Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

A propósito de Victoria Camps

 

 

En una reciente entrevista de Natalia Vaquero a Victoria Camps, la catedrática emérita de Filosofía Moral y Política, de la Universidad Autónoma de Barcelona, autora entre otras muchas publicaciones del Premio Nacional de Ensayo 2012, “el gobierno de las emociones”, abordaba en primer lugar algunos temas propios de la ética y la moral aplicada a nuestra política en general, entre ellos la corrupción, la credibilidad, la representatividad, el sistema electoral, la financiación de los partidos, su continua, mediocre y aburrida confrontación, la falta de generosidad política, el cesarismo, etc., para pasar a tratar sobre el problema catalán, y finalmente llevar a cabo una serie de consideraciones sobre la moral, la ética, y la lucha entre la razón y las emociones, temas todos ellos de gran actualidad y de sumo interés en nuestra sociedad.

En cuanto al juicio de la política al uso, poco que cuestionar que no nos planteemos quienes nos preocupamos seriamente por la baja o mediocre calidad de nuestros llamados representantes, así como de aquellas organizaciones que les dan cobertura.

Opina Camps que la cerrazón a la hora de buscar coaliciones, de impedirlas, o de no ser demasiado tajantes con la corrupción, se debe, entre otras consideraciones, a que España ni pasó por la Ilustración, ni por la revolución industrial, ni tuvo una reforma protestante, situaciones que propiciaron un inmovilismo atávico que impidieron un decisivo progreso en la sociedad a la hora de ser más abiertos, habiendo perdido nuestros políticos una credibilidad necesaria para su función, con una democracia excesivamente partidista que no genera confianza, ni sólidos líderes, debiéndose mas la desafección del ciudadano con los políticos a su falta de confianza, que a la propia corrupción.

Ya en el apartado de las modificaciones a llevar a cabo con mayor urgencia, cita al cambio de la ley electoral, al sistema de financiación de los partidos, y al dotar de absoluta transparencia a las instituciones, con un cambio radical en la filosofía de partidos, quienes en lugar de preocuparse por el ciudadano, se cuidan únicamente de su lucha sin cuartel contra el resto de los partidos, en una confrontación ajena a los verdaderos intereses del pueblo.

En cuanto al problema catalán, no se siente identificada con el independentismo ni de lejos, considerándolo un disparate, pero si considera imprescindible una consulta a los catalanes sobre el particular.

A mi entender, y ya lo he manifestado sucesivas veces, si queremos ser democráticos la consulta es imprescindible, pero en contra de la opinión de Camps, considero que ha de hacerse en el ámbito nacional, previa una información exhaustiva sobre las consecuencias de todo tipo que tendría, tanto para Cataluña como para el resto de España una secesión actualmente, con informes serios de entidades independientes e informando objetivamente a los catalanes, hoy engañados en buena medida, sobre las ventajas que para todos tiene el seguir vinculados a España, con una pregunta clara e incuestionable: ¿Desea usted que Cataluña siga perteneciendo a España?. Como en cualquier referéndum, al momento conoceríamos el resultado en todas las comunidades, provincias, ciudades, e incluso en el pueblo más remoto, para sacar conclusiones posteriormente, tanto en el resto de España como en la propia Cataluña.

Considerando que el referéndum no podría ser vinculante al prohibirlo la Constitución, el resultado ilustraría suficientemente el tipo de negociación y su alcance a llevar a cabo, entre el Estado y la Comunidad catalana a los efectos de mantenernos unidos.

Cuestiones políticas aparte, la entrevistadora le pregunta sobre las diferencias entre la moral y la ética, y ahí me parece que Camps podría haber profundizado algo más en el asunto, ya que las diferencias, al menos a mi entender, son evidentes. Comienza por aclarar que moral proviene del latín y ética del griego y que ambas palabras hacen referencia a las costumbres, maneras de ser y de comportarse de los humanos, aunque aclara que ahora la ética parece referirse más a una moral universal, mientras que la moral se emplea de una forma más peyorativa y dogmática vinculada a la religión.

