Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

Menos amigos y colegas y mas padres y maestros

Se sigue discutiendo sobre el tiempo que dura una generación, pues hay opiniones para todos los gustos, aunque yo me quedo con partir una vida de 90 años (hoy la esperanza de vida se acerca ya mucho a esa edad) en tres, de manera que, aproximadamente, hasta los 30 años se puede ejercer el papel de hijo, de 30 a 60 de padre y de 60 a los 90 de abuelo, con lo que solemos vivir una media de tres generaciones por persona, de forma que cuando hablamos de la primera resulta ser la de nuestros padres, la segunda es la nuestra y la tercera la de nuestros hijos. Así las cosas, la nuestra coincide siempre con cuando nos toca actuar como padres, cuando nos toca decidir responsablemente sobre los demás, pero la vida nos permite también vivir las decisiones de los demás en nosotros, ya sea cuando vamos, como muchas veces cuando volvemos, y siempre con distintas perspectivas, con el obsequio de dejar este mundo habiendo experimentado los tres pasos señalados, del que lo preparan para ejercer, del que ejerce, y del que, ya habiendo ejercido, puede filosofar sobre el particular y valorar los resultados en función de las decisiones adoptadas. No somos consecuencia en la vida de lo que nos ocurre, sino de como lo afrontamos, de nuestras propias decisiones.
Los que ya hemos entrado en la tercera fase hace algunos años, solemos tener tendencia a alabar a la generación de nuestros padres y a entristecernos con la de nuestros hijos, y esto cuando siendo una constante histórica, esta se agrava enormemente debido a un progreso social, económico y científico jamás vivido por generaciones anteriores.
Socialmente hemos asistido al crecimiento espectacular de las llamadas clases medias, o familias que simplemente con su trabajo eran capaces de abastecerse de comida, abrigo, techo, e incluso con un pequeño sobrante para hacer algún viaje, atender algún gasto extraordinario, o dar estudios a sus hijos, reduciendo la distancia (en líneas generales) entre la pobreza, la riqueza y esa clase aludida, aunque siempre manteniendo la existencia de verdaderos pobres y de auténticas fortunas. Por otra parte, en muy pocos años, la mujer ha pasado de no tener un trabajo remunerado, a la equiparación con el hombre en la dedicación a tareas laborales, y si a ello sumamos el que la inexorable globalización mundial ha hecho que se hayan producido grandes movimientos migratorios, con sus correspondientes asentamientos de otras gentes, culturas, costumbres, actividades comerciales, etc., unido ello a una oferta material de todo tipo de objetos a precios asequibles, la diferencia en el marco de vida de las distintas generaciones ha sido espectacular.
Dentro de una misma vida, nuestra generación ha sido quizá la que ha vivido con más intensidad estos cambios. En mi caso, el primer tercio de 1948-78, el segundo de 1978-08 y el tercero de 2008 en adelante. Asi las cosas, ese primer tercio corresponde, en sus inicios, a quienes nacimos nueve años después de acabada la guerra civil y solo tres de terminada la segunda guerra mundial, en una España de posguerra, todavía de fuerte represión, de pobreza, pero también de esperanza y crecimiento, aunque sin el menor atisbo de libertad política, pero con plena seguridad ciudadana (todo hay que decirlo). No había TV y la única comunicación con el exterior era la radio y los periódicos, todos ellos monocordes en cuanto a un tipo determinado de “información”, por otra parte algo parecido a lo que ocurre hoy con la mayor parte de la prensa que creemos independiente (tampoco nos engañemos). Si hablamos de 1978 como fin de esa generación de hijos, nos encontramos en un momento en el que solo hacía tres años de la muerte de Franco, del advenimiento de la llamada democracia y a dos de la proclamación de la Constitución, en una época de cambio profundo, donde la libertad política iba ganando campos de actuación, ya con periódicos, radio y TV de todas las tendencias, pero donde la seguridad ciudadana no era la más adecuada, pues a nuevos y acuciantes problemas como el de las drogas, con todo lo que ello implica, había que sumar los de un creciente terrorismo nacionalista, que encabezado por ETA como veterana en estas lides, se le iban añadiendo, aunque en otra escala, Terra Lliure en Cataluña, Grapo en Galicia y el MPAIAC en Canarias, al tiempo que la extrema derecha también pugnaba por no perder viejos privilegios, viejas creencias y viejas costumbres.
