoy en día, a nadie medianamente culto pueda parecerle serio mantener esas bobadas. Todo ello contenido en el Génesis, como primero cronológicamente de los cinco libros que forman el Pentateuco, redactado alrededor del 500 a.C., unos 1.500 años después del supuesto nacimiento de Abraham y sin que existiera documento alguno que trasladara tal “conocimiento” a lo largo de esos 15 siglos. ¡Extraordinario!.

Hoy sabemos que cuando ese dios creo todo eso, el hombre hacía ya millones de años que poblaba una Tierra que disponía ya de cerca de 5.000 millones de primaveras, no obstante veamos como va evolucionando la figura de un dios en función del paso de los siglos.

La religión de los judíos, manteniendo como es inherente a la figura de un dios su condición de todopoderoso, sigue optando igualmente por la capacidad de explotar su ira, atribuyéndole ahora una nueva característica que sobrepasa la primitiva de un ser sujeto a su libre voluntad a la hora de actuar, la calidad de justiciero, bien es cierto que bajo un prisma de justicia-venganza excesivamente extremo, que multiplica por siete las ofensas a la hora de aplicar un castigo, que también exige “oración” en forma de plegaria o de sacrificio, por supuesto vegetal y animal, que incluso en el caso de Abraham llega a ser humano en la figura de su hijo, aunque finalmente la narrativa nos lo transmite como un cierto engaño, a los efectos de comprobar la fidelidad del profeta a su supuesto dios, del que al parecer solo había conocido su existencia a través de voces en su cerebro, algo a lo que hoy la ciencia médica conoce como esquizofrenia (común a Saulo de Tarso, Teresa de Jesús, Van Gogh, Dalí, Virginia Wolf, Kafka y a muchos otros), cuyos síntomas mas frecuentes están las creencias falsas, delirios religiosos, de culpa, de pecado, pensamientos poco definidos o confusos, alucinaciones auditivas, reducción de la expresión de emociones, inactividad, etc. “Si le hablas a Dios, estás rezando, si él te habla a ti, eres esquizofrénico” Thomas Szasz, Psiquiatra.

La idea de justicia de ese dios, según los autores bíblicos, incluso ayuda a su pueblo a masacrar enemigos o a ordenar las mayores barbaridades contra quienes no le profesan acato y sumisión, así como a enviar calamidades naturales en castigo al pueblo, lo que no deja de ser una solemne tontería histórica, ya que tales catástrofes se sucedieron igualmente en los millones de años en que en la Tierra no había nadie a quien castigar.

Vemos por tanto aquí un nuevo escalón a la idea primigenia de dios como algo simplemente todopoderoso, lo cual le permitía ejercer su absoluto poder sin limitación alguna, en puridad. El asignarle una nueva condición, la de ser también justiciero, crea ya el primer contraste a considerar, pues ello aplicado al mundo en el que estamos en el que la injusticia, la maldad, las catástrofes y las peores calamidades están a la orden del día, lo del dios todopoderoso y a la vez justiciero, empieza a no tener demasiada razón, y por tanto a no ser muy defendible la idea, por muy extrema que fuera su concepto de justicia. Por otro lado, una idea puramente terrena, al tiempo que desde una ingerencia humana en las supuestas atribuciones a ese dios, se atreve a limitarle, al imponerle una característica condicionante.

Corren los siglos, y un ser extraordinario entra en liza, Jesús de Nazaret, un revolucionario, un filósofo que modifica sustancialmente la idea del dios de los judíos con el mensaje más extremo de todos los tiempos: perdona, ama a tu enemigo como a ti mismo, pon la otra mejilla, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, la extrema bondad que no aplica, en puridad, prácticamente ni uno solo de sus seguidores. Un mensaje extraordinario de un hombre que quiere creer en el ser humano, que nunca se postuló como dios, ni como creador de una nueva religión, ni como todopoderoso.

Pasado un tiempo, la organización religiosa que se funda a partir de su figura, creadora de nuevos dogmas que articulen un nuevo credo, y que habrá de actuar a lo largo de los siglos con la mayor hipocresía y crueldad (sepulcros blanqueados), absolutamente de espaldas al mensaje de su inspirador, decide otorgar a la figura del nazareno su condición de dios, a la par con el antiguo dios de Abraham, con lo que la absoluta contradicción no solo estaba servida, sino que ahora además al nuevo dios había que asignarle otra característica representativa de un concepto nuevo enormemente simple, pero ajeno a este mundo, la bondad, con lo que ya tenemos un dios todopoderoso, justo y bondadoso, cada vez más a la imagen de los deseos de un mundo que poco a poco va evolucionando, haciendo ese dios a imagen nuestra, a imagen de nuestros ideales, lo que conlleva el entrar en nuevas y más absolutas contradicciones con el mundo en que vivimos, pues ahora ya no vale buscar en la idea de justicia ciertos matices para encontrar coherencias con el dios al que se le asignó su condición de justo, ahora además ha de ser bueno, y eso ya no encaja mas que magnificando la “fe”, como el más alto privilegio, aquella característica de quien nada pregunta, nada razona, nada cuestiona y todo lo admite aunque sea lo mas absurdo y a costa de sacrificar su más alto valor, su raciocinio, su inteligencia, su capacidad de pensar, entre las que figura el llegar a la realidad de que las leyes que rigen este mundo nada tienen que ver ni con la justicia ni con la bondad, características puramente humanas de aspiración a la excelencia.

¿Cómo es posible la existencia de un dios todopoderoso, justo y sobre todo bueno, cuando a cada momento del día se producen las mayores injusticias, las mayores catástrofes, las mayores penurias con muerte, tortura, impotencia, enfermedad, llanto y todo tipo de males que cualquier humano, de ser todopoderoso, sin duda alguna evitaría?. ¿A quien que mínimamente piense por si mismo le puede interesar ese dios?. ¿Qué clase de persona consentiría en admitir y no detener las penurias de este mundo si pudiera evitarlo?

Los dioses, cuanto más los humanicemos menor explicación tendrán ante la cruda realidad que vivimos, lo que nos acerca cada vez más al ateismo, o al menos a un agnosticismo cada vez mas firme pues, como en mi caso, yo no se si existe dios alguno, lo que si tengo meridianamente claro es que si existe tal dios, ni es bueno ni justiciero, y por tanto no me interesa, o si lo es, lo que resulta evidente es que para nada es todopoderoso (ya no respondería al concepto de dios), pues ambas características no son compatibles, y ahí, hasta ahora, nadie ha dado explicación alguna con un mínimo de razón, salvo los tópicos sinsentidos de que los designios de dios son inescrutables, o las compensaciones en el más allá, etc., pues para eso, y siendo hombre, la oferta del Islam es incomparablemente muy superior…

A mi no me interesa lo más mínimo el dios de los aztecas con sus periódicos cabreos y sus sacrificios compensatorios, pero es enormemente más lógico, más libre, menos condicionado y más coherente que el dios de los cristianos, tan justo y bueno pero que consiente las mayores iniquidades sin castigar siquiera a los canallas y corruptos de su propia organización (cual un Rajoy cualquiera), sin lugar a dudas, al menos a dudas racionales.

Si al menos el siguiente escalón tras el poder absoluto, la justicia y la bondad fuese la coherencia…

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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