A Contracorriente

Enrique Arias Vega

Auge y declive de Rita Barberá

Ningún político, ni siquiera mi admirada Rita Barberá, consigue mantenerse permanentemente en la cresta de la ola, puesto que el poder desgasta. Y en plena crisis económica, mucho más.

Hace pocos meses, en cambio, la alcaldesa había alcanzado su cénit cuando se le propuso desde la calle Génova —sede nacional del PP— sustituir a Francisco Camps al frente de la Generalitat. Su negativa a consumar esa traición, según su código ético, marcaría el inicio de su declive.

La razón es que a Mariano Rajoy, como a cualquier líder, no le gusta recibir un no por parte de su gente. Para colmo, el lío que había dejado Camps en la Comunidad tras su imputación en la trama Gürtel y su calamitosa gestión económica era tan tremendo que exigía una respuesta drástica e inmediata.

Hasta aquel momento, el mayor quebradero de cabeza de un PP que aspiraba al Gobierno de la nación había sido Jaume Matas con su reguero de corrupción en Baleares. Para remediarlo, se puso al frente del partido en las islas a José Ramón Bauzá, quien no ha dejado títere con cabeza del equipo de su nefasto predecesor.

En la Comunidad Valenciana, Rajoy hubo de echar mano de otro alcalde de trayectoria también impoluta, Alberto Fabra. Una vez designado éste para el cargo, se ha convertido —a veces a su pesar— en el único interlocutor de Génova y también de La Moncloa. Y Rita Barberá, sin comerlo ni beberlo, ha perdido su anterior capacidad de interlocución.

La culpa, claro está, radica en la deteriorada imagen de la Comunidad ante la opinión pública española. La región que hasta hace bien poco parecía modélica y de la que presumía el PP como ejemplo de su futura gestión a escala nacional, se presenta ahora como paradigma de derroche y de corruptelas, de deuda pública inasumible y de parálisis económica. Lo último que le conviene a Mariano Rajoy.

Se explica, entonces, que el presidente no haya echado mano de ningún político valenciano y que hasta un hombre tan próximo a él como Esteban González Pons haya desaparecido de la escena.
Con razón dice el refrán que cuando no hay harina, todo es mohína. Así, pues, con la economía hecha unos zorros y sin cargos de relumbrón en Madrid, se entiende que haya crecido el malestar de los políticos valencianos del PP y se produzcan “enredos dentro del partido”, en certera calificación de Rita Barberá.

Para más inri, Francisco Camps, anticipándose a una posible exculpación judicial por el caso Gürtel, se está moviendo para su eventual regreso a la política, sin prever las consecuencias de semejante tsunami dentro del partido.

Una de las cosas que el ex presidente ignora es que ya nada volverá a ser como antes. Si es verdad que la mayoría de los ciudadanos le votó repetidamente creyendo en su inocencia en el asunto de los trajes, ahora empieza a tener una pésima opinión de él al conocerse su desastrosa gestión presidencial.

De estas cuestiones y de muchas otras probablemente no tiene la culpa Rita Barberá. El desaguisado económico municipal —con las duplicidades del Palau dels Arts y el de la Música y de la Feria de Muestras y el Palacio de Congresos, el derroche de la F-1 y el deterioro de los abandonados tinglados de la Copa América— se debe en gran parte a la propia megalomanía del campsismo.

De todo esto habrá que volver a hablar. Y también de los líos internos del PP, de cómo poner límite al mandato de los políticos y de otros asuntos de no menor interés.

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Autor

Enrique Arias Vega

Periodista y economista bilbaíno, diplomado en la Universidad de Stanford (USA), lleva escribiendo casi cuarenta años. Sus artículos han aparecido en la mayor parte de los diarios españoles, en la revista italiana Terzo Mondo y en el periódico Noticias del Mundode Nueva York.

Enrique Arias Vega

Periodista y economista bilbaíno, diplomado en la Universidad de Stanford (USA), lleva escribiendo casi cuarenta años. Sus artículos han aparecido en la mayor parte de los diarios españoles, en la revista italiana Terzo Mondo y en el periódico Noticias del Mundode Nueva York.

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