Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

¿Razones o emociones?

 

La lógica de lo ilógico se ha consumado. Como siempre que del “pueblo” se trata, la emoción ha vuelto a vencer a la razón y el rédito de la mentira deseada, de nuevo, triunfa sobre la posible verdad temida. Ha ocurrido y suele ocurrir siempre, ya sea en política, en religión (sobre todo), o incluso en economía.
Tras año y medio de campaña, el país más poderoso de la Tierra, el árbitro de casi todas las contiendas, quien arma a todos los cabreados del mundo, ha hecho presidente, pastor de su futuro, a un predicador, a un maestro del marketing, a un triunfador, rico, chulo, desinhibido, previsible, mentiroso y sincero al mismo tiempo, esperanza de la América profunda y vergüenza ajena de la no tan profunda, de esa minoría-mayoría que ya miente en las encuestas, temerosa de ser vista con malos ojos si acaba exponiendo sus verdaderas querencias.
En la tierra del dios dólar, ¿quien se resiste a un triunfador, que como experto piloto de competición se ofrece a conducir el taxi que habrá de llevarnos a la riqueza, a la recuperación de la dignidad nacional, a la exaltación de nuestro orgullo patrio?. ¿Es eso acaso menos cautivador que montarse en un taxi conducido por una antipática taxista de toda la vida, que desde su oficio pretenda llevarnos al Nirvana y ofrecernos todo tipo de logros sociales con los que aminorar nuestras miserias?.
Para USA, y para el resto en mayor o menor medida, ya existen tres fechas en nuestro incipiente siglo XXI que han marcado y siguen haciéndolo, una nueva senda en el discurrir de la historia: El derribo de las torres gemelas (2001) con el aviso definitivo de que el nuevo enemigo internacional a batir es el fanatismo islámico, la quiebra de Lehman Brothers (2008) que inició una crisis económica mundial que nos ha afectado a todos, y la victoria de Donald Trump (2016) que acaba con una “debilidad” del pueblo americano que este no tolera.
Hoy asistimos a un enorme resurgir de los nacionalismos en los que la apelación al orgullo nacional de quienes lo profesan, acumula enormes éxitos en la masa votante, una masa que siempre responde cuando se apela a los sentimientos, a las vísceras, a las emociones, a todo tipo de exaltación patria muy por encima de las llamadas a la razón. El pueblo no quiere escuchar razones de lucha que exigen sacrificios a problemas acuciantes, prefiere las emociones que exaltan su entusiasmo y su esperanza, aunque se trate de mentiras o ilusiones que odia contrastar bajo el temor de que le obliguen a bajarse de la nube, sobre todo cuando la masa que le rodea le ampara en tales fantasías, algo en lo que las religiones son maestras y la política, su más fiel seguidora. El pueblo, en su descorazonadora mediocridad, siempre perdonará la mayor mentira ilusionante, antes que la más absoluta verdad preocupante.
Hoy triunfan los nacionalismos, la exaltación de la bandera y de las virtudes patrias, por encima de cualquier consideración, y no en países tercermundistas, sino en los más desarrollados como son EEUU, Alemania, Gran Bretaña, Francia, o en regiones como Cataluña o Euskadi, donde la estelada y la ikurriña tienen cada vez mayor protagonismo, a años luz de nuestra bandera española, convertida desgraciadamente en vergüenza de tanto ciudadano imbécil, que cada vez sienten menos reconocimiento e identificación ante el hecho de sentirse español.
Poco a poco, nos hemos ido acostumbrando al hecho de que cada profesión tiene su especial lenguaje, ajeno a las entendederas de la inmensa mayoría, así sucede con la mayoría de las consideraciones y sentencias en el lenguaje leguleyo, o gran parte de los informes médicos, estudios o dictámenes económicos, las elucubraciones mentales mas delirantes en materia religiosa, y la mentira pertinaz en política. Lo grave, no obstante, es el absurdo seguimiento entregado que dedicamos a la causa de quienes nos confunden, a quienes nos engañan conscientemente en beneficio de sus intereses, ya sean particulares o de grupo, sin cuestionarnos nada, si el mensaje nos favorece, nos obnubila, o es afín a nuestros deseos.
