Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

Quien sabe…

 

La historia de la filosofía esta plagada de mentes absolutamente innovadoras que han ido aportando nuevos planteamientos a la aventura del conocimiento, y uno de ellos, absolutamente original y considerado padre de la filosofía moderna es Rene Descartes, un personaje conocido universalmente por su famosa frase “pienso, luego existo”, que se enfrentó al conocimiento de la forma más inteligente en que cabe hacerlo, rechazando las “verdades” recibidas, y utilizando la duda y el análisis a través de la razón, como arma para cimentar su sabiduría.
Para Descartes, la razón es la luz que hace posible el conocimiento que produce la ciencia, la sabiduría, por lo que debemos admitir exclusivamente en nuestro juicio, aquello que se nos presente tan claro que no tuviéramos motivo alguno para ponerlo en duda, y todo ello, tras un camino recorrido una vez puesto en duda el asunto de que se trate desde un principio, por lo que es preciso rehusar a asentir a todo aquello de lo que pudiera dudarse racionalmente, llegando a la evidencia a través de la dialéctica, tanto externa como interna, escépticamente.
Señalar algunas de sus famosas sentencias quizá nos acerque un poco más al personaje, por otra parte plagado también de contrasentidos pero auténtico, como todo aquel que emprende un nuevo camino ajeno al trazado asentado a lo largo de siglos. Caminante no hay camino, se hace camino al andar…
“Daría todo lo que sé por la mitad de lo que ignoro”.
“Vivir sin filosofía es tener los ojos cerrados, sin tratar de abrirlos jamás”.
“Para investigar la verdad, es preciso dudar de todo, en cuanto sea posible”.
“La duda es el origen de toda sabiduría”.
“La razón es la única cosa que nos hace hombres y nos distingue de los animales”.
“Despréndete de todas las impresiones de los sentidos y de la imaginación, y no te fíes sino de la razón”.
“Por fin voy a dedicarme sinceramente y sin reservas a la demolición general de mis opiniones”.
Ese poner en cuestión todo lo establecido, cuando su aparente solidez no se sujeta en verdades evidentes, ha sido siempre la base del conocimiento, el motivo del ejercicio de la razón, el verdadero sentido del ser, la filosofía en estado puro, algo por otro lado inherente al propio ser humano desde la cuna, cuando el niño todo se lo pregunta, todo lo observa, lo toca, pretende desmontarlo y afortunadamente no esta condicionado a las “verdades” aprendidas, cuando su mente recién abierta al conocimiento se sitúa en la mejor disposición para el verdadero aprehendizaje.
Desgraciadamente en esos momentos en los que una mente recién estrenada, virgen de impurezas, ávida de contener nuevos conocimientos, se nos entrega para darle toda la libertad y ofrecerle los medios para que por si misma vaya adquiriendo conocimientos, con las mejores intenciones, pero de la forma mas nefasta, chapucera, y aprovechando que su grado de confianza en nosotros es entonces absoluta, les inculcamos nuestra recibida y cultivada ignorancia, nuestros pobres conocimientos, nuestras falsas certezas, nuestras opiniones, aficiones, fantasías, creencias y todo aquello en general que no es causa de reflexión alguna, sino de costumbres, querencias, e incluso fanatismos, matando todo aquel caudal de indagación propia que una mente recién estrenada puede contener.
Empezamos por hablarle de forma absolutamente gilipollesca, como no hablamos a nadie, como tontos de baba, como si esa mente receptora de todo lo que se le comunica, fuese absolutamente incapaz de comprender otra cosa que no sean memeces. Luego castramos cualquier intento de escudriñar algo, de intentar experimentar por su cuenta, de ir adquiriendo conocimiento de las cosas por si mismo, frustrando infinidad de intentos (niño, eso no se hace, eso no se dice, eso no se toca…), obsequiándoles en su lugar con cancioncillas ridículas, con actitudes fruto de costumbres que nada aportan al desarrollo mental, con querencias y creencias, lo que resulta lo más absurdo y peligroso hasta puntos en que se les llega a fanatizar, gravando a fuego fantasías que no se sustentan en proceso mental mínimamente racional alguno, léase la religión, o ciertas prácticas educativas o de fomento de ciertas aficiones, cuestiones todas ellas que solo deberían residir en una voluntad propia asumida tras largos procesos de duda y reflexión, pero no como elementos heredados de unos padres que a su vez heredaron y que en el transcurso de su vida han sido incapaces de poner en duda y de reflexionar sobre posturas objetivas, refugiándose paulatinamente en subjetividades tribales de auto complacencia, en posturas de masa. De ahí pasamos a la sobre protección, anulando su capacidad de defensa, evitándoles todo tipo de riesgos, consiguiendo con ello individuos inmaduros, pagándoles todos sus caprichos, lo que los lleva a convertirlos en muñecos incapaces de conocer el valor de todo aquello que se consigue con el esfuerzo, etc. En definitiva, cambiando su innata capacidad intelectual, por programados mensajes de vacío contenido.