En aquella época, las familias de la llamada clase media, estaban formadas por un padre, una madre, y una media de unos tres hijos por matrimonio. El padre trabajaba fuera de casa, la madre en casa en “las labores propias de su sexo y condición” y los hijos iban al colegio, a la formación profesional o a la universidad posteriormente, alternando las horas libres entre la convivencia en casa y el juego en el barrio con los amigos, algún deporte y excursiones a pie y en pandilla, sin que los padres se implicasen demasiado en estas labores. En las casas entraba un único sueldo, aunque suficiente como para vivir como tal clase media, en una situación laboral difícil, pero en general muy próxima al pleno empleo.
En esas condiciones, la educación corría de cargo de los padres en la casa, con mayor dedicación por parte de la madre, mientras la enseñanza y la formación la llevaban a cargo en el colegio, generalmente desde los 6 años, para ya a los 10 años hacer el ingreso para el bachillerato, donde se entraba con 11, se terminaba el de grado medio a los 14 con 4º y revalida, y el de grado superior a los 16 con 6º y revalida, para a los 17 llevar a cabo el Pre-universitario, y entrar en la universidad a los 18 para una carrera de tres o cinco años, de manera que a los 21 o a los 23 años estabas ya trabajando, pues no había entonces demasiado problema para conseguir trabajo ejerciendo la carrera a la que libremente hubieses optado. Quienes hubieran apostado tras el bachillerato de grado medio por la formación profesional, generalmente a los 18, entraban al mundo laboral como profesionales especializados, y aquellos que no hubiesen continuado el bachillerato, hacían su acceso a la vida laboral sin especialización, en tareas de mero aprendizaje, y todo ello en general en función de los resultados académicos acordes con el provecho y la dedicación en los estudios, en los que asignaturas como la literatura, la filosofía, la gramática, el latín, la historia, la urbanidad, te daban una base importante de conocimientos generales necesarios para la convivencia en una sociedad medianamente culta, y todo ello aunque tuvieras que mezclarlo por imposición, con el absurdo y la fantasía de la religión o la formación del espíritu nacional, o la falta del inglés porque al régimen no le iba lo de la rubia albión.
En cuanto a la educación, sin embargo, esta se adquiría en casa a través de unos padres con reparto de tareas bien definido, en donde la madre era la figura principal. Unos padres que trasmitían una educación recibida con un marcado concepto del reparto de tareas entre los distintos sexos, pero conscientes de estar formando a unos hijos que para tal cometido precisaban cariño, pero también disciplina y mano dura cuando hiciese falta, y de quienes exigían el respeto que consideraban que era de tener a las personas que no solo te habían traído a este mundo, sino que te mantenían, te educaban, te daban estudios y te encauzaban en la vida, y todo ello a base de grandes sacrificios, criterios que, como hijos, veíamos a diarios en sus desvelos, por lo que no solíamos discutir demasiado.
En casa te enseñaban a comportarte con educación, a comer educadamente, a vestirte, a dirigirte a las personas mayores, a la disciplina de los horarios, del estudio, de tu mínima economía. Comíamos toda la familia en la misma mesa, lo mismo y a la misma hora y conversábamos sobre lo que hubiera lugar, y de noche, en la sobremesa, leíamos o escuchábamos la radio. A las chicas, la madre les enseñaba a cocinar, a hacer las camas, a limpiar, a coser, a comprar en el mercado etc. porque esa era la labor entonces, de quien habría de llevar una casa en el futuro, algo que no se hacía con los chicos, en general, ya que ese no habría de ser su trabajo, sino el de aportar un sueldo a casa con el que mantener a la familia, aunque he de decir que, en mi caso en concreto, a lo de cocinar me apuntaba con bastante más esmero que mis hermanas, pero eso ya era debido a criterios propios de vocación.
En el colegio, los profesores eran respetados y las faltas de disciplina se corregían con castigos de mayor presencia en las aulas y en algunos casos con castigos físicos por parte de algunos profesores, de manera que cuando llegabas a casa, y si lo comentabas, probablemente llevases otra, porque tus padres sistemáticamente le daban la razón al profesor, pues a él se le debía respeto, consideración y gratitud por enseñarte los conocimiento, de todo tipo (incluso con la asignatura de urbanidad, tontamente suprimida) que vas a precisar en la vida.
Así las cosas, tras ese tercio de vida, salíamos, en general, bastante educaditos, respetuosos, con ciertos conocimientos bastante variados, sin puñetera idea de inglés, muy apañaditos para casi todo, sabiendo lo que vale un peine, castrados física y mentalmente, por una religión obligatoria, dirigidos en materia política, trabajadores y con ciertas carencias que hemos tenido que solventar poco a poco.
