El Acento

Antonio Florido

Diálogo de ausencias

_31 de diciembre, a las tantas,
Si anoto aquí mis confesiones, querido diario, es sólo para no morir de soledad, para no sentirme tan vacío, vacuo y deshabitado. Que me han abandonado se deducirá de mis palabras, escritas desde la turbación y apasionadamente – aún me queda la pasión -.
“Tres horas llevo, en vano, esperando. Sentado a la mesa como un tonto, con las estúpidas velas rojas llameando. Mi amor se siente desvanecido, engañado. Así me trata. Siempre mortificándome, a cada ocasión, a cada capricho. Aunque hoy, día tan señalado, no lo esperaba, de seguro.
Todo el día, toda la semana, todo el tiempo se ha perdido – lo he perdido -. Tengo sueño y siento algo extraño. No es rencor. No es odio. Es…no sé, algo distinto, ajeno a mí. Pero ese algo que no sé explicar me domina, me vence. Seguir esperando o no. Continuar con los ojos de par en par a la espera de que el timbre gima o derrotarme en los mullidos brazos del sofá, para siempre. Qué hacer. Difícil. Difícil.
Apenas si se oye ahora – ¡es tan tarde! – el murmullo de la gente por las aceras. Noche que avanza ineluctable y cansinamente hacia el abismo. Noche que pasa de mí, indiferente, mirando para otro lado, que me abandona en brazos de estúpidos transeúntes en son de necias e insulsas letras archisabidas. Puse todos mis esfuerzos por que esta velada fuese diferente. Ahí mi equivocación, mi locura. Diferente para los dos, ¡qué sarcasmo! Preparé la cena. Dispuse la mesa con su mantel de ocasiones y sus copas relucientes, pulcras y transparentes. Impecable. Las velas rojas – de película de amores -, reposan a estas horas, sin embargo, malolientes y desgastadas sobre la mancha azul y plana de la mesa (estúpidas velas rojas). Todo se ha ido lejos de mí, salvo la desazón – tuve un amigo que en cierta ocasión me habló de ella, y no le comprendí – que se me ha presentado de golpe, arrolladora y violenta. Vigilo durante un buen rato al teléfono mudo. Y mi cabeza se agita como una coctelera donde los pensamientos, en constante movimiento, buscan la mezcla secreta y misteriosa.
Pronto amanecerá. Ya el año nuevo dio comienzo en todos. Pero yo he sido anclado al presente, digo bien, al presente. Para mí no hay ni sucederá otro día que el de hoy. Me resisto, me niego. Esperaré. Sabré hacerlo, aunque le pese. Aquí seguiré, en mi habitación, sentado a mi mesa, paciente y resignado.
He de confesar que jamás fui amigo de las citas porque siempre me han traído malos recuerdos y peores experiencias. Tal vez mi exigencia para con los demás haya sido cruel, excesiva, pero no puedo cambiar, ya no, es demasiado tarde. Aparte que no quiero porque he de demostrar – ni yo mismo lo creo – que soy una persona incólume, segura. Aunque reconozco que a veces mi máscara de exigente no es comprendida lo necesario.
