Boca Chica es la playa contigua a Santo Domingo, la capital de la República Dominicana. A ella acudieron -entre otros parajes- los dinámicos y callejeriles reporteros de la cadena «Divinity». Y no pude más que evocar mis viajes a aquella bendita tierra y los buenos recuerdos que me quedan. El principal entre ellos, haber conocido al difunto amigo Alfonso Dicenta…

En uno de mis viajes a Dominicana el buen Alfonso me llevó a cenar a Boca Chica, en concreto a un restaurante italiano (lo «chic» para un autóctono, no para mí). Me impresionó el bullicio de la zona, su sabor popular no exento de suciedad y el enjambre de prostitutas que revoloteaban por las callejuelas. Pero Alfonso lo tenía todo controlado. Cenamos de maravilla (yo, en exceso) y pernoctamos en su apartamento en el extrarradio de Santo Domingo.

Cuando veo las imágenes de los resorts (uno de la cadena NH ayer en concreto) recuerdo mis visitas a los hoteles de la cadena RIU y en concreto aquella fiesta con periodistas alemanes y españoles que celebramos en 2007, ya mi último año en la cadena como director de Comunicación.

Tras ello regresé de nuevo al país pero ya únicamente como docente de la Universidad Pontificia en Santo Domingo. Siempre visitando a Alfonso Dicenta, la Casa de Teatro y al incomparable promotor cultural Freddy Ginebra: siempre Freddy en la cabeza y el corazón.

Debo de tener una fibra dominicana porque aquel país (y conozco sus problemas) tiene algo que me tira: la simpatía de su gente, el atractivo de sus mujeres, sus playas bellísimas y, por supuesto, la fuerza revitalizante del merengue.

Las anécdotas que me explicaba Alfonso Dicenta sobre el país se cuentan entre las más sabrosas que nunca haya yo oído. Llegué a plantearme escribir un libro recopilándolas. Pero se hizo tarde: Alfonso ya no está y mi vinculación con Dominicana se extinguió. Quedan eso, los recuerdos.

Me viene a la memoria Cándida, la asistenta dominicana que limpiaba mi bello apartamento en la mallorquina Playa de Palma. Cándida Sánchez. No quiero olvidar ese nombre ni las muchas vivencias caribeñas que me deparó poder trabajar para la cadena RIU, una de las mejores empresas hoteleras del mundo.

Por contra, me viene una cierta congoja por el tiempo irremisiblemente ido, personas desaparecidas, otras largo tiempo ausentes y paisajes que son ya sólo un recuerdo impreciso y por ello modelable.

Tras la emotividad caribeña siempre queda un espacio de tristeza, de ola que una vez estallada regresa hacia el mar. Y queda ese vacío que tan sólo llena la próxima ola.