Leo con interés en el libro «Open», las memorias del tenista Andrea Agassi, que su padre, de origen armenio, le diseñó una máquina expendedora de bolas llamada «Dragón». A base de devolver más de 2.000 bolas al días, su retoño debía convertirse en invencible: iba a devolver un millón de bolas al año.
Con independencia de los efectos colaterales en la psique del niño, la forja de campeones demuestra que en el proceso hay método, sistematización y toneladas de esfuerzo.
A veces pienso que si yo mismo me hubiera planteado años atrás el aprendizaje de 25 palabras al día de cualquier idioma, mi palmarés lingüístico sería increíblemente superior.
Pero detrás de todo proceso de aprendizaje ha de haber una pasión. Sin voluntad aprender se vuelve estéril. Es pues el cultivo amoroso de este deseo el que crea la vía de acceso a saberes o habilidades aparentemente milagrosos.