Me consume el pecho la angustia de ver amanecer sin mi Amor susurrándome palabras tiernas. Abro. Salgo al balcón, no soporto más la esclavitud de la espera. El aire del amanecer es puro, frío, imperturbable. El cielo clarea y las estrellas se difuminan en lo alto – como un chorro de leche derramado – claras y albinas. (Estúpidos puntos brillantes de las noches).
Maldigo, maldigo la hora en que el Amor llamó a mi puerta. Otro día ha pasado, otro año, otras mentiras para digerir. Ya no puedo más. Desde aquel día todo han sido falsedades, huidas, justificaciones. Y lo peor es que yo lo percibía. Sabe mi Amor que no puede vivir sin mí y sin embargo me desprecia, me ignora. ¡Qué hará a estas horas por las calles – ya amanecidas -, sin mí! ¡Qué hará! ¡Adónde irá sin el calor de mi cuerpo, sin mis sonrisas!
La noche avejentada y mustia suda olores nauseabundos mientras los últimos imbéciles, ignorantes, no callan ni respetan mi dolor. La gente es mala, perversa. Tétrico y retorcido, el mundo. No piensan, no tienen idea del daño que sufrimos algunos. Algunos que callamos y experimentamos el sabor del abandono, en silencio. Por eso no soporto que mi Amor, mi Vida, continúe por ahí a estas horas, a la deriva, en soledad, en medio de siniestras almas que le pierden a uno.
No debería – me digo – haberse tomado aquellas palabras mías tan en serio. Todo lo que le dije brotó espontánea y cándidamente de mi despecho, de mi rencor, de mi resentimiento. Pero, ¡cómo voy a dejar yo a mi Amor!, ¡en qué cabeza cabe semejante absurdo! Se comprende, sin embargo, que mis palabras le sentaron mal y ahora me castiga. Lo que no imagina mi Amor es que su ausencia, su huida, su abandono, no es sólo un castigo, es un sufrimiento insoportable que me destroza y me deja vacío. Porque yo sin mi Vida no sé qué hacer, soy, me veo, me siento, como perro solitario, asustado y triste. Un memo, una marioneta, un muñeco sin existencia, quieto, inmóvil, un monigote de trapo de ojos tristes y ciegos.
He notado ruido en el entresuelo. Pero no es mi Amor, no puede ser. Se trata sin duda de otra burla macabra que quiere jugar conmigo. Mi Amor siempre gira dos vueltas completas a la llave. Y no hace ruido. Será, posiblemente, el imbécil del vecino que habrá acabado la juerga y vendrá con ganas de violentar a su esposa en un sofoco carnal, impuro y hediondo. ¿Por qué no llegará ya mi Amor?, ¿no sabe acaso que con esta actitud me desespera y rompe?, ¿no imagina mi calor que no soporto los castigos tan crueles?
La noche es larga, eterna, desesperadamente eterna y dura de pasar, como un camino en cuesta y pedregoso. Me duele la cabeza. La siento hinchada como un globo de feria. He cogido el teléfono y he llamado no sé ya las veces. Nada. La voz metálica e hiriente me dice que está fuera de cobertura. Lo intento de nuevo, agarrándome a una esperanza cada vez más débil. Quizás ahora lo coja, quizás ahora – me digo -, pero siempre obtengo la misma respuesta neutra y sin alma.

