Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

La demagogia, lacra de nuestro tiempo

¿Que es la demagogia?. La RAE define la demagogia como práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular, y también como degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder.
La demagogia no encuentra sitio entre la cultura, el progreso, la inteligencia, la razón, la información veraz y sobre todo en la responsabilidad, pues su campo es el de la satisfacción inmediata del sentimiento más primitivo y arraigado, aunque posteriormente no tenga consecuencias y se ampare siempre en disculpas que comprometen a los enemigos de aquellos a quien iba dirigida.
La demagogia tiene siempre un claro receptor, en aquel que sin dominar la materia de que se trate, tiene un claro sentimiento y percepción hacia una parte de esa materia a la que considera fundamental para su bienestar y su tranquilidad de conciencia, alejando aquello que le supone un sacrificio, una responsabilidad o un esfuerzo de entendimiento, de información, o de razón y ecuanimidad.
En definitiva, la demagogia es una especie de mentira piadosa con efectos sedantes hacia su receptor, a quien se pretende dar razón con halagos hacia su condición de perjudicado por cualquier situación propiciada, por quienes tal receptor considera los causantes de su sufrimiento o de su estado en la sociedad.
El demagogo, por tanto, suele ser un personaje que dedica todo su tiempo a su afán, que conoce profundamente la sociedad a la cual quiere dirigirse, sus anhelos, sus miserias, sus querencias, sus conocimientos, sus desconocimientos, su corta capacidad de sacrificio, su falta de ansia por el conocimiento y toda una serie de carencias ciudadanas que le hacen fácilmente manipulable, para poder prometer lo inalcanzable, llevar a cabo lo más superficial, que siempre se le disculpan sus mentiras y se acepten sus disculpas. Para ello deberá disponer de una serie de “enemigos”, generalmente ficticios, sobre los que descargar culpas por todo lo no ejecutado, por lo no ejecutable y por lo mal ejecutado. También deberá disponer de “altavoces” que magnifiquen sus mensajes, sus promesas, sus logros, la maldad del “enemigo” y la bondad incuestionable de sus víctimas propiciatorias, acallando, a través de sus medios informativos, cualquier crítica a su política, a su persona y a su proceder, y rodeándose de mediocres “colaboradores” bien alimentados, que ejecuten como autómatas todas sus ordenes, ocurrencias y “homenajes”.
El demagogo es incapaz de trabajar solidariamente, de pensar en una comunidad en la que él no sea el único protagonista, de ser generoso con intereses ajenos, de gestionar, de negociar, de ceder, de conseguir logros para su comunidad sin tener que adjudicárselos a su persona, o de admitir los éxitos de los demás, envolviendo a su clientela en tales planteamientos.
El demagogo, en definitiva, es un dictador popular, que valiéndose de una democracia imperfecta, de una mayoría ciudadana muy superficial, sin demasiada capacidad de análisis, y haciéndose con los instrumentos de comunicación necesarios, ha llegado al poder través de la mentira, de la difamación y de aquellas promesas, realizables o no, más próximas a los sentimientos más primarios de la población.
La demagogia es quizá la peor de las enfermedades que sufren las democracias incipientes, una enfermedad, sino erradicada, menos habitual en las sociedades más avanzadas, en los estratos más cultos de la sociedad, en las que la ciudadanía tiene una conciencia más arraigada de sus deberes en cuanto a informarse verazmente, ser más solidario socialmente y exigir mayor comunicación sobre todo aquello que sea significativo para el progreso de esa sociedad en la que vive. También tiene su asiento en todo lo pequeño, en las reivindicaciones más locales, en los asuntos identitarios, en lo que suponen las rivalidades, en los sentimientos más primitivos y en lo que excita en el individuo una exaltación de su persona, de la tribu y de sus magnificadas características identitarias, en relación con sus vecinos más próximos.
Vigo es una ciudad que, en cuanto a sus gobernantes, no ha tenido nunca la menor suerte con el advenimiento de la democracia. En los últimos 60 años, en los que he conocido y tratado a la mayoría de sus alcaldes, ninguno ha llegado, ni de lejos, a la dedicación efectiva y eficiente a la ciudad como Portanet, o Ramilo, o sobre todo Tomás Pérez Lorente, alcaldes de la “dictadura”. Aun recuerdo cuando, como aparejador municipal del ayuntamiento, cargo en el que estuve durante 20 años, el antiguo Secretario General, solía decir: “cada Corporación es peor, y esta, amigo mío, es por lo menos del año 2000”, auguraba entonces, predicción que se fue cumpliendo regularmente hasta nuestros días, en que ocupa la alcaldía viguesa el mayor demagogo que ha conocido la historia de esta ciudad, un personaje sin oposición, que todo lo controla, el ayuntamiento, la diputación, su partido, los medios escritos, orales, de imagen, las instituciones, etc., una ciudad por la que, no solo nada hace para su real progreso, sinoque impide todo aquello que no tenga su firma, por muy bueno que sea para Vigo, pero que atiende como nadie, por un lado, a las mayores gilipolleces, desde las horteradas más vergonzantes, a esas bobadas que rinden a un pueblo absolutamente mediocre, ávido de que alguien comprenda sus carencias y que capitanee sus complejos, culpando al mundo mundial de sus fracasos, y por otro a obras menores, como cambios de aceras, rotondas de tráfico, trofeos deportivos, etc, todos ellos cubiertos a través de la máxima publicidad por los sometidos medios locales, que constituyen el único medio de “información” de la mayoría de la clientela que habrá de perpetuarle en el “mando”.
Viene todo esto a cuenta de un artículo publicado este domingo en Faro de Vigo, ese periódico que fue grande, que es el decano de la prensa nacional y que hoy vegeta vergonzosamente en el pasto del demagogo local, vigilante de que nada ni nadie altere su pastoreo.
