Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

El fascismo catalán

En verano de 1974, en los estertores de la ya dictablanda franquista, junto con un amigo, hice un viaje a las soviéticas Polonia y Rusia, donde todo estaba absolutamente controlado, un viaje, por otra parte, que te vacunaba con una efectividad absoluta, si en la decisión de conocer tales países había un atisbo de admiración hacia el régimen que desde nuestra España ensalzaban los advenedizos izquierdosos más furibundos, en clara oposición a un franquismo al que solo le restaban ciertos colgajos.
Junto a lo siempre grato que resulta viajar y conocer nuevos países, costumbres y todo tipo de sensaciones, la decepción era evidente ante la tristeza imperante de una sociedad sin esperanza, aunque fueron varias las sorpresas que el conocimiento de como han vivido otros la historia me produjo. Entre ellas, una me llamaba poderosamente la atención. Hacía unos 30 años que había finalizado la segunda guerra mundial, de la que aun quedaban secuelas, sobre todo en cuanto a la reconstrucción de ambos países tras el horror de una guerra de destrucción, odio y pérdida de gran parte de los valores de convivencia.
Es sabido que los polacos nunca se han llevado bien ni con alemanes ni con rusos sobre todo, y que ya en el final de la guerra, Varsovia fue destruida por los alemanes, a base de lanzallamas, casa por casa y sin mediar combate, mientras al otro lado del Vístula, a las puertas de la ciudad, el ejercito ruso esperaba a liberar la capital polaca a que los alemanes acabaran la faena, para así dar ambos rienda suelta a su resentimiento histórico hacia la capital polaca. Pues bien, cuando el guía polaco te explicaba la situación, nunca mencionaba a los “alemanes” como causantes de tales gestas, sino a los “hitlerianos”, algo que repetían en general tanto polacos como rusos cuando de alguna explicación histórica se trataba, distinguiendo muy bien entre hitlerianos y el pueblo alemán, en el que la heterogeneidad de ideas, pareceres y procederes era evidente, a pesar de la poca oposición interna hacia los hitlerianos, sin duda debida al terror que inspiraban ante cualquier contestación ciudadana.
Hoy en Cataluña pasa algo similar, salvando las distancias, las intensidades y ciertas situaciones, a la Alemania previa a la iniciación de la guerra. Cierto que cuando se inicia la guerra, los hitlerianos estaban ya en el poder, al que habían accedido democráticamente y por medio de alianzas internas, no sin antes haber sometido a la población a sus ideas, actitudes y procederes, ensalzando heroicidades históricas y orgullo de pertenencia, de forma similar a lo que hoy practica la CUP, Esquerra y aliados en la actual Cataluña, tras haber dejado en el camino a los constitucionalistas, acusados de flojos y de poco defensores de su correspondiente “hecho diferencial”, termino absurdo cuando todos somos diferentes y todos tenemos nuestro propio hecho diferencial, aunque lo que realmente se quiera decir es que somos mejores y nada solidarios, pues siendo mejores, ¿para que vamos a sostener con nuestro trabajo a los vagos andaluces y a toda una panda de inferiores que nos roban y nos niegan la defensa de nuestra suprema identidad?. Fascismo de libro, aunque los nacionalistas traten de divorciar ambos conceptos.
En España, y por razones obvias, se ha explicado, cuando se ha hecho, muy mal el fascismo. Ni en las generaciones formadas en la España franquista, ni posteriormente en las formadas en el revisionismo histórico post franquista, se ha dado al concepto su verdadera dimensión, confundiendo el fascismo con la violencia, la dictadura o el autoritarismo, características que evidentemente se han dado en los regímenes fascistas, pero que no constituyen el origen del movimiento como tal. Un régimen puede ser violento, autoritario y dictatorial sin ser necesariamente fascista, si falta el elemento nacionalista, el odio o el desprecio hacia lo ajeno, la solidaridad y la magnificación hasta el paroxismo de lo propio, con la intoxicación formativa, el aleccionamiento y la repetición sistemática de todo aquello que incite a imponer lo propio como senda inexcusable de convivencia, y hoy, todo eso se da en la Cataluña oficial, en el actual fascismo catalán, en ese que ha seccionado a la población catalana, que ha hecho que unas familias se enfrenten entre si, sin que el presunto causante de la afrenta a Cataluña haya actuado de forma distinta a como lo hacía cuando no había escisión en las familias, en una Cataluña que disfruta del mayor grado de autogobierno que ha tenido en toda su historia.
