Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

El nacionalismo y las dos españas

 

Una vez más, la caduca estrechez mental y la irracionalidad de un nacionalismo caduco, vuelve a dividirnos, a sembrar el odio y a distanciarnos.
El nacionalismo nada tienen que ver con el “amor a la tierra” como signo identitario de su existencia. Es algo más complejo, menos noble y más peligroso, pues en general todos amamos a la tierra y no por ello hemos de sentirnos nacionalistas. Es más parecido a aquello de quien “desprecia cuanto ignora”, una coraza ante influencias ajenas que puedan hacernos inseguros, que puedan romper la manada donde sentirse amparado, una búsqueda de la igualdad por lo ancestral, el prototipo del conservadurismo, de lo reaccionario. Para ello, el nacionalista eleva a la máxima consideración todo lo relacionado con su tierra, su idioma, sus costumbres, su gastronomía, sus fiestas, sus tradiciones y todo aquello que le ate a ese redil donde hacerse fuerte con la manada, desconfiando de todo aquello que de influencia externa se trate, haciendo de ello su religión, la expresión de un fanatismo irracional.
Son cotos cada vez más cerrados donde lo racional va perdiendo identidad en aras de un sentimiento, de una militancia obstruccionista de todo lo novedoso, de todo progreso, de todo lo que no sea lo propio, lo cada vez mas pequeño pero interno, donde no importa ninguna verdad más allá de lo acuñado.
En general, el nacionalista no se justifica por sentirse distinto (distintos somos todos), sino por creerse mejor, sin siquiera someterse a comparación alguna, en un acto irracional de aferrarse a sus identidades. Es la antesala del fascismo, que aparece cuando la intolerancia a la oposición a tal proceder le llega a parecer al nacionalista como una traición a todo lo suyo y al conjunto de la manada, una traición que no solo no hay que tolerar, sino aplastar en bien del mantenimiento de lo propio como fin último de su existencia, utilizando todo tipo de intransigencia llegando hasta la violencia. Es un proceso que no difiere en casi nada a todos los nacionalismos y al proceder de los nacionalistas, en los que el inicial complejo de no sentirse seguro con cualquier influencia ajena, nueva, o que requiera acometer nuevos planteamientos, va dejando paso al odio hacia quienes interfieren en el cierre de ese cascarón de intolerancia, a quienes pretenden avanzar asumiendo otras culturas, otros planteamientos y otros valores, aun en convivencia con los propios.
En general, todo fascismo es y ha sido nacionalista, pues el fascismo no ha sido otra cosa que la consecuencia de nacionalismos llevados al límite, mientras que no todo nacionalismo acaba necesariamente en fascismo, sobre todo por no darse las circunstancias de ocupar el poder y por la propia evolución de una sociedad que, en general, tiene más asumido el contraste de ideas y pareceres, algo que de no darse, acaba irremediablemente en un tipo de fascismo, ya sea hereditario como en el caso de Corea del Norte, o con origen democrático como en Venezuela.
En España se dan cuatro tipos de nacionalismos, cada uno con sus particularidades, a saber: Vasco, catalán, gallego y español. En general todos ellos tienen un origen y una militancia prioritariamente rural y de una extracción social con acusadas carencias, una marcado carácter inmovilista, una preponderancia de la derecha en cuanto a su ejercicio pasivo, de la izquierda en su militancia excluyente, y una identidad común en la intolerancia hacia todo lo ajeno si trata de interferir en lo propio. Como es habitual en todos los nacionalismos, con independencia de la cualidad de sus bases, suelen tener líderes ideológicos repartidos entre la figura del idealista, mas o menos alucinado y pretendidamente culto, y la del oportunista más bien puramente calculado.
En el caso vasco y catalán se da el nacionalismo tanto en la derecha como en la izquierda, en el caso gallego solo en la izquierda y en el español solo en la derecha, habiendo antecedentes de violencia en todos ellos, con ETA en el País Vasco, Terra Lliure en Cataluña, Grapo en Galicia y grupos de extrema derecha y el Gal en el nacionalismo español.
Curiosamente mientras los nacionalismos vasco y catalán han pretendido siempre acumular inversiones extranjeras para ir haciéndolas propias, el nacionalismo gallego suele tener tendencia a rechazar todo tipo de inversiones foráneas en pro de una supuesta defensa de la naturaleza, la ecología o la pervivencia de modos y sistemas tradicionales como objetivos prioritarios, perdiendo gran número de posibilidades de desarrollo, algo con lo que siempre ha de luchar con la derecha gallega en una confrontación interna que no hace otra cosa que debilitar la región, tal es así que el nacionalismo español, de siempre, ha concentrado sus esfuerzos únicamente contra Cataluña y el Pais Vasco, regiones paradójicamente muy favorecidos por la España franquista.
En ese paso del nacionalismo al fascismo, al País Vasco ha contado con una banda asesina durante lustros, a los efectos de asegurar las virtudes patrias, mientras en Cataluña se prohibe dar nombre a comercio o industria alguna en español, admitiéndolo, eso si, en cualquier otra lengua, pero con la prohibición expresa del idioma de Cervantes, barbaridad nunca atajada por el gobierno central, del color que fuera, en su interés por conservar alianzas de poder.
Hoy, nadie como la presidenta del Parlamento catalán, Carme Forcadell, de Esquerra Republicana de Catalunya, licenciada en filología catalana, para representar a la típica y tópica nacionalista de camino al fascismo, en prácticas y maneras que cada día se manifiestan más abiertamente en un odio visceral a España, y unas actitudes de tolerancia inexistentes en la institución que preside, donde solo tiene cabida quien está en su linea más extrema de rancio nacionalismo identitario.
El nacionalismo, en definitiva, ha sido siempre una enfermedad endémica en España, una enfermedad de la que parece no tener cura y que suele alimentar, con constante periodicidad, el abismo entre una derecha y una izquierda que nunca han sabido ni querido dialogar, aun a pesar de haber sido ellas quienes más lo han fomentado, entregando el país a las constantes veleidades de unos nacionalismos que en el fondo siempre han pretendido debilitar a España para encontrase donde hoy se encuentran, y todo en aras de cultivar sus propios intereses de pactos, tanto socialistas como populares, a los únicos efectos de mantenerse en el poder, por encima del cáncer que han ido alimentando con ello a todo lo largo de nuestra reciente historia de teórica democracia . Las dos españas.

 

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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