Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

De reconquista, folclore, demagogos y miseria intelectual

 

Estos días se !celebra! en la llamada ciudad olívica, “la reconquista”, y ello a bombo, platillo, y larga comparsa de súbditos del mayor demagogo que ha conocido Vigo desde sus humildes orígenes, el divino líder, ese personaje que ha transformado a la ciudad más pujante de Galicia en una caricatura, creándose y creándole a la ciudad enemigos por todas partes, a una ciudad donde ya solo se ofrecen festejos, horteradas, chucherías, setos en forma de dinosaurios, barcos en las rotondas, cambios de aceras y todo tipo de promesas inclumplidas, mientras la industria, el comercio y el protagonismo productivo de la ciudad languidece día a día, al tiempo que gran parte de su población, ajena a la valoración de lo verdaderamente trascendental, se entrega gozosa a todo tipo de exaltación local, pueblerino folclore y sempiterno victimismo, todo ello a mayor gloria de adoración al becerro de oro.
Pero, con la historia en la mente, visto lo visto y vivido lo vivido, ¿cuales son los motivos de celebración?.
Recapacitemos un poco. La llamada reconquista de Vigo, se produce el 28 de marzo de 1809, poco después de que las tropas napoleónicas, camino de Portugal, desguarnecieran la plaza, dejando algo menos de 2.000 soldados, sin provisiones y ya sitiados por la marina inglesa, la misma que un siglo antes había vuelto a usar nuestra ria para llevarse entonces el llamado tesoro de Rande. Ello se produce en el marco de la ocupación de España por las tropas de Napoleón Bonaparte (nuestro aliado), interesado sobre todo en la conquista de Portugal a los efectos de debilitar a las tropas inglesas, fieles aliados de los portugueses y dominadoras del Atlántico y de la salida del Mediterráneo, una empresa a la que finalmente habrá de renunciar, sobre todo, y sin menospreciar la oposición de los españoles, al tener la necesidad imperiosa de fortalecer el frente ruso, que cada vez precisaba de mayores efectivos.
Pero, ¿de que nos independizamos los españoles?.
Desde la dinastía de los Trastamara, con la última reina Juana, España no ha vuelto a tener nunca en el poder dinastías españolas, habiéndonos surtido de Austrias y Borbones con las breves interrupciones a cargo de Saboya y Bonaparte. Agotada fisicamente la saga de los Austrias en la figura de Carlos II, sus sucesores los Borbones, en lineas generales, han sido, sin ninguna duda, una auténtica catástrofe para España. Aburrido por un lado el Saboya (eran otras épocas), y echado con cajas destempladas el Bonaparte, recupera el reino el peor canalla de la saga borbónica, Fernando VII, un miserable para el que los españoles, a sangre y fuego, recuperamos la corona, en detrimento de un José I Bonaparte, infinitamente mejor rey que el hijo bastardo de Carlos IV, un vil cobarde y traidor, quien engendraría posteriormente a Isabel II, un pendón desorejado, madre de Alfonso XII, como resultado del fornicio con uno más de sus numerosísimos amantes, el valenciano Puigmoltó, abuelo de Alfonso XIII y tatarabuelo de otro que tal baila, nuestro emérito Juan Carlos, todos ellos reales e indisimulados puteros, entre otras vilezas.
La verdadera cruz de José I, fue sin duda su hermano Napoleón, sus delirios de grandeza, su desmedida ambición, y su inexistente respeto por los pueblos que invadía, ya fuera como enemigo o como aliado, como ocurrió en España.
No corrían buenos tiempos para la lírica. Debido a lo expuesto, el pueblo español estaba soliviantado, pues el aliado invasor se comportaba más como un depredador que como el aliado que se le suponía, de ahí el recelo del pueblo llano hacia lo francés, cuando Francia representaba entonces la avanzadilla de la Ilustración en el mundo, la cultura, la libertad, la igualdad, la fraternidad y el pretendido fin del malvado absolutismo, tan propio de los Borbones.
En las condiciones apuntadas y con un pueblo que utilizaba más la cabeza para embestir que para pensar, atenazado por las sotanas, la ignorancia, el hambre y la mala leche patria, su valoración se inclinaba más por un sentimiento de pertenencia a la molicie que por un despertar a la cultura, a la libertad y a un futuro esperanzador.
