Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

Dejad de contemplaros el ombligo… es la guerra

En muy pocos años, la globalización lo ha cambiado todo.
Hoy conviven las mayores incoherencias, sin responder a un supuesto equilibrio dogmático, ni a consecuencia de acciones en el tradicional sentido de la producción, tanto material como ideológica. Hace solo unos años asistimos al despertar de un éxito impensado en la mezcla de dos acciones hasta entonces incompatibles. China emergió con una fuerza impensada al mezclar el libre mercado en lo económico, con el mantenimiento del comunismo en lo político, simplemente con renunciar cada uno de ambos conceptos a alguna de sus características, compaginando el resto. Control político y libertad de mercado. ¿Hubiera ocurrido lo mismo invirtiendo los términos?. ¿Que hubiera sucedido de dar libertad política y control de mercados?. ¿Hubiera crecido en igual proporción la economía china?. ¿Se ha levantado acaso el pueblo chino ante la incoherencia, o vive mejor ahora?.
Hoy ya no son tanto las naciones como las grandes ciudades y sus territorios de influencia o las grandes corporaciones quienes compiten en un mercado libre, con centros de producción que luchan libremente en un mercado global. Las grandes empresas ya no producen en su lugar de residencia, imperando los bajos costes y la falta de regulación, tanto de producción como de calidades en cualquier producción de competencia general, con bajadas de precios y menores exigencias en cuanto a la durabilidad de los productos, sin protección para la mano de obra, sin regulaciones medioambientales, sin excesivos controles de calidad, algo que habrá que ir regulando poco a poco a nivel internacional, pero consecuencia sin duda de esa globalización que ha irrumpido en todo el orbe de unos años a esta parte, sin cruentas guerras, pero con evidentes víctimas caídas en la postura del inmovilismo.
Internet ha acercado enormemente el mundo en general a nuestro cotidiano quehacer. Podemos saber lo que ocurre en cualquier punto de la Tierra, intervenir, establecer relaciones comerciales, debates, consignas, propagar ideas, etc. al tiempo que el conocimiento del idioma universal es cada vez mayor, así como la facilidad de desplazarnos, etc.
Hoy las migraciones son constantes, las fronteras más abiertas, mayores tolerancias, mayor transversalidad, con modelos de sociedad, económicos y sociales mas entremezclados y permisivos, donde regulamos nuestras diferencias a través de normas que tratan de abarcar las relaciones cada vez más internacionales. El mundo es mas competitivo y ofrece mayores oportunidades, pero, ¿cual es el peligro entonces?.
La intolerancia militante, el fanatismo, las grandes diferencias, la miseria, el desarraigo, “virtudes” todas ellas de las que siempre se han alimentado las religiones en general y que hoy, atrás ya las cruzadas, la inquisición y otros estados de dominio, tras la imposición en Europa de las ideas ilustradas de la igualdad la libertad y la fraternidad, paralelas en los Estados Unidos a su proceso de independencia, se han conseguido desterrar en gran parte, tomando el testigo, en esa sempiterna intolerancia que les acompaña, lo más extremo del Islam.
Hoy el mundo global está en guerra, en una guerra que no se quiere reconocer, distinta, asimétrica, sin ejércitos, sin naciones enfrentadas, con armamento poco sofisticado, no convencional, con elementos sorpresa constantes en manos de fanáticos civiles contra pasivos civiles, sin altos mandos, con consignas generales recibidas por individuos de los propios países en donde tienen efecto sus consecuencias, sin controles, sin importar la muerte de los ejecutores quienes esperan recompensas, en un mas allá, enormemente reconfortantes, con una enorme facilidad de comunicación y convocatoria, y todo ello siguiendo siempre el patrón universal de las religiones al uso y su inherente fanatismo e irracionalidad: tu dios te lo pide.
Al igual que la mezcla triunfante de libre mercado y comunismo, la de fanática irracionalidad y todo tipo de modernidades para la acción, esta produciendo resultados demoledores, sin que ese mundo global en el que parece que la libertad preside gran parte de su protagonismo para lo cotidiano, aun cuando estemos absolutamente dominados en pro de las grandes corporaciones, tenga intención seria alguna de atajar el problema.
Por un lado, la falta de dialogo y el enfrentar intolerancia contra intolerancia que proponen los sectores más a la derecha, no parece que a la larga sea el camino mas resolutivo, aun cuando tenga una cierta lógica en su aplicación, pues desde la izquierda, salvo la critica a la postura de la derecha, no se ofrece solución alguna al problema, salvo el ofrecimiento de la otra mejilla a quien no tiene remordimiento alguno que le pueda hacer cambiar de actitud.
La tolerante Francia ha sido siempre refugio para todos, pero siempre desde le hipocresía de no mezclarse demasiado, de concentrarlos en barrios al margen, barrios que por el desarraigo de sus moradores con lo francés y los propios franceses, se han radicalizado hasta tal punto que ya ni la policía se atreve a entrar en ellos, siendo ya una parte de Francia ajena totalmente a todo lo francés, templos del Islam, aunque con ciudadanos enteramente franceses, al menos en cuanto a su nacionalidad, y así ocurre ya, suprimidas las fronteras con gran parte de la Europa central.
