Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

¿Hay alguien más?

 

Hoy los conceptos derecha e izquierda, en política, ya no responden estrictamente, a su primitivo significado. 

Recordemos el nacimiento del término. Poco antes de la revolución francesa, se discutía en su Asamblea Nacional las pretensiones de una nueva Constitución que pretendía acabar con el Absolutismo y regular el poder de la monarquía entre otras consideraciones. A efectos de un mejor recuento de los votos, se sentaron a derecha e izquierda del presidente de la Asamblea los grupos distantes y homogéneos en su pensamiento, mientras que los que pretendían una comunión entre ambas ideas lo hicieron en el centro.

Los defensores del poder real y por tanto a favor de que el monarca pudiera vetar las decisiones de la Asamblea, conocidos por “Girondinos”, formaban un grupo provenientes en mayor medida del sur de Francia y compuestos por absolutistas, nobleza, burguesía y el clero, se sentaron a la derecha, mientras que los que abogaban por eliminar el control real, partidarios de una nueva Constitución que impidiera al rey ostentar el poder y que este fuera encomendado al pueblo mediante el sufragio universal, conocidos por “Jacobinos”, se sentaron a la izquierda. Definitivamente, el triunfo de los Girondinos, no fue aceptado por los Jacobinos, quienes acabaron propiciando finalmente la Revolución que acabaría de forma cruenta con el absolutismo. 

Posteriormente, y ya de cara a la regulación de la economía, se discutiría sobre el mayor o menor protagonismo del Estado en la vida pública, y mientras unos defendían la necesidad del protagonismo de la presencia del Estado en la regulación de la mayor parte de todo aquello que influía en la economía del país (izquierda), otros abogaban por una mayor libertad en todo tipo de regulaciones, dejando que fuese el mercado quien regulase realmente la economía (derecha).

Como la mayor libertad suponía una mayor desprotección social para quienes no llegaban a cubrir sus necesidades económicas, y un mayor enriquecimiento en quienes mejor se adaptaban a las exigencias del mercado, pronto empezó a identificarse a los pobres, o aquellos que necesitaban ayuda, con la izquierda, mientras que en la derecha se ubicaba a los ricos, o a quienes disfrutaban de una vida próspera, con todo lo que aquello representaba.

La idea, por otra parte, de que había una “justicia social” que debía equiparar  a los distintos sectores de la sociedad, prosperó por tanto en la llamada izquierda, fortaleciendo con ello al Estado, quien en teoría debía hacerse cargo de proteger a los más desfavorecidos, lo que dio paso al socialismo y en su versión más extrema al comunismo como reparto equitativo de la riqueza, con independencia de acciones, valías, conocimiento, patrimonio, o cualquier otra consideración que en libertad pudiese hacer prosperar a nadie, desposeyendo para ello a la derecha de sus riquezas para repartirlas entre la izquierda, y así partir todos desde los mismos puntos de partida, algo que solo tenía y tiene dos salidas: o volver al poco tiempo a producirse las diferencias (factor humano), o a que los más preparados, quienes realmente pueden generar riqueza, dejen de actuar y se instale la pobreza generalizada, ya que la producción a través del Estado, no ilusiona a los más preparados por falta de compensación, ni mueve a los menos por exceso de compensación.

Vencida la idea del comunismo, los conceptos derecha e izquierda pasaron a identificarse con conservadores y progresistas, abogando los primeros por un mantenimiento de las reglas, usos y costumbres que rigen habitualmente en todos sus aspectos en la sociedad, mientras que los progresistas apuestan por un cambio que lleve a la sociedad a progresar a través de una compensación regulada de la riqueza, de los avances sociales y de las oportunidades.

Finalmente, a día de hoy podríamos resumir las diferencias entre la derecha y la izquierda económicas en las distintas posturas relacionadas principalmente con los impuestos, los monopolios, el mercado, el sector público, los ingresos, y la libertad del consumidor, de manera que la izquierda propone mayores impuestos, mayor intervención en el mercado, mayor número de monopolios aunque más regulados, mayor intervención del sector público, una regulación y control de los ingresos de los ciudadanos y de los derechos y deberes del consumidor, mientras la derecha apuesta por lo contrario, y siempre, por supuesto con matices.

Todo ello dentro de un marco cuyos paréntesis van desde un fascismo excluyente de exaltación absoluta e intolerante de costumbres y “virtudes patrias”, en la extrema derecha, hasta un comunismo de odio y resentimiento hacia quien ostenta un mínimo de riqueza, de conocimientos o de aptitudes inalcanzables para quienes así militan, en la extrema izquierda.

Así las cosas, hoy cohabitan en España 5 posturas claramente diferenciadas, enfrentadas entre ellas y siguiendo una tradición histórica irreconciliable, desde el odio como bandera en la extrema izquierda, hasta el más absoluto desprecio hacia el resto en la extrema derecha, en general, y en ambos casos, hacia quienes no piensen como ellos.

La extrema izquierda, hoy representada principalmente por Podemos y por sus “sucursales” en las principales autonomías, además de por Bildu en Euskadi, por la CUP en Cataluña y por el Bloque en Galicia, proclamadas nacionalistas las últimas, aunque realmente independentistas excluyentes y todas, por ello, muy cercanas a actitudes filo fascistas, sobre todo Bildu y la CUP, con claros orígenes en grupos terroristas (ETA, Terra Lliure y Grapo), y todos ellos muy próximos al comunismo, pretendiendo, en lineas generales, cambiar la sociedad en sus bases, con diagnósticos en buena parte aceptables sobre los fracasos de la sociedad actual, pero con soluciones absolutamente arcaicas, primitivas, precipitadas y carentes de cualquier lógica de progreso y conocimiento. 