José Bonaparte no era para nada la caricatura que de él ha hecho nuestra mísera e interesada visón de la historia, y menos un borracho (Pepe Botella) o un tonto sin demasiado sentido, sino todo lo contrario. Se trataba de un político destacado, abogado, diplomático, empedernido lector, liberal, dialogante y entregado a la causa de modernizar España, algo que siempre le fue negado, aun a pesar de contar con colaboradores españoles de peso, tanto en las artes como en la literatura, la economía y en los distintos resortes de la cultura en la que destacaban la mayor parte de los llamados “afrancesados” de entonces, quienes conocían los progresos de la sociedad francesa, el aislamiento y la cochambre cultural a la que, tanto la monarquía como la Iglesia, sometían sistemáticamente al pueblo español.
Es de destacar que los avatares de la historia siempre acaban por torcer el adecuado significado de todo aquello que incomoda al vencedor, al que en primera instancia escriba la historia, en este caso al canalla de Fernando VII y toda la podredumbre intelectual que le rodeaba y le rendía pleitesía, con la Iglesia por delante, como suele ser costumbre cuando de proteger a lo más sórdido, inmovilista e intransigente de la sociedad se trata, algo que continuó posteriormente la España franquista a la hora de transmitirnos esa España para la que los afrancesados siempre fueron los “traidores”, una interpretación absolutamente torticera de la historia.
Afortunadamente, si seguimos a los historiadores que sobre el particular han escrito de forma objetiva, el mensaje es radicalmente contrario. En el libro de Méndez Bejarano “historia política de los afrancesados”, al lado de anécdotas como la transmitida desde los púlpitos con la difusión del “Catecismo civil y breve compendio de las obligaciones del español” donde se contiene lo siguiente: “¿Es pecado matar a un francés?. No padre, por el contrario, se gana el cielo matando a uno de esos perros herejes”. Si pensamos que algo más de siglo y medio no es demasiado tiempo históricamente, no parece el asunto tan alejado en el tiempo de execivas proclamas yihadistas de ciertos líderes musulmanes actuales. Para Méndez Bejarano, “los afrancesados no fueron traidores a la madre patria, sino patriotas liberales obligados a aceptar la no elegida posición en la que los colocaron las circunstancias, por la fatal evolución del proceso histórico”.
Miguel Artola Gallego, en su libro “Los afrancesados”, asegura que “la política de esos hombres era la propia de los ilustrados de la época”.
Luis Barbaste Gil, otro experto sobre el particular, niega la tesis de la traición a la patria, defendiendo todo lo contrario.
Para Juan López Tabar, es el afrancesado el único capaz de remover el inmovilismo paralizante del recalcitrante absolutismo restituido en España.
Desgraciadamente nuestra “reconquista” no solo no nos sirvió para salir del pozo en que como sociedad nos encontrábamos, sino que vino a cimentar todavía más, si cabe, nuestro secular atraso, el atraso de una sociedad que ni había pasado por la Reforma, ni por la Ilustración, ni habría de pasar por la revolución industrial y que incluso finalmente acabaría en una castrante dictadura, de la que aun no nos hemos recuperado en prácticas, actitudes y posturas ancestrales más proclives al seguidismo que a la libertad de volar personalmente en aras del conocimiento, la razón, la solidaridad y tantas otras virtudes que nuestro empecinamiento, y ese absurdo y pueblerino localismo, nos impiden actuar como pueblo unido, con criterios objetivos y en la búsqueda de un progreso compartido al que parecemos condenados a no catar.
¿Que habría sido de España de prosperar el reinado de José I Bonaparte, en lugar del de Fernando VII Borbón?, ¿Que habrá sido de abrazar el liberalismo, la Ilustración, el culto a la razón y la modernidad de entonces, en lugar de volver al absolutismo, la incultura, el castrante, autoritario e intolerante catolicismo y los viejos usos, maneras y costumbres, con toda su miseria intelectual adjunta?
¿Que coño celebramos? Seguimos anclados en el folclore, la superficialidad y la miseria intelectual. Pan y toros… y canallas explotando el negocio de la incultura.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

Lo más leído