Nosotros o el caos, dicen desde el Gobierno Sánchez.
Da igual: el caos sois vosotros. Y lo sufrimos nosotros.
Cuando un gobierno no se esfuerza en gobernar, bien sea por ignorancia o por inoperancia, los ciudadanos asistimos perplejos al derrumbe de los servicios que debe garantizar el Estado.
Durante años, la red ferroviaria española —especialmente su servicio de alta velocidad, el AVE— fue citada como un ejemplo mundial de innovación y eficiencia.
Países como Francia, Japón o China observaron con atención cómo España conectaba grandes ciudades mediante trenes rápidos, puntuales y cómodos, situando a la península en una posición privilegiada dentro del transporte europeo.
Sin embargo, los últimos meses han puesto en entredicho esa reputación: incidentes reiterados, retrasos masivos y una creciente conflictividad interna han convertido lo que era motivo de orgullo en un foco de críticas y frustración social.
La reciente sucesión de averías e interrupciones graves en la línea entre Madrid y Andalucía, justo en plena operación salida, ha dejado imágenes insólitas: miles de pasajeros atrapados durante horas, trenes parados a mitad de trayecto y una sensación generalizada de descontrol.
La reacción institucional no ha ayudado a calmar los ánimos; al contrario, ha puesto aún más en evidencia las fisuras del sistema.
La búsqueda de culpables: Adif, Renfe y el juego político
En el epicentro del debate se encuentra la gestión de Adif, responsable del mantenimiento de las infraestructuras ferroviarias. Los datos recientes muestran que esta empresa pública destina más recursos a salarios que al propio mantenimiento de las vías —716 millones frente a 582 millones anuales según los últimos registros—, lo que ha alimentado críticas tanto dentro como fuera del sector. Empleados de Renfe han señalado directamente a Adif como responsable del «caos ferroviario», denunciando que la falta de inversión en conservación repercute en una mayor frecuencia e intensidad de las averías.
Frente a este escenario, las autoridades han recurrido a explicaciones diversas. El ministro Óscar Puente llegó a hablar abiertamente de sabotaje ante algunos episodios, aunque posteriormente el Ejecutivo evitó reiterar esa acusación sin pruebas claras. Esta tendencia a buscar causas externas o responsables ajenos no ha hecho sino aumentar el malestar social y político.
El papel de los operadores privados: Ouigo en el punto de mira
La entrada de operadores privados como Ouigo, filial francesa que compite con Renfe en algunas rutas clave, ha añadido un nuevo elemento al conflicto. La ministra María Jesús Montero no dudó en apuntar públicamente a Ouigo como posible origen del último caos ferroviario, sugiriendo que sus trenes tienen dificultades técnicas y ralentizan toda la cadena logística cuando sufren incidencias. Estas declaraciones, captadas incluso por micrófonos abiertos antes de reuniones oficiales, generaron indignación inmediata tanto en la compañía francesa como entre usuarios habituales.
La respuesta oficial de Ouigo fue tajante: no han estado en el origen de ninguna incidencia reciente y su flota recibe mantenimiento propio según estándares internacionales. Además, recordaron que la gestión y el socorro ante averías recaen exclusivamente sobre Adif, tal como establece la legislación europea y española. El cruce público entre Gobierno y competidores privados pone sobre la mesa una preocupación latente: ¿está preparada España para una liberalización real del mercado ferroviario sin sacrificar calidad ni seguridad?
Huelgas y tensión laboral: un clima interno cada vez más tenso
A este contexto se suma una creciente tensión interna entre trabajadores y dirección tanto en Renfe como en Adif. Sindicatos mayoritarios (SEMAF, CCOO, UGT, CGT y SF) han amenazado con nuevas huelgas por lo que consideran incumplimientos sistemáticos del Ministerio respecto al traspaso competencial (especialmente en Rodalies Cataluña) y por la incertidumbre sobre sus condiciones laborales ante la entrada de nuevos operadores privados. Ya evitaron cinco días consecutivos de paro el año pasado gracias a un acuerdo in extremis; sin embargo, consideran que las garantías ofrecidas han quedado en papel mojado.
Los efectos potenciales para los usuarios son claros:
- Más cancelaciones y retrasos.
- Reducción drástica de frecuencias en cercanías y larga distancia.
- Aglomeraciones en estaciones.
- Problemas añadidos para los servicios logísticos y mercancías.
Las huelgas podrían afectar especialmente a quienes dependen del tren para sus desplazamientos diarios o viajes interregionales.
El debate político se recrudece
El clima político tampoco ayuda a buscar soluciones técnicas o consensuadas. Las recientes declaraciones cruzadas —incluyendo acusaciones veladas entre partidos sobre enchufismo o incompetencia— reflejan un ambiente crispado. La ministra Montero ha sido especialmente señalada por sus comentarios sobre operadores privados; mientras tanto, parte del Ejecutivo sigue recurriendo a teorías no confirmadas sobre sabotajes o acciones deliberadas para justificar los fallos sistemáticos.
En paralelo, casos recientes como el encarcelamiento del exsecretario Santos Cerdán por corrupción o los escándalos ligados a nombramientos dentro del sector añaden más leña al fuego político. Todo ello contribuye a una imagen internacional deteriorada: medios extranjeros ya recogen con asombro cómo España ha pasado del liderazgo mundial ferroviario al desconcierto actual.
¿Qué está fallando realmente?
El problema parece múltiple:
- Falta crónica de inversión realista en mantenimiento frente al crecimiento orgánico administrativo.
- Incapacidad para coordinar eficientemente entre gestores públicos (Adif), operadores históricos (Renfe) y nuevos actores (Ouigo).
- Uso partidista e improvisado del relato público ante crisis técnicas.
- Un sistema laboral tensionado por incertidumbre regulatoria y competencia creciente.
Los expertos advierten que sin un giro estratégico —que priorice la inversión inteligente, la transparencia operativa y el consenso regulatorio— el ferrocarril español podría consolidar su caída desde el podio internacional hacia un modelo poco fiable e ineficiente.
La sociedad española asiste perpleja al deterioro progresivo de uno de sus grandes logros tecnológicos recientes. Mientras tanto, los usuarios siguen esperando soluciones duraderas para volver a confiar plenamente en su red ferroviaria.