Si damos un salto hasta el último tercio reflejado, aquel en que lo vemos ya todo como abuelos, el mundo de esos nietos ya nada tiene que ver con el descrito en que nosotros ejercimos como hijos. Ahora, a estas alturas, solemos comparar la labor de padres que ejercieron los nuestros, con la que ahora ejercen nuestros hijos con nuestros nietos, y nos llevamos las manos a la cabeza, aunque sin darnos cuenta que como abuelos somos los peores padres del mundo, ya que lo consentimos todo sin poder corregir otras actitudes ya que no nos corresponde.
Desafortunadamente, cuando hemos tenido que ejercer como padres, quizá no hayamos sabido comunicar lo recibido, pues lo que entregan nuestros directos descendientes a sus vástagos, poco tiene que ver con aquello, y no se trata de pensar que aquellos padres eran mejores que los de hoy, sino que si bien se ha ganado en algunos conceptos, se ha perdido en otros estrepitosamente.
Veamos: Hoy el niño es el rey de la creación. Craso error. El niño no es más que un principiante en todo, por muy mono que sea, un ser que se deja llevar exclusivamente y en cada momento por querencias, sentimientos y sensaciones en general, planteamientos ajenos a una vida educada para la convivencia, el respeto y la consideración hacia los demás, algo que debemos encauzar como misión inalienable. Se trata de un cerebro salvaje, en formación, que al igual que una esponja va absorbiendo todo aquello que le produzca placer para exigirlo si no se le encauza, que desarrolla rapidísimamente todos sus resortes para lograr sus propósitos, con llantos, gritos, agresiones, chantajes, etc. que copia de nosotros todo resorte que le ayude en sus propósitos, que negocia, que busca la comodidad, escapa de la responsabilidad, exije, se fija, imita, recuerda, etc. Un auténtico desafío.
Si a todo ello anteponemos unos padres incapaces de reaccionar al chantaje y de decir NO, entregados al reinado del cacique, consentidores de todo en aras de un supuesto derecho de libertad del hijo que para nada ha merecido todavía, y que para no herirles en cuanto a su comparación con compañeros absolutamente idiotizados por exceso de permisividad, les dan todo hecho, sin enseñarles lo que cuesta generar lo que consumen, ni lo que ello comporta de privación en otros campos, la “educación” está servida para hijos dominadores de sus padres a los que tienen como esclavos para sus distintas responsabilidades, ya sean de estudio, transporte, compra de caprichos o lo que haga falta, unos hijos que cuando mañana salgan a defenderse ante la sociedad, sin el colchón paterno detrás, se encuentran de repente con un muro que, por muy bajo que sea, son incapaces de salvar. Y todo eso ocurre al tiempo en que ni madres ni padres, en general, ya ni siquiera son capaces de transmitir a unos y otras conocimientos de como se lleva una casa, de como se compra en el mercado, de cocinar, de coser (¿que es eso?), de hacer bien una cama, de como se ordena la ropa, de planchar, de colgar un cuadro, de poner una mesa en condiciones, etc. algo voluntariamente perdido, ignorado como parte de la cultura y todo simplemente por no identificarlo con lo femenino, con la incapacidad de la mujer de no valer para otra cosa, ¿cabe mayor estupidez?.
¿Como es posible que se haya convertido en políticamente correcto lo de ser “amigos” de tus hijos?. Un amigo es un consentidor, es otra cosa, y un padre otra muy distinta con responsabilidades hacia el hijo, que no tiene el amigo, que ha de ejercer y de las que no puede prescindir aunque de su aplicación resulte el rechazo del hijo, incapaz de entender una negativa. De los hijos se es padre, ni amigo, ni esclavo.
Pero, ¿y lo del colegio?, ¿es aun peor?. Si de padre a amigo es malo, lo de maestro a colega no le va a la zaga.
El constante cambio de planes en la enseñanza en función de los intereses políticos del gobierno de turno, el coleguismo institucionalizado, la toma de la enseñanza por parte de una izquierda, que intenta igualar en autoridad al que enseña con el que aprende, que “comprende” al que lo suspende todo, que abomina de lo meritorio, que alecciona en ideas y en actitudes de fondo casi calcadas, aunque en sentido opuesto, a las que en su día ejerció la iglesia, el compadreo institucional con nacionalistas que imponen sus locales idiomas por encima del español, la masificación, la desmotivación del profesorado, la falta de esperanza en una juventud que ve que a carrera acabada nada encuentra para ejercer su trabajo, y las exigencias de una juventud hacia unos “derechos” bastante ajenos al sacrificio, la dedicación, los resultados escolares y las buenas practicas educativas, hacen que el nivel educativo haya descendido hasta extremos insospechados, con alumnos que nada saben de historia, de geografía, de filosofía, de literatura, de argumentación, que redactan de forma penosa, que no leen, que hablan fatal, etc. que pueden estar muy preparados en alguna materia en concreto, pero que a nivel general dejan bastante que desear, insta a llevar a cabo estudios profundos, serios y ajenos a intereses políticos sobre como enderezar ese camino en aras de formar nuevas generaciones mucho más válidas que las actuales.