Estos fascistas, que cierran su Parlamento cuando les conviene, que excluyen de su nacionalidad a quienes no piensan como ellos, que los acusan de no ser catalanes, aunque como yo dispongan de sus 24 primeros apellidos catalanes conocidos, y ellos la inmensa mayoría no lleguen o no pasen del primero o de la primera generación, que obligan a estudiar en catalán en sus escuelas, a rotular en catalán los comercios, a disponer de ayudas oficiales solo en el supuesto que demuestres tu catalanidad independentista, no son Cataluña, porque Cataluña, aun con el orgullo propio de todo terruño, de su idioma, de sus costumbres y de su carácter, siempre ha sido una tierra de libertad, de entendimiento, de contrastes y de “seny”, el perdido sentido común que caracterizaba a los catalanes de siempre, de los equilibrados, de los que igualaban razón con sentimiento.
Evidentemente, todo ese perroflautismo de la CUP, esa juventud aleccionada desde la infancia que renuncia a su propia identidad pensante, en beneficio del fanatismo patriotero y del resentimiento hacia España, esa clase empresarial tolerante y esa irresponsabilidad de una sociedad que se ha dejado querer por el embrujo romántico y sensiblero de una Cataluña grande y gloriosa que paseara por el mundo su rica historia y sus virtudes de raza, son y han sido los verdaderos culpables, pero también lo han sido, y en gran medida, unos partidos políticos endémicos en España, que sistemáticamente y en función de sus propios intereses, han ido soltando cuerda durante ya cuarenta años, hasta haber permitido la situación actual, pues solo ellos han puesto a Cataluña en esa situación de borde de precipicio en la que solo cabe el vergonzoso paso atrás o el heróico salto al vacío, y todo por acumulación sistemática de otorgamiento de prebendas en directa proporción a los pasos que en contraste iban dando hacia la segregación, hoy incluso jaleada por los otros perroflautas nacionales, los podemitas antisistema, pescadores del rio revuelto catalán y del que se preste.
El fascismo, se hace grande en primer lugar en la Italia de Mussolini (de origen socialista), donde se basa en un corporativismo estatal totalitario, en el que las instituciones y el Estado han de confundirse con el pueblo y viceversa, abogando porque la Nación haga frente al individualismo y a la clase, exaltando la pertenencia al grupo en su defensa de la Nación frente a la humillación, la derrota o la frustración de las expectativas patrias (una constante en todos los fascismos), un movimiento de gran éxito, sobre todo entre nostálgicos y las capas medias y medias bajas de la sociedad, adoptando como símbolo la “fasces romana”, emblema para ellos de un pasado glorioso.
El movimiento tiene éxito en otros países europeos, en mayor o menor medida, así en Austria con el Frente Patriótico, en Bélgica con el Partido Rexista, en Hungría con Cruz Flechada, en Países Bajos con el Movimiento Nacional Socialista, en Rumanía con la Guardia de Hierro, en Portugal con la Unión Nacional, etc., acabando por mostrar su máxima manifestación en la Alemania de Hitler (otro ex socialista) y finalizando en España con Falange Española y el Movimiento Nacional impulsado por el general Franco, dándose en todos ellos una ideología similar, que consiste en la magnificación de las virtudes patrias, en un nacionalismo excluyente e inspirador de revisones históricas, tendentes a glorificar las excelencias del pueblo, a purificarlo apartando impurezas y a conseguir todo objetivo a través de la imposición, del silencio y la persecución de todo lo ajeno a tales planteamientos, con símbolos de exaltación de un pasado glorioso, alterando sus banderas, como con la ya citada Fasces Romana en Italia, la Cruz Gamada en Alemania, el Yugo y las Flechas en España, aunque con marcadas diferencias como el nacional corporativismo en Italia, el nacional socialismo en Alemania y el nacional catolicismo en España, donde el fascismo, al menos en su líder (muerto Primo de Rivera), tuvo más una componente militar cuartelera que política.
