Eso es lo que via ayer, Diada de Catalunya, a mansalva por las calles de Barcelona: gente pacífica. Familias. La gente normal. Con un deseo inequívoco de decidir su destino.
¿Quién puede oponerse a eso?
Fue una jornada de sol clamoroso y civismo ejemplar, aparte del buen diseño oganizativo. Es el tipo de pulcritud que yo quiero para mi país. (Y para mis vecinos, mis amigos; para todo el mundo).