En el fondo es un problema de autoridad (palabra políticamente incorrecta). Toda persona en su periodo de formación necesita tener una autoridad, que respete, que le incardine correctamente en la sociedad a la que va a integrarse, de alguien en quien inspirarse, de un espejo en las materias en las que formarse, como buenos padres y buenos educadores.
Si los padres prescinden de serlo para convertirse en amigos y los maestros en colegas, el adolescente pierde la referencia de autoridad. ¿Quien le encauza?, ¿Quien le sirve de ejemplo?, ¿quien le razona lo correcto y le insta a disciplinarse, a sacrificarse en aras de mayores objetivos?, ¿quien le va a decir que NO a algo?. Muchas personas en esas condiciones, sin nadie que ejerza de padre, ni de maestro, se entregan a elementos extraños, bien a través de los móviles, de las pandillas directamente, o de la guerrilla o el terrorismo donde este existe, lugares en donde sí encuentran una organización de autoridad, que lo encauzan, le dan soporte, lo arropan, le sirven de ejemplo e incluso le instan a sacrificarse por la causa, donde droga, armas, violencia y abusos de todo tipo son su moneda, una causa contraria a sus intereses futuros de una vida fructífera y deseable, pero una causa.
Afortunadamente los de mi generación tuvimos la autoridad de nuestros padres a quienes en general respetábamos y quienes nos educaron en valores, la de nuestros maestros que nos formaron en conocimientos, en parte la del Estado que nos formó en el respeto a la ley y sus agentes, aunque fuese concretamente en una particular ley salida de la voluntad de una dictadura, algo de lo que posteriormente conseguimos librarnos, aunque en nuestra ignorancia e ingenuidad pretendimos sustituir por algo diametralmente opuesto y mas noble, cuando ha resultado ser un cambio poco menos que teórico, donde las dictaduras, disfrazadas de lagartearas, siguen campando a sus anchas, donde unos políticos más ignorantes incluso, roban aun con más intensidad y mienten con mucha más solvencia, abandonando todo tipo de decisiones a la hora de poner en valor aquello mas preciado para el ciudadano, la educación de sus hijos, el apoyo a la ciencia, la investigación y el futuro de nuestra juventud, asuntos que hoy mueven muy poco en el panorama nacional.
¿Seremos capaces de encauzar el asunto?. En un sucedáneo de sistema político en el que gran parte de sus máximos representantes hablan fatal, la mayoría no lee y de la gramática hacen un pandero, parece asunto complicado.
Hoy prima la dictadura de lo politicamente correcto, la posverdad, es decir, la mentira que sienta bien, aquello de “non e vero ma e ben trovato”, el contento de las masas, cuanto mas incultas mas contentas, lo hortera, y como colofón a todo ello esa cargante barbaridad de “presidenta”, “pacienta”, “independienta”, etc. cuando en nuestra lengua existe algo llamado participio activo como derivado de un tiempo verbal, o dicho de otra forma, cuando queremos nombrar a la persona que denota capacidad de ejercer la acción que expresa el verbo, se añade a este la terminación “ente” (el que tiene identidad) llevándolo a cabo desde el verbo ser, cuyo participio activo es “ente”, por lo que diremos que el que preside o ejerce la labor de presidir, es un presid-ente, el de padecer un paci-ente y el de vivir en independencia un independi-ente. Del mismo modo, quien ostenta un genero u otro son las personas, ni las cosas, ni los oficios, por lo que no podemos decir periodisto, sino el periodista, ya que en nuestro idioma a quien ejerce la labor mencionada se le conoce por periodista con independencia de su sexo. Se puede, por tanto, decir directora, pero ha de decirse la dirigente y no dirigenta.
¿Han entendido ustedes, señores “elegidos” por voluntad popular para representarnos y para darnos la legislación que el país precisa para su progreso?.
Por todo ello, pido desde aquí que cada vez que oigamos a un político (paleto) empezar por aquello de “itos”, “itas”, “entes”, “entas”, la pitada sea mayúscula, acompañada de todo tipo de improperios, todos ellos contenidos en el Diccionario de la Lengua Española, esa que, al menos teóricamente, limpia, fija y da esplendor.
Menos amigos y colegas, y más padres y maestros.

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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