_A los dos días,
Si el infierno existe, diario mío, ya lo conozco; no he salido de casa en este tiempo; sufro; me he enterado que mi amor tiene otro amor; y me duele; se me clava en el pecho como un puñal; qué otro amor puede haber llegado a su vida; qué amor, qué engaño le sucede; por qué se obceca en no llamarme siquiera para un desprecio, para una bofetada; tan sólo dos días, qué ocurrirá si se empeña en su actitud infantil de no quererme; vuelvo a llamar; fuera de cobertura; no quiere nada conmigo; diario mío, dime, qué debo hacer, aconséjame, hoja de papel querida,

_Las cuatro de otra madrugada,
Ha venido Alberto a verme; que qué me pasa, que no se me ve por ningún lado; no le he prestado apenas atención; en pocas palabras le insinué que se fuera, que su presencia me era indiferente; en verdad no soportaba su cara de niño bien ni su aire estúpido; no necesito a nadie a mi lado; mi vida carece de sentido desde que mi amor me dejó,

_Febrero, por la mañana,
Me levanté desganado, tomé café y me afeité; aún huele a su piel, su toalla continúa en el mismo lugar, doblada y esponjosa; no me atrevo a abrir los cajones de la cómoda, me traería recuerdos hirientes; me siento vejado, una piltrafa, y salir a la calle me da miedo; la soledad y el silencio de la habitación evocan en mí su presencia ausente; lleva casi cuarenta días lejos de mí; a veces pienso si sufrirá como yo; el dolor me está matando; una separación tan prolongada es inhumano; me fundí tanto con esta persona que dejé de ser yo mismo y llegué a respirar con su pecho y a sentir con su corazón; el apartamento se me hace más pequeño con el día a día,
A las once llamó Guiller para decirme que ha visto a mi vida con Gustavo, de la mano, y que las sonrisas y la felicidad se dibujaban en sus labios; le he colgado, fulminante; siento una rabia que me amordaza, “de la mano…”, y contentos, alegres de la vida, como si nada hubiese sucedido; he pasado el día rumiando las palabras del mentecato de Guiller; lo que no comprendo, al fin, diario mío, es por qué me desprecia, si lo único que he hecho con esta persona es quererla, es desvivirme, es salirme de mí mismo, darme; y, sin embargo, este es el pago que recibo…

_Julio,
Hace meses que no hablaba contigo, querido, amado diario; al principio, te lo confieso, quise descargar en ti la hiel que me rebosaba, como castigo ¿entiendes?, para que sintieses lo que yo cuando me supe abandonado; pero he reflexionado y a partir de hoy tú y yo vamos a ser los mejores amigos, amigos íntimos; yo te contaré mis cosas, todas, y tú me confesarás tus sentimientos más velados; qué bien lo vamos a pasar en adelante, los dos, siempre los dos, inseparables,
Mañana retomaré el trabajo, sí, como lo oyes, querido, amado mío, lo he decidido, iré de nuevo a la oficina; y enfrentaré la mirada de Guiller como si jamás hubiese sucedido nada; ahora abriré las ventanas, el verano ha llegado este año inflamado; así me siento, enardecido, entusiasmado, loco, como el estío del sur que nos azota y hostiga,

_Mediados de julio,
En la oficina me hago el interesante, les coqueteo y de vez en cuando, querido, amado diario, les insinúo que tengo amante; al estúpido y engreído de Alberto ni le miro, no es digno de mi amistad, como tú, amado, tesoro mío,

_Octubre,
Tengo una noticia fabulosa amado mío; te lo confesaré pero debes garantizarme que no saldrá de nosotros y que no lo tomarás como algo personal; te prometo, si cumples tu parte, que te seguiré queriendo y amando como siempre he hecho; te lo diré susurrando, así, así, pianísimo…mi amor ha venido, ha regresado, ha reconocido su error, su culpa; me lo ha confesado nada más abrir la puerta de casa; el pobre estaba pálido, anémico, casi cadavérico; lo que yo te decía tesoro mío, mi Pablo lo ha pasado mal, muy mal, lo que habrá sufrido mi ángel; me ha dicho que todo fue una locura, una subida de calor repentino; y yo, triste de mí, con lo que había preparado este momento, con la de veces que ante el espejo me había figurado hablando a Pablo, duro, enervado y severo, me derrumbé en sus brazos y lloré sobre su pecho varonil, como un niño,