“La burbuja de los alquileres: precios récord y escasa oferta de calidad en la zona centro. Las inmobiliarias advierten de que en 2018 podría haber más demanda que pisos libres y con rentas difíciles de asumir por una familia media.” “Se llegan a pedir cifras desorbitadas para las condiciones de los inmuebles”. “En Vigo hay muy poca vivienda seminueva para alquilar y la que sale al mercado se ocupa muchas veces en cuestión de horas.” “Los que hay por debajo de 700 euros tienen más de quince o veinte años, están sin amueblar, o no incluyen plaza de garaje ni trastero”. “El estudio de Fegein del segundo cuatrimestre de este año, sitúa el precio medio del alquiler en Vigo (el más alto de Galicia) en 7,80 euros/m2.”.
El Presidente de la Federación Gallega de Inmobiliarias dice que “hay mucha gente buscando alquiler y los propietarios aprovechan de tal forma, que la otra cara de la moneda es que la rentabilidad para ellos bate todos los registros alcanzando el 8,3%.” “Recomienda a los concellos abordar el problema histórico de los Planes Generales para ayudar a desbloquear la situación, poniendo en el mercado más vivienda nueva.”. Por su parte desde una de las principales inmobiliarias de la ciudad, se indica que “Si se mantiene la tendencia y no se construyen nuevas viviendas, la situación puede mantenerse en los próximos años”. “En Vigo se detecta gran demanda de vivienda nueva, tanto para compra como de alquiler”.
La llegada del dictador a la alcaldía, aun no habiendo ganado las elecciones y por un pacto entre perdedores, vino precedida por una campaña en la que la demagogia alcanzó límites insospechados de promesas, falsedades, mentiras y descalificaciones absolutas hacia todo lo productivo de la ciudad, en manos, claro está, de especuladores, explotadores y enemigos del pueblo, de entre los que destacar a los promotores inmobiliarios, un tópico propio de quien, o bien desconoce absolutamente el sector que critica, o pretende valerse de la demagogia dirigida a lo más cubre e ignorante de la sociedad, para acercar el ascua a su sardina.
En aquel entonces, Vigo estaba a punto de aprobar un nuevo Plan General de Ordenación Municipal consensuado por todos los organismos, estamentos, asociaciones y empresas del sector de la construcción y empresarial, para poder atender y equilibrar el mercado inmobiliario, así como las necesidades de crecimiento de la ciudad. A pesar de que tras largos años de negociaciones se había llegado finalmente a un consenso entre todos, la presencia del personaje en cuestión echó al traste con todo, al asegurar que iba a terminar con la especulación en la ciudad y a propiciar la promoción masiva de la vivienda de VPO, prometiendo incluso la construcción inmediata desde el propio ayuntamiento de al menos 6.000 viviendas asequibles a todos los ciudadanos.
Una vez más, la ignorancia, aliada con la demagogia más patente, iba a hacer sus estragos, que hoy paga la ciudad de Vigo en cotas que a buen seguro en el corto, medio y largo plazo, irá incrementando, hasta situaciones límite.
El resultado de tamaña insensatez, hizo que finalmente se aprobase un Plan General ajeno a todo tipo de inversores en la ciudad, que finalmente el Plan fuese anulado por los tribunales, que en la ciudad no se construyese un solo edificio de vivienda colectiva en muchos años y ninguna de las 6.000 viviendas prometidas, que las licencias se puedan contar con los dedos de una mano, que en la ciudad no existe oferta de vivienda nueva y que el horizonte a una posible solución no se vislumbre todavía, y lo peor de todo, es que este panorama ya lo anunciamos algunos, bastantes años atrás, por lo que fuimos insultados y tachados de todo tipo de indignidades por el caudillo y los secuaces del poder.
Llevo toda mi vida profesional dedicado al urbanismo por lo que, sin temor a pecar de inmodestia, puedo considerarme un experto en estas cuestiones, lo que me asegura estar en presencia de la clásica demagogia del ignorante en la materia, pero que es consciente que con ello habrá de contentar al votante de su pretendida clientela, ávido de pensar que el problema de la vivienda son los promotores, a los que considera unos especuladores, cuando la especulación está en el suelo y el promotor, al necesitar suelo, es el primero que se convierte en víctima de la especulación, una especulación que el dueño de la vivienda no duda ahora en hacerle culto, subiendo los precios de forma excesiva, debido al desequilibrio entre oferta y demanda en la ciudad, en una ciudad en la que su regidor, pretendiendo eliminar la especulación, ha terminado, por ignorante y demagogo, en producirla de tal manera que habrá de incrementarse escandalosamente en los próximos años, por evidente desequilibro producido por sus propios intereses políticos particulares.
Al parecer y hablando de estos asuntos con expertos en otras materias, el asunto se reproduce de forma similar en otros campos, llevando a la ciudad a niveles de crisis, opuestas radicalmente a la tendencia de recuperación que hoy vive la sociedad española en su conjunto, ya sean en el campo comercial, industrial, cultural, de infraestructuras, de comunicación, deportivo o de cualquier otra índole, que no sean los festejos pueblerinos, el cambio de aceras, o la implantación de las referencias más horteras de una ciudad que siempre destacó por su empuje laboral e industrial, pero que siempre se ha dejado manejar por lo más canalla de la política, de una política que apuesta por el localismo más cutre, por el enfrentamiento con todo y con todos, por el llanto permanente y por no proponer absolutamente nada que nos lleve al liderazgo que pretendemos.
La demagogia, finalmente, siempre consigue lo contrario de lo que teóricamente pretende aunque, para sus receptores, sarna con gusto no pica…

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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