Ya en la izquierda, la que se considera progresista, concretamente el PSOE, el panorama es enormemente variado, pues comparten tal filiación una gama amplia de “sensibilidades”, desde restos del partido comunista hasta votantes o afiliados que se sienten de aquello que llaman centro-izquierda, lo que les lleva a veces a políticas contradictorias, a tensiones internas y a abundantes crisis, algo natural entre quienes pretenden actuar de forma “progresista”, propiciando cambios más o menos continuos y contradictorios en la sociedad, a efectos de distanciarse claramente de los conservadores.

En el centro, antes ocupado por parte del PSOE y de lo más “progresista” del PP, hoy nos encontramos con un nuevo partido que ha sabido aglutinar ambas posturas, cual es Ciudadanos, un partido joven, de gente bien preparada, limpios de momento, en general, con un buen análisis de la situación y con soluciones elaboradas por buenos profesionales, que constituye la esperanza de quienes, desde actitudes “civilizadas”, pretenden un cambio importante pero pacifico para la sociedad.

Ya en la derecha, nos encontramos con un partido, el PP, que ha aglutinado a lo largo de los años, al igual que le ocurre al PSOE, a distintas corrientes de la derecha, desde los que se consideran a si mismo “progresistas” de derechas, a los más ultra conservadores e intolerantes.

Como extrema derecha, existen algunos pequeños partidos sin presencia en las instituciones, aunque los más numerosos están en el propio PP, en facciones altamente conservadoras que, al igual que con la extrema izquierda, rozan posturas eminentemente fascistas, y donde se congrega lo más radical de la, todavía poderosa  iglesia católica, junto a nostálgicos del franquismo.

En resumidas cuentas, la extrema izquierda quiere hacer de España un reducto comunista “moderno”, con un cambio radical de la sociedad, con un Estado absolutamente controlador (daría lo que fuera por controlar los medios oficiales), con un proteccionismo absoluto, algo enormemente parecido a lo que pretende la extrema derecha, aunque de otro signo, pues estos pretenden recuperar la España franquista, también desde un Estado absolutamente controlador.

Así las cosas, tras unos años de gobierno de la derecha con parte de la extrema derecha y con el apoyo del centro, hemos pasado, sin intervención alguna de la ciudadanía, a un gobierno de la izquierda con apoyo de toda la extrema izquierda y la derecha del PNV, un partido habituado a la traición, que históricamente siempre se ha aliado con el que más le ofreciera, fuese quien fuese, pues ya lo hizo con Franco durante la guerra y ahora con un Sánchez, más próximo al “todo a 1 €” que a posturas posibles de prudencia política.

Lo curioso de todo este proceso, es que se llega a él por la vanidad y la falta de generosidad del hasta entonces presidente del gobierno, Mariano Rajoy, quien tenía en sus manos la continuidad del gobierno de haber dimitido antes de la moción de censura, pasando entonces la presidencia a la entonces vicepresidenta y conservando el PP el poder hasta el fin de la legislatura, algo que se niegan a querer reconocer los dirigentes del partido, pero que fue la causa de pérdida del poder, al pensar el presidente que la moción no prosperaría (¿como va a liquidarme !a mi! ese guaperas de cabeza hueca?), poniéndose de manifiesto una vez más las características propias de cada tendencia, el odio de la izquierda y el desprecio de la derecha.

Como suele ser habitual, los recién llegados al poder, tras prometer unas elecciones a la mayor brevedad, ahora aseguran, mientras se reparten la tarta, que agotarán la legislatura, algo que es de suponer que durará el tiempo que necesiten para ”okupar” todo tipo de instituciones y poder condicionar así esas prometidas elecciones, algo típico en la canalla política española, al igual que ir desmontando todo aquello que pueda ser de interés al adversario, con independencia o no de que se trate de un clamor popular, o que al pueblo le traiga al pairo.

De momento, la principal medida tomada por el gobierno, algo que pasados 43 años a casi nadie le interesa lo más mínimo, es desalojar los restos de Franco del Valle de los Caídos y, al parecer, el traslado de los de José Antonio Primo de Rivera, en un país en el que tal medida no provoca otra cosa que volver a remover odios, intolerancias, venganzas y enfrentamientos, y todo ello por personas que por su edad nada vivieron de una guerra que deberíamos olvidar entre todos, pues de ambos bandos se produjeron las mayores barbaridades, aunque como siempre ocurre fueran finalmente los vencedores los únicos que pudieron llevar a cabo sus venganzas, algo que pasado el tiempo suelen acometer los perdedores, atrayendo la historia a sus versiones, acciones que la generosidad de la transición no ha podido terminar, ya que lo impide el resentimiento y el deseo de venganza de quienes, desde una España no vivida, quieren ahora imponer una historia labrada a golpe de deseos, de que volvamos a una única “verdad” oficial, de la que casi todo ignoran.

Si hemos pasado de un gobierno con una pequeña parte de sensibilidades de extrema derecha que despreciaba a quienes no fueran de su cuerda, a otro con otra gran parte de extrema izquierda que odia a sus oponentes, ni me interesaba aquel gobierno, ni me interesa este, ni me interesa que se pase de un extremo a otro sin que nada podamos opinar los ciudadanos.

¿Algún día podremos tener un gobierno en el que no existan las posturas extremas, que escojamos los ciudadanos libremente y con plena conciencia de sus objetivos, sin que nos cuenten unas historias que al llegar al poder cambian radicalmente y sin tener que ser puramente espectadores?

Como diría Eugenio, ¿hay alguien más?     

 

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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