Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

Permítame que insista

 

Llevamos más años de supuesta democracia que los que soportamos de dictadura franquista, y a estas alturas parece que, en general, aun no nos hemos enterado de como funciona el asunto, ni gran parte de la ciudadanía, ni los medios, ni los propios partidos.
Los españolitos “elegimos”, aparte de senadores, los diputados a Cortes (poder legislativo), quienes a su vez han de elegir a un presidente que formará gobierno (poder ejecutivo). Lo del poder judicial, mejor ignorarlo a estos efectos, ya que nada tiene que ver con poder independiente alguno, ni con la democracia real, ni con el corporativismo, y si con el mangoneo entre los distintos partidos: una vergüenza y a su vez una asignatura pendiente.
Una vez constituidas las Cortes, en España compuestas por 350 diputados, el hipotético presidente necesita la mayoría para ser investido, es decir, el voto aprobatorio de 176 diputados, o que quienes aprueban su candidatura superen en número a quienes la deniegan, al posibilitarlo el número de abstenciones.
En las Cortes elegidas hace algo más de cuatro años, había mayoría absoluta de diputados del partido popular, quien a través de la disciplina de voto a que se someten sus diputados, nombró ya directamente a su líder Mariano Rajoy, presidente del gobierno sin necesidad de pacto alguno con ningún otro partido en cuanto a aceptación de programa de gobierno, que sería el de su partido, ni en cuanto a la confianza en tal persona para llevarlo a cabo, nombrado directamente por el partido.
Actualmente no existe partido alguno que disponga de mayoría absoluta, por lo que para obtener los 176 votos necesarios, o bien una mayoría aprobatoria, el partido que quiera gobernar, ha de pactar con otros, no solo un programa que mínimamente convenza a estos, en representación de sus votantes, sino también un líder que sea de su confianza para llevar a cabo el cumplimiento de lo pactado. Para ello ha de ofrecer al resto de los diputados su disposición al pacto, al tiempo que una propuesta que trate de hacer compatibles los planteamientos de unos y otros, cediendo todos ellos en una negociación con quienes se pueda obtener una mayoría, para cerrar las lineas generales de un programa de gobierno que al menos mínimamente contenga lo que los pactantes consideren fundamental, imprescindible, o mínimamente necesario para consolidar un gobierno efectivo y duradero.
Una vez pactadas las lineas generales del programa de gobierno, deberán pactar la figura del líder idóneo para llevar a cabo el pacto, un líder que lógicamente pertenezca al partido que aporta mayor número de votos al pacto, pero que no necesariamente ha de ser el líder que de entrada proponga tal partido, pudiendo ser otro del mismo partido, de otro de los partidos firmantes del acuerdo, o bien incluso un independiente.
Una vez pactadas las lineas generales del programa de gobierno y designado un líder considerado capaz de llevarlo a cabo, los distintos partidos son convocados por el Jefe del Estado (el rey en nuestro caso), a quien a través de su representante, dan cuenta de las gestiones llevadas a cabo para la obtención de un acuerdo de gobierno, invitando entonces el Jefe del Estado, al designado para tal misión a formar gobierno, nombrando este para ello a los componentes que considera idóneos para tal cometido. Es decir, que al Jefe del Estado se va con los deberes hechos, con el examen aprobado, no sin haber ido a clase, sin estudiar, sin presentarse siquiera al examen, tras haberse tocado los perendengues durante el periodo de estudio, y a mayor inri siendo repetidor, tras haberle dicho a “papa” que no querías ir al colegio a sentarte con los amiguitos.
La situación actual es la de unas Cortes (repetidoras) en la que no hay mayoría absoluta para nadie y en la que conseguirla parece imposible, negocie quien negocie, y más si no se negocia nada. La única alternativa parece ser la de que el Partido Popular pueda formar un gobierno con un mínimo apoyo, consiguiendo una mayoría no absoluta, o de gobierno en minoría, a base de conseguir abstenciones, tanto de Ciudadanos como del Partido Socialista, en número suficiente para que los Si restantes superen a los No. Para ello es preciso un pacto entre el Partido Popular, el Partido Socialista y Ciudadanos, un pacto que considerando que quien mayor representación ostenta es el Partido Popular, ha de ser este quien inicie las negociaciones.
Tras dos elecciones sucesivas con similar mensaje por parte de la ciudadanía, el Partido Popular sigue sin iniciar negociación alguna, sin mover ficha y empeñado en que se le den, por la gracia de Dios (al estilo caudillo), los votos necesarios a Mariano Rajoy para formar gobierno, haciendo recaer en los demás las culpas de la situación actual y la vergüenza de tener que concurrir a nuevas elecciones.
El gobierno no es un premio a nadie, sino una misión al servicio de los ciudadanos, quienes en un Estado democrático somos, al menos en teoría, quienes tenemos el poder y por tanto el deber de exigir que se cumpla el procedimiento a nuestras primeras ordenes, ni a las segundas, ni menos a las terceras, y de frente, como se justifican las decisiones.
Señores del Partido Popular, permítanme que insista, nombren un equipo negociador que se reúna con los de Ciudadanos y del PSOE, al igual que hicieron estos la vez anterior, acuerden las lineas de un programa de mínimos, y posteriormente discutan el nombre del líder que sea de la confianza de todos para llevar los acuerdos adelante, al igual que se hizo con el pacto negociado para la Comunidad de Madrid, pues las elecciones las gana el partido, no el primero de la lista por Madrid. Una vez hecho eso, propónganselo al Rey, y formen gobierno. Otra cosa es una burla intolerable a la ciudadanía y un sometimiento injustificable a un personaje que está impidiendo, con personalismo, el que haya un gobierno en España.
Sr. Rajoy, permítame que insista, usted no ha ganado ningunas elecciones, usted ha formado parte de la lista que su partido, el PP, ha presentado en Madrid, obteniendo más votos que los demás partidos en esa demarcación, nada más. En España los ciudadanos votan a diputados, no a presidente. Ni siquiera en su Pontevedra querida (al menos eso dice usted) ha sacado voto alguno, ni en ninguna otra provincia de España, donde las encuestas le sitúan a usted como el político peor valorado, el que ostenta el cargo de dirigente máximo de un partido (de un cesarismo absoluto) procesado por la justicia por corrupción, por ocultación de pruebas, por no colaborar (¿es lo único que usted no controla personalmente en su partido?: !que casualidad!), el que ha llevado a su partido, de una mayor absoluta en el Parlamento a la situación actual. Usted podrá sentirse un intocable iluminado al que los distintos partidos han de ir en peregrinación a ofrecerle sus votos sin que usted mueva ni un solo pelo de su trono, pero hoy en España, el verdadero problema es usted, su cerrazón, su vanidad, su inmovilismo y su empeño en anteponer sus propios intereses personales de ambición política a los de todos, Partido Popular incluido,
Permítame que insista.

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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