A Contracorriente

Enrique Arias Vega

La ciudad a oscuras

¿Se imagina a su ciudad con todos los comercios cerrados, abiertas solamente las grandes superficies?

En pocos días, la población se convertiría en un gigantesco cementerio, con sus habitantes deambulando como esos zombis de las películas de terror. Inicialmente, los ciudadanos se apiñarían en los gigantescos centros comerciales de la periferia, temerosos de vagar por un cemento urbano sin color ni sonido, sin vehículos ni peatones.

Luego, ni eso. Solo el silencio.

No me estoy inventando un relato de ciencia ficción porque situaciones similares han sucedido a lo largo de la historia. Grandes metrópolis, desde Tombuctú a Petra y desde Persépolis a Tartesos, han quedado reducidas a cenizas, al simple recuerdo o a monumentos pétreos de su pasado y desaparecido esplendor.

Esta reflexión no es baladí, porque la sumisión irresponsable de muchos munícipes a las grandes superficies está matando el comercio tradicional y, con él, la vida de las ciudades que administran.

Tenemos el modesto ejemplo de los cambios de la calle María Auxiliadora en Salamanca: convertida en calzada de dirección única por el anterior alcalde, para favorecer el negocio de El Corte Inglés, su sucesor ha debido devolverle su doble dirección tras el follón producido en el tráfico rodado, las constantes vueltas y revueltas de vehículos y su difícil acceso al centro histórico.

Todo eso, por beneficiar a una gran empresa en perjuicio de las centenares y centenares de pymes que conforman el tejido de la ciudad de servicios que es Salamanca.

¿Qué hacer, pues, para que los administradores municipales se percaten de que si siguen perjudicando al pequeño comercio sin buscar maneras imaginativas de protegerlo se suicidan ellos y liquidan a la vez a las ciudades que los han puesto en el cargo que ostentan?

Veamos una hipótesis verosímil: si un día —una noche, más bien—, todos los establecimientos dejasen apagadas sus luces, el siniestro aspecto de la población evidenciaría que sin ellos la ciudad no es nada en absoluto.

No es que uno proponga que el gremio de comerciantes implante esta medida u otra similar antes de que la incuria municipal acabe con él y, por ende, con la seguridad ciudadana, el turismo y el bienestar colectivo.

Pero sí es cierto que de producirse tal suceso sería un llamativo toque de atención. Y no les cuento si una acción semejante se llegara a realizar en toda España.

Ésta es solo una simple idea, claro; pero también una advertencia antes de que tengamos que llorar todos por el comercio que un día fue y que ya nunca más será.

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Autor

Enrique Arias Vega

Periodista y economista bilbaíno, diplomado en la Universidad de Stanford (USA), lleva escribiendo casi cuarenta años. Sus artículos han aparecido en la mayor parte de los diarios españoles, en la revista italiana Terzo Mondo y en el periódico Noticias del Mundode Nueva York.

Enrique Arias Vega

Periodista y economista bilbaíno, diplomado en la Universidad de Stanford (USA), lleva escribiendo casi cuarenta años. Sus artículos han aparecido en la mayor parte de los diarios españoles, en la revista italiana Terzo Mondo y en el periódico Noticias del Mundode Nueva York.

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