Finalmente acaban por convertirse en una mala copia de los personajes a los que nos han llevado nuestros fracasos, nuestros miedos, nuestras fantasías, nuestras intolerancias, nuestras absurdas creencias, incapaces de pensar y actuar por si mismos, de dudar, de romper con todo y de hacerse un mundo nuevo a su propia imagen, sin personalidad, y sin el valor suficiente como para reconocer sus carencias y empezar de nuevo poniendo todo en duda y apoyándose en una razón y un criterio que nunca han cultivado y que, ya tarde, no solo no intentan, sino que incluso combaten en quienes ven liberados de todas sus fatales consecuencias, buscando en sus intolerancias una razón que solo encuentran en el falso consuelo de una esperanza ridícula en seres supremos, mundos de fantasía y absurdas chorradas infantiles, labradas secularmente por sumos sacerdotes de acuñada miseria mental.
Hoy nuestra sociedad actual pasa por ser defensora de los derechos del niño pero, ¿de que derechos hablamos?, ¿del derecho a convertirlos en seres alienados a imagen de una sociedad conservacionista de una educación casposa, con tendencias hacia el aborregamiento y el seguidismo a lo política y socialmente correcto?.
¿Cuantos hemos tenido la suerte de ser criados en libertad en nuestro entorno familiar, sin excesivas ataduras a convicciones sociales, políticas o religiosas, que nos facilitaron el poder evolucionar por nosotros mismos, con todos nuestros errores y equivocaciones, pero errores propios al fin? ¿Cuantos hemos adquirido el habito cartesiano de poner en duda todo aquello que no nos ofreciera una explicación razonable y razonada a nuestras inquietudes de conocimiento? ¿Cuantos, como consecuencia de ello, hemos decidido romper con la mayor parte de lo establecido, ya sea en materia política, social y sobre todo religiosa, a partir del uso de la razón y del ejercicio de la dialéctica?
Hoy vivimos en una sociedad que no para de engañarse y de sentirse bien en el engaño, en un engaño compartido del que, tanto la manada como nosotros mismos preferimos no cuestionar. Nos convencemos para creernos ciudadanos libres que vivimos en una democracia, socialmente amparados, con un más acá prospero y un más allá garantizado, y todo ello escondiendo la cabeza bajo el ala, sin poner nada en duda, sin cuestionarnos principio alguno, sin querer saber de las miserias de gran parte del mundo, mucho más de lo que fugazmente aparece en los telediarios, para sentir un mínimo de compasión durante los segundos que dura la noticia…, pero nada de eso es cierto si lo analizamos seria y valientemente. Ni somos ciudadanos libres cuando profundizamos en lo que le duele a la sociedad, ni vivimos en una democracia de verdad donde es el conjunto de la ciudadanía quien toma las decisiones, ni estamos socialmente amparados mas allá de lo que le conviene a los mercaderes, ni nuestro más acá es prospero más que para unos pocos, ni del más allá sabemos nada de nada y de nuestra solidaridad con quienes están peor que nosotros, mejor no comentarlo… y todo porque seguimos formándonos en un mundo artificial en el que todo nos lo dan hecho, sin que ni siquiera nos permitan la duda, la rebelión, la rotura de las convicciones más absurdas, y todo ello con la complacencia y la dedicación, bien intencionada, de nuestros seres mas cercanos, ya sean padres, maestros o consejeros de cualquier índole.
Puestos a asentarnos en la duda como antesala al pensamiento, al uso de la razón, a la puerta del conocimiento y camino de la sabiduría, quizá conviene ir dudando del bueno de Descartes, aunque solo sea para afirmarnos, tras un periodo de reflexión, de dialéctica y de objetivismo, en la certeza de su filosofía.
Quien sabe…

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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