_Navidad,
Pronto hará un año de aquello, querido, amado diario, un año, todo un año; y esta vez estamos los tres juntos, unidos como nadie pueda estarlo jamás; Pablo, tú y yo; los tres aquí; Pablo y yo sentados el uno junto al otro y tú, amado, tesoro mío, sobre la mesa con cubierta de tafetán, mirándonos en silencio y sonriéndome sin que Pablo se dé cuenta de nada; esta vez no tendremos que esperarle, cenaremos en silencio y luego, en los postres, cantaremos y contaremos historias de Nochebuena, de las que tanto gustan a mi tesoro; y cuando la noche se vuelva densa y tupida, tomaré a Pablo, mi amor, mi otro amor, y lo acostaré suavemente sobre el edredón de invierno que compramos la semana pasada; cuando él esté profundamente dormido tú y yo seguiremos compartiendo sigilosamente nuestros secretos, en el hueco oscuro y fosco de la noche; debe ser así, créeme, querido, amado diario, de lo contrario, si Pablo se percatase de nuestros disimulos encelaría hasta enloquecer,
Te aseguro amado mío, querido tesoro, vida mía, que Pablo no nos volverá a abandonar y que todas las noches departirá con nosotros, aquí, en la sala, pegados, muy juntitos los tres; te aseguro amado mío, que Pablo es feliz junto a nosotros; sabe él que aquí no le faltará amistad, calor y, sobre todo, amor, mucho amor; mírale, mira a Pablo cómo sonríe, querido mío, mírale; es feliz, se le nota ¿verdad?, desde que lavé su cara con la toalla mullida que guardaba, desde que sus manos aparecen blancas, sin restos de sangre, cuidadas por mí con profundo sentimiento, ya no hay nada que temer; tú no lo sabes, pero todas las mañanas, amado diario mío, hablo con él mientras me aseo; todas las mañanas cuando me cruzo con Alberto, con Guiller, con Gustavo, les miro y les sonrío mientras pienso que Pablo jamás será otra vez de ellos,

_Tras la navidad,
Querido diario, hoy estoy enfadado, no, no contigo, amado mío, con Pablo; dice que no hablo nunca con él, que no le presto atención, que le ignoro y que he dejado de amarle y yo me pregunto, ¿cómo puede pensar eso de mí, de nosotros, acaso tú y yo no pasamos las tardes claras de esta maravillosa primavera junto a él? Si continúa así le tendremos que meter de nuevo en el depósito, en el frío e inhóspito depósito, como a los niños traviesos y metomentodos; Pablo no ha sido jamás tan aguafiestas, lo que le pasa, diario mío, tesoro de mi vida, es que está celoso de ti, como lo oyes, celoso y requeteceloso; pero, como a los mequetrefes, mejor es no echarle demasiada cuenta,

_Una noche calurosa,
No podemos seguir así Pablo, no podemos; no comes, no bebes, siempre estás igual de serio con nosotros y no nos cruzas palabra en todo el día; sabes que los dos te queremos y te respetamos, pero has de intentar cambiar por el bien de los tres; a partir de hoy lavaré tu cara y tus manos a diario; y además, si me lo permites como si no, Pablo, peinaré tu cabello y recogeré los mechones que caigan al suelo para que tu habitación brille y resplandezca de blancura; de noche, Pablo, debes comer algo, inténtalo, y si me dejas yo mismo abriré tu boca para alimentarte; luego, a los postres, Pablo, quiero que hables con los dos ¿entendido?, y olvídate de esa manía tuya de abrir las ventanas para ventilar la sala; ¿no comprendes, querido, que hueles mal, y que los vecinos podrían sospechar?; olvídate de todo, no te preocupes, yo haré todo cuanto haya que hacer para que los tres vivamos en el mejor de los mundos; ya llevamos casi un año juntos, Pablo, casi un año desde que entraste en esta casa aquel día para pedir perdón por lo que habías hecho; y te perdoné, te perdonamos, los dos te perdonamos, por eso lo único que te pedimos es que continúes sentado en esa vieja mecedora, junto a nosotros, pasando el tiempo infinito en esta sala triste y hedionda.

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Autor

Antonio Florido

Antonio Florido nació en Carmona (España), en 1965. Estudió Mecánica, Ingeniería Industrial y Ciencias Políticas. Aunque comenzó su oficio de escritor con la poesía, reconoce que se sintió tan abrumado por la densa humanidad de este género que tuvo que abandonarlo

Antonio Florido

Antonio Florido nació en Carmona (España), en 1965. Estudió Mecánica, Ingeniería Industrial y Ciencias Políticas. Aunque comenzó su oficio de escritor con la poesía, reconoce que se sintió tan abrumado por la densa humanidad de este género que tuvo que abandonarlo

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