Ayer Donald Trump era para muchos americanos un exaltado, para tantos europeos, no tan conocedores de la sociedad yankee, un payaso, y para la inmensa mayoría de los españoles, más desconocedores, si cabe, de la american way of life, un auténtico peligro mundial . Hoy es ya presidente, y para quienes han seguido su primer discurso, un hombre pausado, prudente o mentiroso, amigo de todos, conciliador dentro de su innata chulería, que ha pasado de querer meter en la cárcel a Hilary, a alabarla en buena medida como adversaria. Hoy Donald Trump ha abandonado, por innecesario ya, el camino de la medida desfachatez dirigida a un encendido nacionalismo, al pueblo bobalicón que vota con las vísceras, por el inicio de otro camino más medido a ejercer desde la Casa Blanca. Se acaba la campaña y empieza la necesidad de hacer lo contrario de lo que se dijo, o bien no hacer lo prometido, pues los asesores de campaña, especialistas en obtener resultados electorales, nada tienen que ver con los asesores de gobierno, especialistas en hacer lo necesario para contentar a las fuerzas vivas que en la sombra consienten la gobernabilidad del pais, aunque ello comporte olvidarse totalmente de cualquier promesa electoral. Eso, aunque la mayoría silenciosa, en su desesperante ingenuidad siga creyendo lo contrario, es y ha sido así, aunque ahora en mayor medida, desde siempre, por lo que, por un lado, poco han de esperar algunos sobre promesas ilusionares hacia su exacerbado nacionalismo, pero poco hemos de temer otros sobre sus chulescos desafíos.
EEUU es una democracia asentada, en la que si bien es cierto que puede llegar a la presidencia casi cualquiera, siempre y cuando tenga una fortuna detrás (allí es el mayor símbolo del éxito), también lo es que cualquier presidente está rodeado permanentemente de una legión de consejeros que, en general, suelen evitar cualquier veleidad de mal medidas consecuencias, por lo que llama la atención el escándalo que estos personajes nos producen a nosotros, un pais en el que la democracia solo es teórica, en el que nuestro presidente hace solo lo que le da la real gana, donde sus asesores abogan más por apoyar sus veleidades y buscar razones que las justifiquen, que por cantarle las cuarenta, al tiempo que su partido depende solo de sus decisiones, al igual que sus ministros, mientras la prensa incluso llega a considerar toda esa burla a la democracia, como algo normal e incluso deseable.
España no ha sido ajena a lo expuesto. Aquí no se presentaba un candidato pintoresco, bufón o prepotente que ilusionase al menos a una mínima mayoría y que con ello representara el voto visceral o ilusionante para algunos, aquí se presentaba un muermo, aburridamente previsible, líder intocable del partido de la corrupción, que sigue siendo el peor valorado de todos, sin programa ilusionante alguno, pero cabeza de cartel de un partido “de siempre”, algo que inexplicablemente sigue “moviendo” a los españoles e incitándoles a votar en negativo, contra socialistas, comunistas y podemitas, pues en su torpe y desesperanzado sentir, les apetece más lo malo conocido que lo supuestamente bueno por conocer, al revés de lo que ha votado la sociedad americana, mucho más atrevida y positiva, lo supuestamente malo no conocido, que lo malo de sobra conocido. Aquí el sentido común, lo racional, lo moderno, el cambio moderado lo representaba Ciudadanos y nada ha cosechado ante lo visceral y lo irracional. ¿De que nos escandalizamos?.
En unos días, en USA, el pueblo ha votado para que un blanco multimillonario desaloje de una vivienda pública a una familia negra, ese puede ser el chiste, pero lo cierto es que lo hará saboreando una venganza urdida hace años, cuando el orgulloso pater familia, afroamericano de raza y musulmán de apellido, públicamente, ante un rebosante auditorio, se dedicó cruelmente a avergonzarle, con dibujos incluidos, ante un público que le reía las gracias, ante la sonrisa forzada del propio Trump, quien balanceando la cabeza parecía anunciar ya esa victoria que al fin terminaría en el desahucio del burlador burlado, vencido además como soporte de su oponente.
Donald Trump es el nuevo césar del imperio del dólar, el rey del mundo, mientras que Hilary Clinton no deja de ser ya un fracasado futurible. Veremos…

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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