«En estos poemas de adolescencia y de juventud se encuentra depositado el germen embrionario de la obra que le daría a Rachid Boudjedra gloria internacional, “El Repudio”».
Leonor Merino
Cuarenta y siete voces, cuarenta y siete poemas. Y otros tantos aullidos y, tal vez, muestras de desesperación de un veinteañero inconformista que pensaba en su país, que sufría por su país, por sus gentes, por su tierra. Despecho. Ruptura. Cánticos ásperos. Desmesurados. En el desierto, en la ausencia, no sé. Boudjedra escribe con granitos de arena que luego se lleva el viento de la totalidad. Y se exaspera. Claro.
Dice:
En los jardines de mi país
Los almendros acarrean el odio
El cielo es todo de bruma glauca
Y tiene boca de mercenario.
Palabras duras y sinceras, escritas y pensadas en medio del fragor de la violencia.
Sigue:
Mis nervios están guarnecidos con acero
El humo me aplasta la cabeza
Mis ojos se llenan de lágrimas
Pero discuto…
Ruptura del todo en busca de la ayuda necesaria para luego acabar otra vez en la unidad.
Añade:
Para qué sirven mis poemas
Si mi madre no sabe leerme…
Enorme. El poeta sube al pico con el dolor de no ser comprendido. Amor.
Y acaba:
Los planes quinquenales argelinos
Y el chiquillo me respondió
Las palabras los sueños
No me importan
Pero el odio y el hambre
Los conozco de memoria…
Se impone la verdad. Como arena en los ojos. Ceguera. Llanto. Grito.
Poco más puedo añadir.
Vale.