Hoy, el fascismo catalán, con una personalización de libro en la presidenta del Parlament, reproduce, de inicio, palmo a palmo todo lo expuesto, desde la bandera con la estelada (de procedencia !cubana!), pasando por la alteración histórica identitaria, la persecución de todo lo que no suponga catalanismo, hasta el punto que de producirse la pretendida independencia, los catalanes constitucionalistas allí residentes acabarían siendo silenciados, mientras los españoles pasarían a ser los judíos de preguerra, obligados a un catalanismo feroz o al exilio, tras un expolio de sus bienes en pro de los defensores de la causa, convirtiendo a Cataluña en una Arcadia feliz, ajena a su propia ruina, física, mental, existencial y de principios.
Por eso me niego a escuchar la palabra “catalanes” cuando de toda esa tropa fascista se trata, a escuchar despectivamente y de forma indiscriminada la palabra catalanes como descripción de todo lo negativo, en lugar de poner en valor lo catalán como tantos siglos se ha hecho, en contraste con esta marea fascista que hoy tiene atenazada y dividida a la sociedad catalana y, como contrapartida, con la escopeta cargada al pueblo español en general.
Al igual que el fascismo hitleriano, el fascismo catalán, sabedor que esto es una guerra moderna que hoy se gana o pierde en los medios europeos, es maestro en propaganda, en tergiversarlo todo, en repetir hasta la saciedad a sus cachorros y a los antisistema, mentiras que se convierten en verdades, en convertirse en la víctima del autoritarismo español, de su violencia, de su falta de libertad, de sus robos a la sociedad catalana, de su capacidad de encarcelar a sus mártires, de haberse adueñado de la justicia, de su ausencia de democracia, etc., mensajes todos ellos que difunden sistemáticamente en el ámbito internacional, mientras nuestro gobierno, un auténtico desastre a la hora de saber comunicar (nunca ha tenido tal vocación) acaba dejando una guerra, principalmente política, en manos de una lenta justicia, sin atreverse a entrar directamente en esa guerra ya iniciada, con todo el arsenal de que dispone, llamando a las cosas por su nombre e informando de verdad, a una guerra contra un nuevo fascismo presente abiertamente en Cataluña y larvado y a la espera en el Pais Vasco, no vaya a ser que nos llamen autoritarios, violentos etc.
No me resisto a trasladar aquí un correo recibido que ilustra perfectamente la situación de lo vivido estos días. Dice lo siguiente: “A todos los de las cacerolas, probad esto. Cogeos un Boeing 747 unos cuantos amigos y os vais a un país donde no haya presos políticos… digamos por ejemplo EEUU, a cualquier bella ciudad, Houston por ejemplo, donde hay pena de muerte. Cuando veáis tres Chevrolet Escalade negros del FBI los destrozáis, los llenáis de mierda, os hacéis unos selfies (si habéis conseguido llegar a ese punto) y para acabar, robáis 6 ó 7 fusiles M16 de dentro y os los lleváis. Luego escogéis a un amigo chiquitín y otro más alto, pero con el pelo así como de rata, y les dais unos megáfonos para que animen a la peña y no decaiga la fiesta. Si podéis, o si os dejan, acorraláis a 15 agentes federales y a un secretario judicial. Y luego, si acabáis el día vivos, explicáis que era una movida pacífica y que os están vulnerando vuestros derechos”.
El mundo al revés, y nosotros consintiendo… !en pro de no parecer autoritarios!. ¿Será este nuestro “hecho diferencial”?. País…

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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