Hemos de considerar, no obstante, que la moral es algo no solo cambiante, sino subjetiva, múltiple y distinta en su valoración en función del ámbito, época, lugar, confesión de que se trate, o grupo que la proponga, pues no es lo mismo la moral católica que la musulmana, la profesional, la deportiva, etc. Si nos movemos en el campo de la ética, mucho mas universal, objetiva, estable, firme y no parcelable, basada en líneas generales en una justicia que pretenda el deseo de felicidad y evitación del sufrimiento para todos, considerando su principal base en el respeto a los derechos y libertades de los demás, un ejemplo nos ilustrará perfectamente sobre la diferencia entre ambas: la castidad es considerada moralmente como una virtud de gran peso para ciertas concepciones morales históricamente bastante proclives, no obstante, a no respetar demasiado ni los derechos ni las libertades de los demás, cuando chocan con sus particulares formas de entender esa moral, mientras que éticamente es una actitud ante la vida absolutamente neutra, salvo que su ausencia perjudique a otro semejante en el ejercicio de su libertad. De ahí que ciudadanos que nos movemos teniendo la ética como norte, sin importarnos demasiado las distintas moralidades al uso, lo de la castidad como virtud nos parece un anacronismo propio de fanatismos, creencias, e intolerancias de origen claramente machistas. Algunos vemos, por tanto, ambos conceptos bastante distantes, no separados únicamente por pequeños matices, sino por líneas fundamentales.

Otro de los asuntos a considerar es su respuesta a la pregunta de cómo controlar la relación entre razón y emociones, asegurando que ese es un aprendizaje que debe de hacer toda persona que quiera actuar con un juicio sano y que razón y sentimientos se alimentan mutuamente, pero son los sentimientos los que motivan el comportamiento, no la razón, idea que dice parecerle sumamente importante para la ética, sin concretar en que sentido, lo cual parece pedir mayor extensión en la respuesta, sobre todo partiendo de una línea tan difusa entre moral y ética como el que expone en la entrevista.

Si considerar que son los sentimientos quienes motivan el comportamiento, y no la razón, como una crítica a una sociedad poco evolucionada es de lo que se trata, resulta racional, pues no creo que se trate de justificar el comportamiento, en líneas generales, a la luz exclusivamente de los sentimientos, pues ellos nos pueden hacer actuar desde la mas absoluta bondad, hasta la justificación de los mas execrables crímenes.

Los sentimientos, buenos o malos, son propios de nuestra característica animal, mientras que la razón es lo que nos diferencia en cuanto al uso de nuestra inteligencia, a la hora de sopesar la conveniencia de dar rienda o freno a nuestras primitivas inclinaciones. El ser humano dispone de un potencial de sentimientos enorme y en nuestra capacidad de raciocinio está el actuar con sensatez, estudiando la posibilidad de actuar, bien guiados exclusivamente por los sentimientos, bien matizándolos, acomodándolos o evitándolos, en pro de la convivencia, el respeto a los demás y todo aquello que nos proporcione un equilibrio, sin prescindir del ejercicio racional de nuestros sentimientos.

Precisamente todo aquello que generalmente criticamos de la política, de nuestros políticos y de sus partidos, viene de la mano de no poner razón en sus sentimientos, ya que todo lo expuesto al principio no es ni mas ni menos que el resultado de dar mayor protagonismo a los sentimientos que al raciocinio propio que debe exigírsele a quien dedica su tiempo a la cosa publica, a servir a los demás y a proporcionarle al ciudadano todo aquello que precisa para ir resolviendo su vida en las mejores condiciones.

En unos días votaremos de nuevo, y ello debemos hacerlo no con el sentimiento como único protagonismo de nuestras decisiones, sino con buena parte de razón, pues nos jugamos nuestro futuro, el de nuestros hijos y de la sociedad en general, aun cuando nuestras meditadas decisiones no vayan precisamente en la línea de nuestros sentimientos.

Finalmente solo me queda manifestar mi total acuerdo con la respuesta a la importancia de tomar nuestras propias decisiones, al manifestar que ello es la principal consecuencia del ejercicio de la libertad, a lo que debemos aspirar aun a riesgo de no encontrar respuestas o equivocarnos, debiendo ser responsables y consecuentes con nuestras decisiones, ya que el no actuar por nosotros mismos, al dictado de otros, dejando que gobiernen nuestras vidas, nos anula como personas, algo que, añado, debemos practicar en todos los campos, ya sea en lo cultural, social, económico, político, religioso, deportivo, etc., de forma que, con todos los asesoramientos que precisemos pero, siendo siempre nuestra la última palabra, solo así podremos acercarnos al objetivo de convertirnos en seres libres, el mayor tesoro del ser humano.

Se ha hablado de que no es ninguna locura el suponer que tras estas nuevas elecciones todo vuelva a ser lo mismo, que perseveren los desacuerdos, ambiciones personales e intolerancias, y que la matemática del voto impida de nuevo un gobierno, cobrando protagonismo la idea de que alguien independiente y sensato se pudiera hacer cargo del gobierno de nuestra nación, haciendo ejecutivo un programa consensuado por una señalada mayoría, tendente a llevar a cabo todas aquellas reformas legislativas que la sociedad actual demanda, para una vez cumplido el propósito, convocar de nuevo a las urnas al pueblo.

¿Sería Victoria Camps ese personaje de consenso?

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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