Se trata realmente de una guerra en la que una parte ni siquiera sabe que lo está o no quiere reconocerlo, que no sabe como combatirla, que está dividida, que aparece en cada pais y a partir de ciudadanos con su propia nacionalidad. Paralelamente a una agresión al ser humano, no se trata de nada externo, ni de un accidente, ni de lucha exterior alguna, ni de una pelea, ni de afrenta sobrenatural o desconocida, se trata de un cáncer producido en nuestro propio cuerpo, de parte de nuestras células internas, de origen propio, de actitudes propias, de un mal que puede acabar con nosotros o que para su curación nos ha de exigir un tratamiento de choque, bien doloroso o traumático, sin seguridad alguna en cuanto a su curación, pero que hay que afrontar.
Lo fácil, y políticamente correcto, es decir que la culpa no la tiene el Islam y posiblemente sea así en su totalidad, pero sí la irracionalidad extrema que algunos aplican a sus religiones.
El hombre siempre ha buscado explicación a todo aquello que no alcanza a comprender, y esa explicación la pretende de forma inmediata para alejar de si cualquier preocupación cuanto antes, y si es en manada mucho mejor, acríticamente, sin importarle demasiado la veracidad o no de la solución asumida.
El problema de “dios” siempre ha sido un problema irresoluble, pues el término “dios” no pasa de ser un concepto, que demasiados pretenden personalizar desde el mas absoluto desconocimiento, a partir de fantasías interesadas por parte de quienes siempre han vivido de ellas. Nadie, absolutamente nadie, sabe a ciencia cierta de la existencia de dios alguno, aunque haya habido miles a lo largo de la historia, aunque verdadero, lo que dice verdadero, solo el nuestro, por supuesto.
El transcurrir de la ciencia, las investigaciones, la razón y los descubrimientos cada vez más determinantes nos han llevado a la conclusión de que prácticamente nada de lo transmitido sobre el particular tiene, hoy en día, sentido alguno, algo que nunca aceptarán quienes tienen en la fe (creer lo que no vimos, decía el catecismo) un pilar fundamental de sus vidas, dispuestos a dar la vida por ello.
Hoy las salvajadas históricas que a lo largo de los siglos se han cometido en nombre de las religiones le ha tocado llevarlas a término al Islam, a quienes por la fe en el profeta son capaces de matarse y matar gratuitamente a todo tipo de personas, a los “infieles” (los que no tienen fe), algo que no ocurriría si todos aquellos que tienen la lógica preocupación por saber algo mas sobre la vida, la muerte y un posible más allá, se contentaran con la sabiduría de aceptar que nada sabemos sobre el particular (solo sé que nada sé) aunque nos atraiga sobremanera su conocimiento. No existe agnóstico alguno que mate a nadie por no compartir su duda, o su aceptación del desconocimiento sobre el particular.
La culpa es de quienes se fanatizan, pero no podemos eximir a las religiones en general de tales planteamientos, pues en el fondo son la base irracional de tales actitudes, sin ellas no habría fundamentalistas.
Estamos en una guerra contra fanáticos religiosos, como casi siempre, salvo que esta vez se trata de una guerra del siglo XXI, una guerra moderna basada en planteamientos ancestrales y absurdos de intolerancia y fanatismo, pero tan letal como cualquier otra, donde el enemigo tiene incluso a gloria el inmolarse, una guerra que está a nuestro alrededor, de momento con armas de menor calado, pero que nada impide que acabe siendo bacteriológica, pues el ejecutor no solo no teme en nada a la muerte, sino que incluso la busca. Estados Unidos lo ha pagado con las torres gemelas, España con lo de Atocha (de discutible autoría), y Europa lo esta pagando con pequeños atentados indiscriminados, aunque de ahí a palabras mayores puede haber un paso si nuestros políticos no se aplican a la mayor brevedad a concienciarse de la situación y a buscar soluciones efectivas. De momento, lo que se está haciendo y nada es casi lo mismo en cuanto a erradicar el problema.
¿De que le sirve a la OTAN el tener una capacidad de destrucción descomunal a aplicar a supuestos enemigos (incapaces de acabar con el Estado Islámico) con un coste escandaloso para todos sus países miembros, con el que se erradicaría el hambre en el mundo y con ello la mayor parte de los conflictos, si con alquilar un autobús cualquier fanático puede cargarse a una multitud de “infieles”?.
Hoy hay que plantearse seriamente, en bien de todos, el dejar de hacerle el juego a las fabricas de armas, a las grandes compañías petroleras y a todos sus accionistas, que alimentan todo tipo de conflictos, que han vivido de las guerras, naturales o provocadas, y pensar que nuestros desafíos no son las confrontaciones, sino la colaboración entre todos para erradicar las grandes diferencias, tanto sociales como económicas, causa de los grandes riesgos para la humanidad, tratando de evitar al tiempo los fanatismos religiosos a partir de una mayor formación cultural, de una mayor transmisión del conocimiento, de la tolerancia y de huir de dogmatismos irracionales que exigen estúpidos sacrificios en aras de dioses de los que nadie sabe absolutamente nada y que, de admitir su hipotética existencia, por lógica, por su supuesta plenipotencia, conocimiento absoluto, bondad y demás virtudes otorgadas, nunca necesitarían ni exigirían tamañas barbaridades, ni sumisiones, ni adoraciones, ni vida alguna dedicada a su contemplación o a su defensa.

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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